Nota de: Latitud Megalópolis
El conocimiento es poder”. Esa frase siempre me recuerda aquella escena de Juego de Tronos en la que “El Meñique”, personaje que situaba su poder en una considerable red de espías por gran parte de los siete reinos, rematando con esa frase una amenaza directa realizada contra Cersei Lannister, quien tenía en ese momento el control casi absoluto del trono.
El golpe de realidad tocó con fuerza el rostro del empequeñecido “Meñique”, al verse en segundos maniatado por los guardias reales quienes apuntaron sus armas contra él por la orden directa de ejecutarlo, misma que segundos después, cambió Cersei por una nueva instrucción, dejarlo vivo.
Entonces, ¿El conocimiento es poder?, no, en realidad el poder es “poder” y ya.
Lo anterior es una ejemplificación práctica de lo que es el poder, y cómo es que no tiene una forma definida. Entre sus propiedades, el poder es maleable y se amolda a múltiples situaciones, cohabitando la vida misma junto con todos.
El poder es una expresión propiamente humana que se ha visto tergiversada negativamente, haciéndolo ver como algo perverso; un tabú que se volvió complejo y negativo sobre su origen y existencia; se convirtió en algo que nos enseñaron a temer, a no huir, soltarlo de inmediato; y ciertas veces eso ha hecho que muchas personas no sepan qué hacer cuando lo tienen.
El poder no puede ser poseído, por más que He-Man quiera hacernos creer lo contrario, el poder es algo intangible, sin forma, y no se puede tener entre las manos o tomarlo de un estante; por eso el poder en sí es una expresión humana, una expresión que se ejerce o no.
La relación que tiene el poder entre individuos es un juego en el tablero. Cada quien juega con lo que tiene a la mano, siempre ha sido así. Antes de que el Estado tuviera el monopolio de la fuerza, era el más fuerte quien doblaba los demás a voluntad, luego la fórmula empezó a enredarse conforme se complicaron en sí, las relaciones humanas.
Así salieron a relucir otros elementos de poder, distintos a la coacción, como lo es el económico, que en sí era el poder de dar o quitar algún bien o servicio; o el elemento que algunos llaman “liderazgo”, que en sí es la posibilidad de influenciar a otros por carisma, atracción, respeto o argumentos, a hacer o no hacer algo, sin que opongan resistencia alguna.
Nicolás Maquiavelo y su obra, El Príncipe, se volvieron, en general, algo negativo, por las malas interpretaciones y el abuso “maquiavélico” cometido en su nombre.
En sí, no es que Maquiavelo haya instruido a la gente a ser tiránica, y ejercer una astucia sin escrúpulos, sino que en su obra dio una visión realista del fenómeno del poder, para que quienes estuvieran involucrados en él, pudieran ejercerlo de la mejor forma; pudieran decidir correctamente en un juego que en muchas ocasiones no respeta reglas, treguas ni buenas intenciones.
La política es una de las tantas caras que tiene el poder, y las elecciones en sí, podemos conceptualizarlas como, “la guerra desde otros medios”, porque contiene múltiples conceptos bélicos, como “campaña” y “cuarto de guerra”, sólo que cambiaron las armas por el discurso y las aeronaves por publicidad en medios de comunicación y redes sociales.
La política en sí la debemos ver como un conflicto entre los intereses de unos y de otros, conflicto que no en todas ocasiones se resuelve por la fuerza, transitando en la actualidad casi siempre en el terreno de la diplomacia; la negociación de un punto medio entre dos o más fuerzas.
Debemos estar conscientes que el fenómeno del poder no necesariamente se puede observar en lo macro, en esas grandes batallas que existen, sino que cotidianamente lo podemos ver, y vivir, quizás, sin darnos cuenta del todo.
Existen cotidianamente esas luchas a pequeña escala, como lo establecía Foucault, aquellas “microluchas” que encarnan propiamente el fenómeno puro del poder que no le pertenece a nadie, sino que es representada de mejor forma como una estrategia, que se ejerce de manera natural por el ser humano.
Una tensión que desencadena ciertas acciones que ponemos en el tablero, y la respuesta de los otros jugadores a esto; así como nuestras propias reacciones a lo que los demás hacen frente a nosotros o a nuestras espaldas.
Esas luchas a pequeña escala, son una cuerda que jalamos y jalan, una cuerda que tiramos para hacer que el otro ceda, de alguna forma, a la fuerza que nosotros estamos ejerciendo, a nuestra voluntad, no buena ni mala, sino simplemente nuestra voluntad.
Nicolás Maquiavelo planteaba algunos consejos para ejercer el poder, mismos que se actualizan al día de hoy, a pequeñas y grandes escalas, desde las actividades de gobierno, hasta nuestra cotidianidad.
1. “Pocos ven lo que es, pero todos ven lo que aparentas”. No habla de engañar, sino aprender a detectar cuando nos quieren tomar el pelo; tener bien medido el pulso de la mentira para descubrir a los lobos vestidos de ovejas.
2. Cuidar nuestros pensamientos. No habla de no decir lo que sentimos, sino de no decírselo a cualquiera; decidir con un criterio mesurado a quien o quienes transmitimos lo que pensamos, para que no puedan usarlo en nuestra contra.
3. Observar la naturaleza humana, para aprender a separar a quienes en esencia son viles y podrían hacernos daño, de quienes realmente valen la pena.
4. Existen generalmente dos formas de combatir, a través de las leyes y por la fuerza. Maquiavelo hablaba de que cuando algo no pueda resolverse por las leyes, tomar las cosas por la fuerza, requería que golpeáramos con la fuerza del león pero con la astucia del zorro.
5. Evitar a los aduladores, de aquellos están llenas las cortes reales. Estas opiniones en realidad no sirven de mucho, más bien sirve la verdad, pero sólo hay que permitirles a ciertas personas decírnoslas, para que no cualquiera nos falte al respeto.
En sí, al analizar el fenómeno del poder nos damos cuenta cuán cotidiano es, y cómo es que no es propio únicamente de los gobernantes, no sólo es propio de las grandes guerras, sino que se integra en nuestra cotidianidad; como en nuestras relaciones dentro del hogar, el ámbito laboral, la relación fugaz que tenemos con la persona que nos atiende en un establecimiento, entre otros muchos entornos. Siempre existe esa cuerda invisible que nos jala y que jalamos, esas batallas que lidiamos a pequeña escala por poder.
Lo anterior vuelve imprescindible que estemos listos para lidiar con cualquier microlucha a la que nos tengamos que enfrentar, y para ello existe el empoderamiento, que, en cierto sentido empieza con eso, una lucha.
Claramente no podemos adquirir poder pidiéndolo por favor, mucho menos suplicándolo, tenemos que tomarlo por los medios que tengamos, sacudiéndolo todo si es necesario; siendo cautelosos, pero golpeando con fuerza cuando necesitemos hacerlo. Todo al momento justo.
Esta es una carta sobre el poder, para las sociedades del presente y futuro.
Datos del autor:
Licenciado en Derecho por la Universidad Veracruzana
Consultor Político y de Comunicación/ Humanista/ Escritor y poeta/ diletante de la fotografía.
Xalapa, Veracruz; México / Twitter e Instagram: @JAFETcs / Facebook: Jafet Cortés