Un reciente estudio de la universidad de Stanford (California, Estados Unidos), liderado por la neurocientífica Tara Thiagarajan, advierte de las diferencias sociales y neurológicas creadas por un acceso desigual a dicha tecnología, concluye que su efecto sobre la actividad cerebral difiere enormemente según la parte del mundo donde vivamos. No es lo mismo la estimulación que recibe un habitante de Manhattan Nueva York, que otro de Nirmal, en la zona rural de la India.
Según explica Thiagarajan, los resultados de los encefalogramas en áreas deprimidas con ingresos escasos, reflejan la ausencia de ondas alfa. En cambio, en poblaciones urbanas, donde la tecnología domina el día a día y su acceso resulta muy sencillo, las oscilaciones en estas ondas son muy elevadas.
Aunque no emplea las palabras pobreza y riqueza, la neurocientífica deja claro que la desigualdad tecnológica favorece el desarrollo de diferentes tipos cerebros.
“Hace 200 años nos parecíamos bastante con respecto a la actividad cerebral. El mundo era bastante homogéneo. Sin embargo, hoy en día existen más divergencias que nunca, sobre todo para disponer de internet u otras tecnologías que son básicas solo en países desarrollados”, sostiene Thiagarajan.
El estudio constata que la digitalización modifica cómo aprende el ser humano, cuál es su desarrollo cognitivo. Indirectamente, determina la forma de ver el mundo, de relacionarse entre ellos y hasta de su actividad cerebral, creando una propia de los países más pudientes y otra de las regiones más depauperadas.
“El cerebro comienza a ser diferente por sí mismo. No se comporta de la misma manera en función del rincón del planeta donde estés. No podemos decir que exista un órgano estándar, sino que su evolución depende del ambiente y los estímulos”, concluye Thiagarajan.