Hacia un nuevo sistema político hegemónico

Por: Pedro Isnardo de la Cruz y Juan Carlos Reyes

 

Se hace pública la Convocatoria del Movimiento de Regeneración Nacional para elegir candidato a la Presidencia.

La Presidencia de AMLO va un paso adelante, diseña un nuevo sistema político hegemónico: facciones de poder con representación política en un modelo de liderazgo duro transexenal.

La voluntad del caudillo apuntalada por el gasto social.

En el México postrevolucionario las facciones vencedoras de la lucha armada pactaron la paz.

Construyeron la distención y armaron un modelo político mediante el cual el poder se comparte con pares, los miembros de la familia revolucionaria. Saúl Álvarez Mosqueda en su obra Alta Política (1985, Editorial Leega, Colección Omnibus), descifró los integrantes de esas familias insertados en los gabinetes presidenciales de los años treinta a setenta.

Así, eran nítidos los esquemas de compartimientos compuestos por carrancistas, zapatistas, obregonistas, callistas y cardenistas. Eran quienes se sentaban a esperar su turno en la feria del poder y no interrumpían el libre ejercicio político del grupo dominante en turno.

El arreglo elitista les fue perfecto, garantizó estabilidad social.

El instrumento estelar fue la presidencia misma y su simbiosis, el partido.

Ahí cabían todos, a todos se les daba oportunidad de comer del pastel presupuestario siempre y cuando no pretendiesen romper el pacto y alterar el acuerdo.

Ahora vamos hacia un modelo de dirección unipersonal con pequeños ramales.

En realidad, las corcholatas representan poderes fácticos, regionales, transnacionales, de extrema izquierda, nacionalistas revolucionarios y ambientalistas; podríamos simplificar, un duelo entre globalistas contra nacionalistas.

Rousseau y Montesquieu, superados, Madison y su federalista -mal traducidos-, superados.

No es un tema reductible al universo de las y los abogados que atisban el que se debe defender la Constitución sin saber cuál; tampoco lo que se vive es comprendido por jueces que repiten sin pensar que la división de poderes garantiza el orden social; el poder de la judicatura fue ya rebasado en las calles.

El sector conservador, empresarial, nacional y extranjero, al no contar con liderazgos sólidos se quedó sin invitación al baile.

La agudeza del Presidente AMLO, su conocimiento cuasi milimétrico del territorio, culturas y razas mexicanas, su inmenso carisma y experiencia en línea de masas y preeminencia en las encuestas favorables de opinión pública nacional, articula hoy un nuevo sistema político que extenderá sus raíces más allá de éste régimen presidencial.

La disputa por el poder político no está en la Presidencia; ahí estará un empleado del líder; la disputa como único espacio de debate y de construcción de acuerdos será el Congreso mexicano.

Y el liderazgo de los de casa ya está reservado al segundo en votación de juego de las corcholatas, en quien no sabemos aún dónde quedó la bolita.

La derecha no formó liderazgos; se conformó con lavar el dinero de los políticos corruptos a quienes hizo socios. La Iglesia se conformó con el jugoso negocio de la educación sin crear ciudadanos conscientes y con valores cívicos, fomentó clubes de ricos sin conciencia social, ni capacidad de transformar, acumular e indiferencia a las desigualdades sociales fue el mandato.

Ahora a pagar las consecuencias, el problema de México son las élites, no el pueblo predominantemente mal instruido, mal nutrido y sin conciencia de clase.

Los partidos opositores siguen en su juego de negocios personales de minúsculos grupos insaciables que acomodan sus valores e ideologías al mejor repartidor de presupuestos públicos.

Este fenómeno ha sido diagnosticado por Christian Salmon en La tyrannie des bouffons: sur le pouvoir grotesque (Lies Liberent, 2020). La decadencia, la ausencia de políticos profesionales en sentido weberiano, acompasa la dominación de los bufones, que despertó el resentimiento de las masas y ha exacerbado los ciclos de descrédito de la política, los gobiernos y las alternancias.

El diagnóstico de Salmon registra a su vez “el tránsito a una competencia insuperable por el desprestigio, el descrédito que se puede endilgar a las demás, en medio de la dominación de las redes sociales en lógica de una denigración de la vida pública y de las vías de convivencia democrática”.

Se trata de bufones políticos que ejemplifican otro fenómeno de antipolítica: “experimenta, decía Gilles Deleuze, nunca fantasees”. La palabra “experiencia” proviene del latin expreriri, cuyo significado es “atravesar por peligros”.

Eso es justamente lo que ha dejado de suceder y han dejado de hacer quienes usufructúan y/o se disputan posiciones clave para el ejercicio del poder político en México.

Realmente estamos atrapados.

La democracia es una obra colectiva que debemos aquilatar y defender.

Recapitulemos.

En efecto, el Presidente ha hecho lo propio para propiciar un cambio de régimen y visualizamos la construcción de un nuevo sistema político hegemónico.

Las estructuras políticas serán transversales, vasos comunicantes, liderazgos coordinados, corcholatas alineadas a la conclusión del proyecto de la 4T, el Presidente por abajo del proyecto; todos serán vectores del cambio hacia el nuevo sistema político.

Si quien esté de titular en la Presidencia falla se va en el 2027, mediante la revocación de mandato.

Conocido el proyecto todos a lograrlo, si se desvían saldrán. AMLO conserva el poder cívico y la movilización social.

AMLO será el árbitro, el juez, el cuidador y recipiendario del proyecto nuevo de la República social y seguirá siendo, mentor y epicentro del nuevo sistema político mexicano.