La nota que ha comenzado a preocupar a los actores económicos es el incremento reciente en la inflación. A la mitad de noviembre y en cifras anualizadas ya se encontraba por encima del 7%. Este número, a pesar de ser un dígito, se ha vuelto escandaloso porque representa el mayor incremento ponderado de los precios en los últimos 20 años y porque se posiciona más de 100% arriba del objetivo del Banco Central, que es del 3%.
Hay que reconocer que la inflación que estamos padeciendo tiene un componente internacional. El súbito incremento en la demanda de ciertos productos, el desabasto de microprocesadores y el encarecimiento de los energéticos que ha obligado a un aumento del precio de los combustibles y de los costos de transporte, han abonado al encarecimiento de los insumos productivos.
Estados Unidos, por ejemplo, con un incremento en los precios del 6% está transitando por su mayor índice en 3 décadas. Eso nos pone en igualdad de circunstancias y le quita la presión inflacionaria al tipo de cambio. La volatilidad observada en el peso mexicano con respecto al dólar obedece a otros factores relacionados principalmente con la incertidumbre en varios rubros: desde quién encabezará la junta de gobierno del Banco de México hasta los riesgos contractuales inherentes a la Reforma Eléctrica.
La inflación en sí no es mala, y menos cuando no es muy alta. Regularmente, cuando hay crecimiento económico, la demanda se anticipa y la oferta tarda un tiempo en alcanzarla. En ese periodo es normal que se genere una inflación controlada como consecuencia colateral del dinamismo de la economía.
El problema es cuando la alta inflación se sostiene en el tiempo y se incrementa, generando una vorágine de la que luego es muy difícil salir. En el México del siglo pasado lo sufrimos en varias ocasiones, con inflaciones de hasta 3 dígitos, que obligaron incrementos en las tasas de interés similares, devaluaciones de la moneda obscenas, paralización de los mercados financieros, fuga de capitales y crisis económicas de antología.
Aquellos eran otros tiempos. No contábamos con Reservas Internacionales ni con la autonomía del Banco Central, actuales diques de contención contra las inflaciones y contra las crisis. Sin embargo, eso por sí solo no es garantía ni nos blinda de forma incondicional.
Claro que una inflación por encima del incremento salarial afecta a los bolsillos de los ciudadanos, sobre todo cuando las alzas en los precios están enfocadas principalmente en las gasolinas, en la energía eléctrica y en los alimentos.
No es para que nos preocupemos, pero sí para que nos ocupemos. Banco de México debe ejercer su monopolio monetario y actuar con responsabilidad. Debe restringir la política monetaria, sí, pero sin asfixiar la economía. En muchos de los precios que se han disparado el gobierno tiene injerencia, también podría contenerlos.
El fantasma de la inflación ha vuelto, aunque ya no nos asusta como antes.