Órale Politics! – Alcoholismo feliz

 

 

 

Por Gustavo Cano

 

El alcoholismo es una enfermedad incurable, progresiva y mortal. Así de sencillo. El alcoholismo es una enfermedad mental que se desarrolla principalmente en el seno familiar. El alcoholismo se trasmite de generación en generación. El alcoholismo es una adicción. El alcoholismo es el resultado de una personalidad obsesivo-compulsiva. El alcoholismo destruye no únicamente al alcohólico, sino que también destruye el entorno familiar y social. Es imposible para el alcohólico gozar de una buena salud emocional. En México, el alcoholismo forma parte de nuestra cultura, es socialmente aceptado y celebrado cotidianamente, no es considerado un problema serio y hasta hace gracia…

El que escribe estas líneas es un alcohólico pasivo, esto es, un alcohólico que no toma alcohol. El alcohólico activo es aquél que bebe alcohol de manera cotidiana. ¿Hasta dónde se considera que uno es alcohólico? En realidad hay un sinfín de opiniones al respecto. Mi opinión es que un alcohólico activo lo puede ser de muchas maneras, mientras se beba alcohol. Los alcohólicos tradicionales se pueden identificar relativamente fácil: el “borracho” tirado en la calle; el borracho que estrella su carro y mata a otros cristianos, cristianas, cristianes en el accidente; el borracho que llega tomado o con aliento alcohólico a su trabajo; el individuo que bebe alcohol diario (aunque sea poquito, a la hora de la comida); el bebedor social (un par de copitas o un par de docenas de copitas en las fiestas de temporada o de fin de semana)… Y hay otro tipo de alcoholismo, un poco más sutil, pero igual de efectivo: el bebedor que deja de hacer lo que tiene que hacer para irse a beber; el bebedor cuya conversación gira alrededor del alcohol que bebe o que piensa beber… Y la obra maestra del alcoholismo: aquel individuo que no bebe alcohol, pero piensa y se comporta como alcohólico.

Su servidor bebió alcohol de manera compulsiva por casi 20 años y lleva más de 22 años de no beber alcohol, un día a la vez y sólo por hoy. Poco a poco, desde que dejé de beber, mi vida fue cambiando. Mis amistades cambiaron, mis patrones de consumo cambiaron, mis relaciones familiares cambiaron, mi concepto de la vida cambió, mis gustos culinarios cambiaron, mi pasión por escribir también cambió, ya no se diga mi estilo de escribir. Quizá lo único que no cambió fue mi gusto por la política, mi fe en la Ciencia Política y mi desconfianza por los políticos.

Generalmente el alcohólico bebe alcohol como una reacción ante un desequilibrio emocional serio. Dicho desequilibrio generalmente tuvo su origen en la infancia. Por ejemplo, un individuo considera que una situación es insoportable o imposible de resolver, de ahí que la salida más fácil es huir de sí mismo, huir lo más lejos y rápido posible de la terrible situación. Pero en la vida real esto es imposible la mayoría de las veces, así que es más práctico buscar un escape. Un escape que nos permita no saber nada del problema. Un escape temporal, cuya frecuencia pueda ser controlada a voluntad, al menos al principio. A ratitos soy yo, a ratitos yo soy aquél. Y es ahí donde aparece el alcoholismo o cualquier otra conducta obsesivo-compulsiva.

Cuando se es niño o niña, ante cualquier problema que pudiese ser considerado serio, uno puede hallar diferentes rutas de escape: llorar, gritar, comer mucho, comer poco, comer muchos dulces, volverse agresivo o violento, volverse extremadamente pasivo, irse a acostar, encerrarse en su cuarto, hacer un berrinche marca morirás, etc. Esto es, se lidia con la problemática mediante diferentes conductas, pero siempre de una forma en la que aparentemente uno puede escapar de la situación, por más inmaduras que estas conductas parezcan. Conforme uno crece, la conducta generalmente no desaparece, la reacción continúa ahí: el deseo de escapar de forma conductual. Pero conforme uno se incorpora paulatinamente a conductas socializantes que son necesarias entre mamíferos, uno capta que alcoholizarse es una buena ruta de escape, independientemente si tenemos la necesidad de lidiar o no con una problemática seria en nuestro entorno. Además, el alcohol no únicamente sabe rico, sino que tranquiliza y apacigua al individuo aún mejor. El alcohol nos da un pasaporte temporal para que nosotros dejemos de ser nosotros mismos, aunque la problemática, el dinosaurio famoso, siga ahí la mañana siguiente.

Y luego sigue el descontrol de la situación. Nosotros ya no controlamos al alcohol, sino que el alcohol nos controla a nosotros. Y ahí empieza el verdadero problema: además de la problemática cotidiana, ahora también ya se cuenta con la problemática del alcoholismo, bien engarrotada al hombro. Literal: salió más caro el remedio que la enfermedad. Ahora estamos endeudados económicamente, nuestra noción de la realidad está completamente distorsionada, los demás son el infierno, el “hubiera” es el rey de nuestros pensamientos, las promesas incumplibles se convierte en nuestro eje favorito de acción, la inacción ante lo importante es lo prioritario, imposible equivocarse, vivimos la realidad de colapso en colapso, etc.

