La democracia al servicio del algoritmo

 

 

“Benditas redes sociales” dijo el presidente de México cuando ganó, a su tercer intento, las elecciones presidenciales. Barak Obama centró su primera campaña en una estrategia basada en la red. Donal Trump contrató a una agencia de comunicación para manipular las redes sociales, específicamente Facebook para ganar las elecciones presidenciales.

Hoy más que nunca la internet está presente en nuestras vidas, en nuestra vida política y particularmente en el juego y las reglas de la democracia.

¿Es éticamente correcto manipular las redes sociales para ganar una elección?

Aquella frase que ya posee la vox populi: “el fin justifica los medios” está más presente que nunca y pone a prueba la solidez de las democracias.

La internet es uno de los medios más empleados para comunicarnos en la actualidad y, así como tiene sus ventajas para la democracia, también tiene sus desventajas y retos.

Ventajas: Mayor acceso a la información; Intercambio de información a nivel global; Inclusión de grupos que antes estaban excluidos como por ejemplo las campañas en favor de los pueblos originarios o población reclusa.

Desventajas: Saturación de información: INFODEMIA; Información errónea o imprecisa; Construcción de MENTIRAS y en general la manipulación de verdades o mentiras a medias para conseguir influir en las emociones de los potenciales votantes.

Los grandes potentados digitales representados en Google, Amazon, Facebook, Twitter, Instagram, TikTok,  además de los proveedores de internet, hoy más que nunca tienen concentrado el poder y pueden, con sus limitantes, si es que las hay, poner y quitar a dirigentes gubernamentales. ¿Es esto bueno para la democracia?

La tradición del pensamiento liberal económico y democrático nos ha enseñado que los monopolios y la concentración del poder en manos de potentados con dudosos conflictos de intereses puede ser peligrosa pues entre otras cosas, para efectos de gobernar pudiera ser más “útil” imponer a un autócrata o dictador que responda a los intereses de estos potentados.

Pero hasta aquí son solo especulaciones, no obstante, queda claro que con el desarrollo de las nuevas tecnologías los gigantes tecnológicos pueden manipular, a través de los algoritmos, a la población en general.

La internet no nació, al menos eso quiero creer, para manipular a la población, sino más bien para ponerla al servicio de la humanidad, y aunque si bien nació de un proyecto militar, los medios y las redes sociales no son el problema en sí, sino más bien, cómo se utilizan.

El algoritmo es una fórmula para: crear perfiles, identificar necesidades, conocer localizaciones, conocer preferencias, crear tendencias, conocer ideologías y formas de pensar que puedan dirigir entre otras cosas y, sobre todo: consumo y publicidad comercial.

Pero por supuesto que la política también es un mercado, también el algoritmo puede ponerse al servicio de la política bajo dos perspectivas: 1) aumentar el debate público, diversificar las voces de los actores, aumentar y mejorar la calidad de la información y el conocimiento y; 2) hacer campañas políticas buscando manipular la información de tal manera que beneficie al mejor postor. Esto último representa un caldo de cultivo para el tráfico de influencias, el conflicto de intereses y, sobre todo, pone en peligro, en cierta medida la calidad de la democracia, y la democracia misma.

Tenemos pues un reto muy importante en nuestro presente y en nuestro futuro inmediato pues, permitir que el algoritmo supere a la democracia, puede suponer la negación de un valor fundamental de la democracia: nuestra libertad. ¿Quién o quiénes deberán poner los límites?

Pienso que todos, como sociedad deberíamos ser cómplices para enderezar el barco, tanto lo gigantes tecnológicos autorregulándose como los ciudadanos involucrándose en los asuntos públicos, cuestionando y empujando para que la mentira y la manipulación no terminen por instalarse en nuestras sociedades, o al menos no en las redes y medios sociales.

 

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