Por: Irene Muñoz.
Hubo un tiempo en que Las Vegas no pedía, deslumbraba. Bastaba su brillo para atraer multitudes. Las luces, los casinos, los conciertos, las bodas, todo era una promesa de exceso y libertad. Hoy, esa misma ciudad que simbolizó el optimismo estadounidense se ve obligada a suplicar. “Por favor, vengan. Los queremos, los necesitamos y los extrañamos”, imploró la alcaldesa Shelley Berkley en una conferencia recogida por BBC Mundo. Una frase tan humana como alarmante. Porque detrás de ese llamado desesperado no hay un capricho político, sino la radiografía de un país que empieza a perder algo más que turistas, está desvaneciendo su magnetismo, su narrativa de apertura, y su confianza en sí mismo.
Durante décadas, Las Vegas fue el emblema del exceso y la confianza estadounidense, una ciudad construida sobre la promesa de que el ocio era inagotable. Sus luces eran sinónimo de optimismo económico y su movimiento constante, una metáfora del sueño americano traducido en consumo, espectáculo y diversión. Hoy, sin embargo, ese brillo titila. Según los mismos reportes, julio de 2025 fue el séptimo mes consecutivo con caída de visitantes, un descenso del 12 % respecto al año anterior. El Aeropuerto Internacional Harry Reidregistró 287 mil pasajeros menos en comparación con 2024, lo que representó una baja del 5,7 %.
La alcaldesa lo explicó sin eufemismos, los canadienses, históricamente el mercado extranjero más fiel, ya no llegan como antes. “Pasamos de un grifo abierto a un goteo”, lamentó. Las causas de esto parecen múltiples al contar con políticas migratorias más rígidas, percepción de hostilidad, precios que ya no ofrecen valor, inflación persistente y, sobre todo, un ánimo colectivo de cautela ante la incertidumbre económica.
El problema, sin embargo, trasciende a Nevada. Las Vegas funciona como un barómetro nacional del consumo y del turismo en EE. UU. Cuando se desacelera ahí, algo más profundo se está moviendo en el país. El gasto discrecional, ese dinero que la gente destina a lo no esencial, revela el pulso real de la confianza económica, y los datos confirman el diagnóstico. En los primeros cinco meses de 2025, llegaron 2,4 % menos visitantes internacionales que en el mismo periodo de 2024, según la Administración de Comercio Internacional del Departamento de Comercio. La cifra parece pequeña, pero equivale a millones de viajeros y miles de millones de dólares en gasto perdido.
Fuera de Nevada, la tendencia también preocupa. En la frontera norte, las entradas de turistas canadienses han caído más de 20 %, afectando economías locales en Minnesota y Nueva York, que ahora lanzan campañas con mensajes tan directos como el de Berkley: “Minnesota los necesita de vuelta”. A nivel nacional, el Consejo Mundial de Viajes y Turismo prevé que Estados Unidos será el único país desarrollado que verá caer el gasto internacional en 2025, con pérdidas estimadas en 12 000 millones de dólares respecto al año anterior.
Las causas combinan factores estructurales y simbólicos. Por un lado, la inflación encarece la experiencia turística; y por otro, el endurecimiento de controles migratorios y la retórica antiinmigrante han deteriorado la imagen del país como destino abierto y seguro. El riesgo no es solo económico, sino reputacional. Un país que alguna vez fue sinónimo de hospitalidad y oportunidad ahora proyecta desconfianza. Mientras tanto, competidores globales como Canadá, España o México aprovechan el momento para posicionarse como destinos inclusivos, modernos y emocionalmente accesibles. La batalla ya no es por quién tiene más infraestructura, sino por quién inspira más confianza.
Revertir la tendencia exigirá más que campañas publicitarias. Requerirá reconstruir la narrativa de Estados Unidos como un país que vuelve a dar la bienvenida. Reformar los procesos migratorios, incentivar la conectividad aérea, ajustar precios y ofrecer experiencias auténticas son pasos necesarios, pero insuficientes si no se acompaña de un cambio de tono político y social.
En Las Vegas, el neón sigue encendido, pero cada bombilla parece más consciente de su fragilidad. Lo que está en juego no es solo la ocupación hotelera o el número de vuelos, sino el prestigio mismo del “sueño americano” convertido en destino turístico; y mientras la alcaldesa insiste en su llamado “Por favor, vengan”, el mundo observa y decide si todavía cree en esa promesa.
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