El alcoholismo en esta etapa se trasmite de generación en generación. Tan fuerte es la trasmisión que si el abuelo fue un alcohólico empedernido, el padre no tomo una gota de alcohol en su vida por lo mismo… pero el nieto salió tan alcohólico como el abuelo. Esto es, el padre fue un alcohólico seco, no tomaba alcohol, pero se comportó como alcohólico. Este comportamiento fue heredado por el nieto, mismo que con o sin alcohol se comporta como alcohólico. El nieto es el que representa un mayor riesgo para sí mismo: no halla motivo para considerarse alcohólico ya que nunca vio alcoholizado a su padre y probablemente no conozca el pasado alcohólico de su abuelo. Si bebe, no halla motivo alguno que justifique su beber. Y aquí surge el mito del bebedor espontáneo. De la nada, el alcohólico brinca al escenario. Los resultados son igual de catastróficos que con el abuelo, pero la situación es peor si se considera que el nieto ha perdido cualquier tipo de esperanza al no hallar lógica alguna en su comportamiento. Las probabilidades de construir conciencia sobre el problema son muy bajas a comparación del padre o incluso del mismo abuelo.

Si a lo anterior agregamos la aceptación social y bajos niveles de educación, tenemos la tormenta perfecta. Al ser aceptado socialmente el alcoholismo, todo aquello que suene que va en contra del desarrollo de la enfermedad, simple y sencillamente es mal visto y poco aceptado por la misma sociedad que celebra las ocurrencias y acciones irracionales del alcohólico. Mucha gente se horroriza al saber que un pariente suyo forma parte de la fraternidad de Alcohólicos Anónimos. Cuando en realidad dicho alcohólico es un alcohólico en recuperación y es lo mejor que puede hacer para salvar su vida y tratar de resarcir el daño que le ha infringido a los que lo rodean, sobre todo a la familia. De hecho mucha gente cree que formar parte de Alcohólicos Anónimos es formar parte de un grupo de borrachos que se esconde para beber alcohol. Y nada más lejos de la realidad, por cierto.
Los bajos niveles de educación le pegan duro y parejo a todos los grupos de doce pasos mexicanos: Al Anon, Alcohólicos Anónimos, Comedores Compulsivos, Compradores Compulsivos, Sexo Adictos Anónimos, Narcóticos Anónimos, etc. Nadie obliga a nadie a leer las lecturas mientras uno forma parte del Programa, pero es bastante recomendable. Leer las lecturas aprobadas es una de tantas herramientas de recuperación del obsesivo-compulsivo, pero en México es de mala educación leer. Hasta ofende, pues. La abrumadora mayoría de los miembros de estos programas no acostumbran leer ni en defensa propia, mucho menos las lecturas del Programa. Muchas veces, los pocos que leen llegan a controlar los grupos prácticamente sin querer y eso no puede ser bueno para la recuperación de los miembros del grupo. Es muy difícil participar de manera evolutiva en el grupo sin hacer lectura alguna durante años. Peor aún: hay grupos que hacen de todo, menos leer. Se convierten en una especie de sesiones de terapia de grupo que va a la deriva, sin guía alguna, sin objetivos compartidos, ni concretos. Así es muy difícil que la recuperación se materialice.

Y hablando de mitos: el alcoholismo es incurable. Uno puede aprender a vivir con el alcoholismo, como con cualquier otro virus semi mortal, como el sida, pero de eso a curarse, pues hay una distancia de aquí al cielo judeocristiano. Aquél que afirme que el alcoholismo se puede curar o vencer de manera permanente… o no sabe lo que dice, o es un charlatán o miente cínicamente. La idea es crear conciencia del problema que representa vivir con altas dosis de alcohol en las venas, el espíritu y la cabeza, al mismo tiempo que comenzar a barajear las opciones disponibles para la recuperación (mas no la cura) y vivir una vida feliz, placentera, sin tanto ajetreo, sin tanta caída con el hocico roto, sin tantos problemas y tensiones.

En países como México ya es tradicional que los políticos se comporten como alcohólicos. La forma que tienen de justificar por qué debe cambiar la realidad ante la evidencia de que ellos están en lo correcto… es digno del borracho entre borrachos. De “por mi madre bohemios” para arriba, para que me entiendan. Y luego es difícil que la sociedad se dé cuenta de los rebuznes de esta magnitud, prácticamente por lo mismo: vivimos en una sociedad de pensamiento y acciones alcoholizadas, con bajos niveles de educación. Aquí si no aplica aquel dicho de que “el tuerto en tierra de ciegos es rey”. Prácticamente no hay tuertos por ningún lado… Hay tantas cosas que para el mexicano resultan normales y que sólo la racionalidad de alcohólico crónico podría justificar.

Si el amable lector, lectora, lectore desea dichos, aquí le dejo algunos interesantes: Mantenlo simple. Por la gracia de dios. Hazlo con calma. Primero, las cosas más importantes. Sólo por hoy. Que empiece por mí. ¿Cuán importante es? Un día a la vez. Piensa. Mantén un criterio abierto. Vive y deja vivir. Suelta las riendas y entrégaselas a dios.

Los dichos del párrafo anterior me han acompañado por más de 20 años de mi vida en abstinencia alcohólica. Lo cual celebro y le doy gracias al Ser Supremo por haberme ayudado en tan interesante reto. Más de 8,120 días de abstinencia en mi vida no son nada si no entiendo que mi abstinencia tan sólo me acompaña sólo por hoy y un día a la vez. Y hasta ahí. Ciertamente, mi vida no se resolvió sola gracias a mi abstinencia, pero resultó más llevadera, me acepté más a mí mismo y empecé a disfrutar de tantas cosas que ni me imaginaba que existían. Los problemas siguieron surgiendo, pero los he podido abordar con mayor claridad y tranquilidad.

Y no, no existe el alcoholismo feliz. Al contrario, el alcoholismo es un problema, una desgracia que aqueja a millones de familias mexicanas de manera cotidiana, sin que éstas se den cuenta de la oscuridad en la que viven, sin que se den cuenta que pueden vivir una vida sin las vicisitudes que trae consigo el alcohol. Y que hasta les sobraría el dinero para otras cosas un poquito más útiles en la vida. En serio.

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