Uno de los desafíos más importantes que tiene México es detener la deforestación que avanza sin control en varias regiones del país, esto debido a diversos conflictos como; el cambio de uso de suelo, la tala clandestina, el comercio ilegal de materias primas y productos forestales, así como incendios y plagas, entre otros. Prácticas ilegales que ocasionan la pérdida de 128.8 mil hectáreas al año.
El territorio nacional está cubierto de 137.8 millones de hectáreas de algún tipo de vegetación forestal: matorrales xerófilos, 41%; bosques templados, 25%; selvas, 22%; manglares y otras asociaciones de vegetación, 1% y otras áreas forestales, 11%.
Los ecosistemas forestales proveen servicios ambientales vitales para el ser humano, como; la regulación del ciclo hidrológico, la disponibilidad de agua, el control de la erosión, al igual que bienes maderables y no maderables, alimentos y productos medicinales que son estratégicos para el desarrollo cultural y económico, hábitat para diversas especies de flora y fauna silvestre, captura y filtración de agua, y como reguladores de la temperatura, ya que tienen la capacidad natural para fijar y absorber el dióxido de carbono, gas de efecto invernadero (GEI).
Los ecosistemas forestales son importantes en la mitigación del cambio climático, ya que tienen la capacidad de disminuir el efecto invernadero a través de dos procesos relacionados al ciclo del carbono; la fijación o captura de carbono y la reducción de emisiones producto de la deforestación y degradación forestal.
Durante su crecimiento y en un largo periodo, los bosques absorben el CO2 de la atmósfera y lo convierten en carbono que se almacena en su tronco, raíces y hojas. Adicionalmente queda carbono almacenado en el suelo, en la materia orgánica al ras del suelo –hojarasca– y en los árboles muertos. Un bosque se cataloga como un sumidero de carbono, convirtiéndose en depósito natural de CO2. Ahora bien, de forma inversa, la destrucción de un bosque o su degradación propicia la libera hacia la atmósfera del carbono que alguna vez fue almacenado, agravando el problema del cambio climático.
Para contrarrestar o mitigar el cambio climático se han creado mecanismos para reducir las emisiones por deforestación y degradación de los ecosistemas forestales, estos incluyen: la protección y conservación de ecosistemas prioritarios; el manejo sostenible de los bosques; aumentar las reservas de carbono, que buscan desacelerar, frenar y revertir la pérdida de cubierta forestal y de una gestión forestal integral del territorio.
Durante la COP21, México ratificó compromisos que incluyen: disminuir sus emisiones de gases de efecto invernadero en 22%, en 51% las emisiones de carbono negro, o la meta de una tasa de deforestación cero para el 2030, así como incrementar el 43% en la generación de energía eléctrica a partir de energías limpias, y la participación en “Misión Innovación”, que es una iniciativa que busca incentivar la transición energética con inversión en tecnologías limpias.
Compromisos que parecen imposibles de cumplir, ya que el 91 % de la energía que se produce en México proviene de los hidrocarburos, se tendría que ir disminuyendo ese porcentaje y aumentar la energía que se genera por fuentes renovables. El problema es que se sigue apostando en el uso de energías a base de carbón y combustóleo, al construir una nueva refinería y tener planes para modernizar centrales eléctricas que funcionan con carbón, atentando contra el medio ambiente.
Si México no busca activamente disminuir las emisiones de GEI, y sigue apostando por las energías fósiles, las consecuencias serán devastadoras, no solo ambientales, la salud de la población se verá comprometida, y esto le costará mucho al país, no sólo será económico, el rezago social aumentará debido a los conflictos ambientales.
De seguir con el ritmo descontrolado de emisiones de GEI, los cambios previstos en el clima en los próximos años se dispararán a un ritmo más acelerado, se estima que la temperatura aumente, y no será uniforme en todo el país; la duración de la temporada sin heladas se incrementará, afectando la agricultura –poniendo en riesgo la seguridad alimentaria–; habrá cambios en los patrones de precipitación, provocando inundaciones; las sequías y olas de calor durarán más tiempo; aumentará el nivel del mar; se extinguirán miles de especies silvestres; las enfermedades se extenderán, dando origen a pandemias y habrá menos agua potable disponible, ya que será poco probable que los mecanismos fisiológicos naturales funcionen de manera eficaz, debido a que los sumideros de CO2 de la tierra se verán reducidos, quedando remanentes forestales con una capacidad disminuida en la absorción de CO2.
Es momento de actuar, no podemos dejar que el futuro nos alcance, esto no se resolverá de un día para otro, ya que la reducción en la temperatura no sucedería de inmediato y el calentamiento global seguiría durante un tiempo considerable, al menos a un nivel constante.
Se debe establecer una serie de estrategias que ayuden a reparar los daños con mecanismos sostenibles que destruyan o capturen estos gases, siendo los ecosistemas forestales o áreas verdes en general, nuestras herramientas como almacenadores de las emisiones de combustibles fósiles, ya que las políticas de reducción y control de emisiones de GEI enfrentan un futuro desalentador, especialmente si son utilizadas como la única solución.