Noviembre inició con la COP26, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebró en la ciudad escocesa de Glasgow. Como suele suceder en este tipo de reuniones, se firmaron algunos acuerdos, se dijeron algunas sentencias sobre la urgencia de modificar el rumbo y, desde luego, se hicieron llamados a la acción… pero una vez más y pese al optimismo desbordado en el encuentro, sobre todo por la narrativa estadounidense a la que le urge reposicionarse, no queda claro cómo se cumplirán los buenos deseos y qué estrategia se seguirá.
Algunos de los puntos que destacaron en este reunión fueron la propuesta de reducción de gas metano en un 30% para 2030, este gas es uno de los principales responsables del calentamiento del planeta y su reducción es vital. Joe Biden se mostró enérgico en esto, pero en su país la agenda verde está parada en el Congreso, así que habrá que ver si las intermedias del próximo años resultan favorables para su partido, de lo contrario, no podremos ser muy optimistas si los Republicanos le ganan curules.
Otro gran tema, y que sin duda es de vital importancia si se quiere reducir la temperatura del planeta, tiene que ver con la transición energética de los países en vías de desarrollo, que requieren de inversión y tecnología para poder hacer el cambio gradual y que no signifique quedar en el limbo en términos energéticos.
Por desgracia, el cruce de declaraciones entre China y EUA al respecto no ofrece un panorama alentador y no queda claro en el horizonte cuándo se podrán ejercer los recursos destinados a ese propósito ($US 100. 000 millones). El llamado de urgencia de los países más pobres tiene todo el sentido cuando siguen pasando las cumbres y los compromisos y los buenos deseos, pero la tan anhelada transición permanece estancada.
La buena noticia al respecto de lo anterior tiene que ver con el anuncio que hicieron Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y la Unión Europea respecto al financiamiento para Sudáfrica en la reducción del carbono. La inversión inicial sería de $US 8.500 millones, aunque no se dieron más detalles del plan y queda por ver si esto se concreta o si sólo queda en el discurso.
También destacó la iniciativa contra la deforestación, respaldad por Vladimir Putin y, sorprendentemente por Jair Bolsonaro, quien no ha escatimado en seguir arrasando con el Amazonas, pese a los llamados a proteger una zona vital para el funcionamiento de nuestro ecosistema.
Las voces, dentro y fuera de la COP26, fueron unánimes respecto a la urgencia de atender la crisis ambiental, pero como ha sucedido desde hace ya bastante tiempo, la optimista agenda se atora cuando se enfrenta a la cerrazón y poca voluntad de líderes de todo el mundo una vez que se ponen sobre la mesa los términos de la negociación y la estrategia a seguir, en caso de esta exista.
Se ha dicho hasta el cansancio y existen innumerables estudios que alertan sobre esta emergencia. Las iniciativas públicas y privadas para actuar en consecuencia también son abundantes, pero lo que hace falta, más allá de cumbres o conferencias, es que los líderes globales se sienten a tejer alianzas, estrategias y a diseñar planes concretos. Ya basta de anuncios y discursos, se nos puede ir la vida en ello, y estoy hablando literalmente, puesto que nuestro tiempo para actuar se agota.