Órale Politics! – Japón 1980

Me encanta viajar. A lo largo de mi vida he visitado 44 países y más de 235 ciudades, comunidades o pueblos alrededor del mundo. Algunos de estos países ya ni existen. Dios me ha tratado bien, qué más que la verdad, un día a la vez. A continuación una breve reseña de algunos de mis viajes, antes de que mi memoria siga ocultando de manera juguetona la esencia de los recuerdos. Poco a poco voy rozando las múltiples realidades a las que el buen Jorge Luis Borges se refería cuando hacía mención de que ya no se acordaba tan bien de su adolescencia o de su infancia. Conforme el cerebro de uno envejece, brotan de manera incontrolable múltiples realidades de la fuente madre de todos los recuerdos que conforman nuestra maravillosa existencia. Sirve que este ejercicio me hace olvidar por un agradable momento a la política mexicana, incluyendo las cátedras vacías y las tesis surrealistas del nombrable y sus atarantados cercanos.

El primer viaje fuera del continente americano en mi vida lo hice cuando tenía unos 16 años, en 1980. Acompañé a mi jefecita en un recorrido moderado por el lejano oriente: Japón, Hong Kong, Indonesia, Singapur, Macao, Tailandia y Hawaii. En Japón fuimos, entre otros lugares, a Tokio, Kyoto y Nara. Comimos una magnífica parrillada de carnes, mariscos y verduras al pie del monte Fuji.  Quedé impresionado con el orden y la cultura politeísta japoneses. Todo impecable de limpio, todo mundo caminando muy ordenadamente al trabajo y generalmente muy sonriente o tristones o preocupados, pero en silencio. El tren bala japonés me dejó con el ojo cuadrado con su puntualidad impecable y su velocidad sutil y silenciosa. Edificios por doquier y centros comerciales en los centros de las ciudades. Supongo que por el alto poder adquisitivo del grupo de turistas mexicanos que éramos nos llevaron a una tienda de collares de perlas y de cámaras fotográficas.  Los múltiples niveles del metro de Tokio también me dejaron con el ojo cuadrado. Fue en Japón donde yo aprendí a comer con palillos.

En 1980 el PIB per cápita de Japón era de US$9463, mientras que en 2019 fue de US$40847. Para México, el PIB per cápita en 1980 era de US$3027, mientras que en 2019 fue de US$9946. Esto es, en un lapso de 39 años el ingreso promedio de todos los chavos de mi edad en Japón se incrementó en más de US$31000, mientras que en México, por el sólo hecho de vivir en México, el PIB per cápita para los chavos de mi edad se incrementó en un poco más de US$6900. La educación tuvo mucho que ver en estas cifras tan locas.

En Honk Kong la comida me acuerdo que era deliciosa en los mercados de noche y los centros comerciales reventaban de imitaciones de aparatos electrónicos japoneses. Los anocheceres eran mágicos y la gente no era tan gentil como en Japón, pero todo tranquilo. Tomamos un tour de un día a Macao y sucedieron cosas interesantes: conforme íbamos de Hong Kong a Macao, el ferry se iba metiendo en aguas que iban cambiando de color, pasando de un azul intenso a un tono 100% amarillo. Sin querer queriendo ya estábamos navegando sobre el Mar Amarillo que resultó ser verdaderamente amarillo. También en Macao tuvimos una comida decente en un hotel de lujo y a mí se me ocurrió pedir un limón para mi consomé… Hubo junta de cocineros y meseros y después de un rato me dijeron que sí, nada más que costaba un dólar el limón. A mí se me hizo carísimo, pero dije que me lo trajeran. Otra junta en la cocina y me lo trajeron, no sin antes que los meseros y cocineros me vieran de lejos y me señalaran con el dedo constantemente. Al final de cuentas se les olvidó cobrarme el limón, yo creo que de la impresión.

El Singapur que me tocó ver fue un lugar casi tan limpio como Japón. Algunos jardínes públicos hipnotizaban a cualquier transeúnte con su variedad de flores. Debido a la mezcla de razas, creo yo, de los 44 países que he tenido la suerte de visitar, las mujeres donde me han llamado más la atención por su belleza y su delicadeza fueron justamente Singapur e Israel. También fuimos a la Isla de Bali, en Indonesia. Después de jugar un partido de tenis por la noche duré deshidratado como un par de días. Las cenas y sus espectáculos eran opíparas, aunque la playa tenía muchas piedritas finas más que arena y había militares armados por todos lados. La visita que hicimos a unas ruinas en una zona de arrozales fue también una cosa del otro mundo. Fue en Bali que por primera vez en mi vida dormí en sábanas de seda.

