Primavera Norteamericana

 

Entre 2010 y 2012 se suscitaron una serie de movimientos políticos en el norte de África y en Asia occidental conocidos como la Primavera Árabe. El detonante fue el malestar social que causó la inmolación de un comerciante ambulante de Túnez, quien fue despojado injustamente por la policía local de su mercancía, de sus ahorros y de su dignidad.

 

La sociedad tunecina se rebeló y logró, en solo unos cuantos días, finalizar con un gobierno autoritario de 24 años mediante la dimisión de su presidente. Pronto otros países árabes siguieron el ejemplo: Egipto, Libia, Siria, Yemen, Argelia y Jordania, entre otros. Los mandatarios que no cayeron tuvieron que otorgar más poder a sus parlamentos y acotar significativamente el suyo.

 

La inconformidad ciudadana por lo tirano e ineficiente de las dictaduras de esos países no era nueva, pero el sometimiento de los medios de comunicación y las instituciones hacían inviable la organización social de gran calado. Lo que al final hizo posible la orquestación del movimiento social fueron las redes sociales. Ahí se promovió la indignación social, se gestaron las protestas y se agendaron las manifestaciones.

 

Algo parecido sucedió en Estados Unidos una década después, con la diferencia que la intentona golpista fue gestada por el propio presidente de la Nación. El atentado contra la sede del poder legislativo norteamericano es considerado en nuestro vecino del norte ya como el suceso más significativo del siglo. Algo así como una Primavera Norteamericana.

 

Y quizá un hecho más importante aún sea la cancelación que hicieron de las cuentas del incitador no solo Twitter y Facebook, sino todas las plataformas sociales con las que Trump pretendía comunicarse. Hace algunas semanas las cadenas noticiosas ya lo habían sacado del aire, durante sus discursos incendiarios post electorales, por considerar que mentía y actuaba fuera de la ley. Eso, de seguro, ya había sido un duro golpe para él, pero no como éste, en el que le quitaron su principal herramienta de gobierno.

 

Se solía atribuir a la posesión de la información una fuente inagotable de poder. Ahora nos damos cuenta de que hay algo aún más poderoso: las plataformas de transmisión de esa información. Ellas no generan contenido, son los usuarios quienes lo hacen. Un contenido, por cierto, en la mayoría de las veces sesgado, fuera de contexto o falso.

 

La figura más poderosa del mundo, el presidente de los Estados Unidos, ha perdido su canal más importante de comunicación, las redes sociales, y ha sido seriamente limitado en el alterno, los medios de comunicación tradicionales. No es un asunto menor. Nos encontramos en el umbral de la consolidación del insospechado poder de las redes sociales.

 

En este caso, creo que Trump violó, no solo las políticas de las plataformas, sino las leyes de su país. Ese no es el tema. Lo relevante es quién y con qué criterio toma esas decisiones.

 

El poder que tienen las redes es el otorgado por los usuarios. Es momento de reflexionar sobre lo vulnerables y dependientes que se han vuelto nuestras sociedades y sus procesos políticos ante ellas y decidir si estamos de acuerdo con seguir por esa senda.

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