¿Y, dónde está el prestigio?

Por: Guillermo Calderón.

 

Ningún partido político se desprende de la idea de tener la mejor marca política dentro de sus siglas a eso, le llaman: PRESTIGIO. Hay quienes se pavonean diciendo que el suyo proviene de la confianza y aceptación de la gente, producto de sus conductas transparentes y limpias; otros dicen que, su prestigio, es un reconocimiento social medido por encuestas, en donde se les reconocen números positivos a su favor; y por último, están los que, suspiran por el pasado y anteponen sus logros, para decir que alguna vez fueron buenos, en el entendido de que, la memoria colectiva, les dará la razón y obtendrán nuevamente la fama y el reconocimiento público perdido, por cierto, desde hace varias décadas.

Efectivamente, el prestigio es un bien político, que está directamente ligado a la confianza, la aceptación y al reconocimiento; con él, se puede alcanzar fama, respeto y admiración; entonces, no hay duda, que actúa con inteligencia quien en forma honrada y digna, construye su prestigio a sabiendas de que, un buen currículo ético es un excelente aval para ganarlo, pero el tema de hoy, que quisiera poner a la reflexión, es otro, que consiste en lo siguiente, que sucede cuando el prestigio se alcanza bajo el cobijo de las apariencias y cuando no se cuenta con el currículo ético que lo sustente.

Lo anterior me lleva directamente a recordar una extraordinaria frase de Maquiavelo que, a ese respecto, decía: “todos ven lo que pareces y pocos palpan lo que eres”; seguramente se refería a esa pretensión de conseguir prestigio mediante acciones cuestionables, es decir, por medio de la simulación y las apariencias; en pocas palabras, a través del engaño.

Resulta práctico este esquema para quienes lo intentan en la era digital, porque es posible hacerse de un prestigio a la medida, solo requieren de una cantidad suficiente de “me gusta”; retuits o “compartir”, de las diversas plataformas sociales que existen y dejar que las redes hagan lo suyo; como por ejemplo, aumentar la presencia, en forma exponencial de la persona y sus actos; determinar el tipo de público objetivo y conformar el alcance territorial y temporal necesario; pero también, hay algo más que estas herramientas logran hacer: manipular, esconder o matizar errores, faltas y hasta deshonrosas acciones, gracias al gran poder de comunicación que generan y que les permite -mediante ciertos mensajes emocionales- persuadir, disuadir, inducir o confundir a muy diversas personas en todas partes del país.

Ahora que empiezan sus campañas políticas, en particular en el Estado de México, habría que advertirles a las candidatas y candidatos que será una equivocación si piensan echar mano del mundo de las apariencias -en las redes digitales- en su afán de obtener votos y verse coronados como Titular del Ejecutivo Estatal; es importante que mantengan en su escenario estratégico un dato; ya han sido evaluados por los votantes mexiquenses y por consiguiente hay mayor claridad, en torno a su reputación y confianza alcanzada hasta estos momentos y mejor aún; fueron visibilizados (ampliamente), por la sociedad , desde hace mucho tiempo, así que, como seguramente lo saben los aspirantes, las plataformas digitales, es un delgado hilo; que si bien hacen magia para crear prestigio también, se encarga de revertir deseos políticos.

Mostrarse ante los electores mexiquenses, debiera de ser un acto de la mayor responsabilidad y prudencia posible; y, lo debieran de hacer, sin hacer a un lado -en ningún momento- lo que su conciencia refleja sobre sí mismos y ni el juicio público que, sobre sus personas, existe; porque como decía Nietzsche: “Nos las arreglamos mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación”; y no hay, en este momento mejor ejemplo de ello, que las circunstancias por las que atraviesa el líder nacional del PRI; que su conciencia lo delató y su fama lo arrodilló.

Mis preguntas finales, las candidatas y candidatos, ¿optaran por presumir un prestigio a partir de su conciencia, o acudirán a las redes, para que les echen una mano?; ¿ya elaboraron su currículo ético, lo pueden mostrar, ahora?; ¿lo podrán hacer abiertamente, sin acudir a las apariencias?; ¿Qué tal anda su conciencia, con respecto, a su prestigio?

Nos leemos en la próxima de: Mis preguntas finales.

 

Guillermo Calderón Vega. Profesor Universitario, abogado, exfuncionario público, Experto en operación, negociación y concertación política.