En Tailandia justo el día que llegamos hubo un golpe militar. El guía nos dijo que no había que preocuparse, que el asunto no iba a pasar a mayores. También me perdí en el aeropuerto y se armó un relajo sabrosón: acabé en un bar del aeropuerto cotorreando en la barra con unas hermosas aeromozas que creyeron que me las cotorreaba cuando les dije el clásico: “I am lost”. Pero al final del día me logré reunir nuevamente con el grupo de mexicanos. Fue en Tailandia donde más sentí la influencia del budismo. Templos hermosos, muchos de ellos laminados en oro, por dentro y por fuera. Los caldos tailandeses son famosos mundialmente por derecho propio, al igual que los de Vietnam. Me llamó la atención los enormes embotellamientos de tráfico que había por toda la ciudad y la cantidad de autos japoneses chatarra circulando en Bangkok. En Tailandia me intoxiqué con chile verde y el doctor me dijo que trankis con el picante, lo cual fue una verdadera lástima, ya que la cocina tailandesa incluye en buena medida un buen de picante, de diferente tipo, color, sabor e intensidad. A Hawaii ya llegamos cansados y fue más bien una estadía para reponernos. Las playas eran maravillosas y había paisajes naturales con mucho viento que quitaban el aliento, literal. En Hawaii vi más turistas japoneses que otra cosa.

En relación a nuestros compañeritos de viaje me acuerdo de una raza bastante molesta de Monterrey, parientes de militar. Al final del viaje prácticamente había que estar loco para compartir su mesa cuando la cuenta del restaurant era libre. Ellos siempre trataban de sacar ventaja y llevar agua a su molino. Y generalmente se negaban a dar propina además de que les encantaba pichicatear lo que habían comido y bebido. Todo se tranquilizó en el grupo cuando se empezaron a pelear entre ellos mismos, se ponían a gritar los unos a los otros y entre las damas se acusaban de prostitutas baratas. En una de esas, se le ocurre a esta pandilla comprar en Indonesia algo parecido a un tótem y ahí lo andaban cargando por todos lados hasta que se los decomisaron las autoridades tailandesas… hubo que llamar al generalote para que éste se pusiera en contacto con la Embajada Mexicana en Tailandia y problema resuelto.

También había un par de yucatecos de la tercera edad muy buena onda que les encantaba comprar joyas y relojes. Recuerdo a la dueña de un burdel que viajaba con una de sus chicas de más confianza. Había gente de Leondres y del Distrito Federal. Recuerdo muy bien un señor, jefazo del periódico El Universal o Excelsior, iba con su esposa, ambos de la tercera edad. Muy discretos y elegantes. También por ahí había unos comerciantes de Guadalajara, mismos que habían decidido darse una vueltecita antes de morirse. Uno de ellos no se iba a morir pronto, entonces se la pasó del tingo al tango en Tailandia e Indonesia. Alguna vez en Tokio pidió un masaje a su habitación y ¡órale!, entra a su habitación una masajista profesional bien fuerte por todos lados y le metió una zarandeada de miedo. Como no estaba acostumbrado a los masajes en serio, pues se la pasó un par de días todo adolorido. Fue después durante el viaje que se sintió de lujo y hasta le quedó agradecido a la masajista.

Ya de regreso en Leondres pagué cara mi osadía. En la preparatoria, la maestra Rosy de biología me hizo la vida de cuadritos y al final no me reprobó. Pero el tipejo de contabilidad, cuyas clases eran indescifrables y mal hechas, casi me truena, me mantuvo a la orillita del precipicio por algunos días y al final pasé de panzazo, no obstante yo les explicaba a mis compañeritos todo lo habido y por haber de contabilidad elemental. Este burro fue para mí un ejemplo sobre lo que no había que ser y hacer en la docencia. Luego vendrían algunos más, pero ésa es harina de otro costal. Finalmente, sobra decir que el único miembro del grupo que procuraba adquirir estampillas postales en los correos de los países a los que iba, pues fui yo, como buen filatelista que soy. Le agradezco la enorme paciencia a la difunta de mi madre a este respecto. Hace pocos años vendí la mayor parte de mi colección de estos países. Todo bajo el principio zen-franciscano de “quiero poco y lo poco que quiero, lo quiero poco”.  ¡Ájale!

Muchos años después, gracias a estos viajes y a una crisis severa de salud, entendí no tanto a dios, sino lo que dios significaba para los habitantes de este planeta… Desde entonces yo feliz creyendo en dios, mas no en Dios…

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