La izquierda después del comunismo

En un acto de oportunismo político e ideológico, no exento de cinismo, el gobierno de AMLO trasladará los restos mortales del líder ferrocarrilero Valentín Campa Salazar a la Rotonda de las Personas Ilustres. Aprovechando la coyuntura histórica del centenario de la fundación del Partido Comunista Mexicano, acontecida el 24 de noviembre de 1919, el actual grupo en el poder busca desesperadamente alguna legitimación en materia de cultura y símbolos políticos que le permita posicionarse en el espectro de la izquierda. Esta efeméride representa su gran oportunidad ante todo por la carencia de ideas políticas que los caracteriza, como demuestra la publicación del libro presidencial: “Hacia una Economía Moral”, sus 190 páginas están plagadas de culto a la personalidad y demagogia, de un discurso repetitivo sobre el neoliberalismo, la república amorosa y la (fallida) estrategia de seguridad. Incluso parece una reedición de su Informe de Gobierno, al que cambió el título.

A pesar de lo que digan los Encinas, los Alcocer, los Gómez o los Concheiro, y tantos otros, el actual no es un gobierno de izquierdas no solamente porque carece de una visión de sociedad de futuro, sino porque promueve esquemas populistas e intolerantes, proclives a la censura y al clientelismo manipulador. Considero que ninguno de los líderes de la izquierda histórica y democrática mexicana aprobaría la deriva autoritaria que actualmente observamos.

Ofrezco disculpas por reflexionar en primera persona. Pude conocer a importantes dirigentes comunistas como el mencionado Valentín Campa en cuya campaña presidencial de 1976, como candidato sin registro, participé integrando las brigadas de avanzada; Gilberto Rincón Gallardo, quien siendo diputado en la LI Legislatura, la primera después de la Reforma Política de 1977, generosamente escribió el prólogo de mi libro dedicado al “Derecho Humano a la No Discriminación”; Arnoldo Martínez Verdugo, secretario general del PCM cuando impulsó profundas reorientaciones democráticas en el XIX Congreso Nacional de 1979, y quien fundaría el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, en el mismo edifico de la calle de Zacatecas en la Colonia Roma, donde también despachaba Eduardo González Ramírez, uno de los más destacados intelectuales de la izquierda antidogmática, quien dirigía el Centro de Estudios de la Economía Nacional siendo integrante de la Comisión Política de la organización superior derivada del PCM denominada Partido Socialista Unificado de México.

Eduardo González me distinguió invitándome a ocupar la Secretaría Académica del CEEN y para acompañarlo en la elaboración programática cuando coordinó la campaña presidencial de otro prócer de la democracia, Heberto Castillo. En medio de la debacle electoral producida por el fraude de 1988 contra Cuauhtémoc Cárdenas fui testigo presencial de la “caída del sistema”, mientras ostentaba la representación partidaria en el Comité Técnico de Vigilancia del Registro Nacional de Electores de la extinta Comisión Federal Electoral presidida entonces por Manuel Bartlett.

En medio del desánimo nacional de esos días aciagos, Eduardo González me impulsó para emprender mis estudios doctorales en Italia bajo la tutela de Norberto Bobbio, considerado un ícono de la izquierda liberal. Estarán de acuerdo conmigo otros intelectuales críticos de la época, como Roger Bartra, Octavio Rodríguez Araujo o Jorge Castañeda, entre muchos más, quienes siempre han mantenido en alto la necesidad de una izquierda democrática, reformista, laica, pluralista, amante de los pequeños pasos, toda vez que la democracia social y libertaria que reclama México para nada se encuentra representada por la autodenominada Cuarta Transformación.

@isidrohcisneros 

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