¿Quiere debatir o quiere agredir?
¿Quiere persuadir o quiere insultar?
¿Quiere reformar o quiere pelear?
Son algunas de las preguntas que debe responder quien desee introducir cambios en una comunidad. Con estas cuestiones, el transformador se puede interrogar así mismo, o alguien se las puede plantear.
Dichas preguntas son esenciales pues a través de sus respuestas aflorará el espíritu del reformador de instituciones o el instinto del fajador y pendenciero. En sus respuestas se asomará su disposición personal, indispensable para guiar las instituciones y los proyectos.
Es un lugar común, los cambios generan resistencias. Por ello, conviene cuestionarse la forma comunicativa acerca del cómo las oposiciones naturales se habrán de atenuar, neutralizar o reconvertir.
Desde luego, en un sistema hay instrumentos coercitivos -laborales, fiscales y judiciales-, además de mayorías avasalladoras, que, aunque son un recurso que se inscribe más en los ámbitos de la estrategia y las tácticas políticas, su uso también comunica la voluntad autoritaria o democrática, los pactos de impunidad o el imperio de la ley.
Del lado de la comunicación, del discurso y de la narración, si lo que se busca es dialogar para convencer para transformar, se eligen argumentos e información, datos y razones, emociones y nociones que persuadan al mayor número de participantes en la decisión y en la opinión ciudadana. Es decir, la comunicación del poder se usa para poder convencer con razones a ciudadanos racionales que son sensibles a propuestas razonables.
A veces, el reformador tiene en su escritorio argumentos, datos e información valiosa para persuadir a su público, sin embargo, ese transformador sucumbe ante la estridencia de los adjetivos hechos etiqueta que descalifica, se monta en la pretensión exagerada que rosa la demagogia, se engancha en el insulto fácil que exacerba su rijosidad.
Bajo esa lógica comunicativa, de mensaje y de conversación, no hay diálogo, si acaso el monólogo del que sólo se escucha así mismo. Lo que se pretende es agredir para exhibir, insultar para pelear y agradar a su séquito. Parado en esa tribuna se expelen adjetivos que descalifican y denigran, groserías que lastiman e inflaman pasiones, sinrazones que confunden y contribuyen al marasmo de la opinión ciudadana.
¿Quiere dialogar o quiere confrontar?
¿Quiere convencer o quiere fustigar?
¿Quiere transformar o quiere denigrar?