–Gobernar es hablar de lo requetebién que van las cosas, aunque la realidad me contradiga -declara El Predicador de la aldea- por eso, desde el Salón de la Prédica en el Palacio del Predicador, no censuramos sino que reconvenimos a los alborotadores, a los divulgadores y a los parloteadores.
A estos aguafiestas de las cifras vistosas del Poder, antes los controlaban con monedas para truquear la libertad de expresión, era un negocio turbio de estilo neoliberal clásico. A la palabra hablada le faltaba más escrúpulo y a la palabra escrita le sobraba menos recelo. Publicaban para que les pagarán. Recibido el pago seguían hurgando para obtener más datos con los cuales ponerle precio a la censura, les gustaba hablar para que los callaran, les fascinaba escribir para que les rompieran las cuartillas. Había un mercado de habladurías y chismes que se cambiaba conforme a la ley de la oferta y la demanda.
No somos iguales. Nosotros ya no les pagamos tanto como antes. El pago sigue siendo una millonada, pero más controlada. Y ni sueñen que les pagamos a los que nos contradicen. En las Diez Tablas Ortodoxas del Poder Propagandístico aconsejan insistir en que “no pago para que me peguen, pago para que me adulen”. Antes cualquiera pedía para el chayote y cualquiera se espinaba con gusto. Ahora sólo pagamos a los que con sus palabras respaldan la Enésima Resurrección porque hablar bien debe ser una acción transformadora.
A los críticos no se les censura con más dinero. Qué va, qué viene. La censura se puede ejercer con austeridad republicana. Dejamos de pagarles a los que hablan con otros datos. Van a ver, o se doblan o se quiebran, porque los informadores son las rémoras de las finanzas del Poder.
Ya ven, hasta un hermano resulta incómodo, los habladores también llegan a armar borlote y azuzan a los aldeanos nobles y sabios, ¿para qué preocupar a la aldea?
Hablar es gobernar y dejar hablar a los Otros es como dejarlos gobernar a sus anchas, así los tenían acostumbrados los corruptos que iban a la Universidad, aprendían a robar, regresaban a la aldea a saquear. Eso ya no ocurre.
El Poder Supremo no se deja sermonear. La prédica debe ser como un ramillete de flores en la que nada desentona. Nos quieren exhibir. No se los permitiremos. La Enésima Resurrección prescindirá de la censura monetizada al estilo neoliberal clásico para pagar una Censora de Notas Calumniosas de la Resurrección, de medio pelo, de medio cachete, de segunda mano, porque los censores neoliberales se dejaban pedir.
Una Censora de Notas Calumniosas de la Resurrección pondrá orden y cuidará que se insulte con propiedad, sin vulgaridades. Nada de censura. A los hablantes y publicantes sólo descalificarlos para darles su merecido, dejar quemadas sus maledicencias, chamuscadas sus estadísticas y tatemadas sus visiones contrarias al Poder Supremo.
Que no se nos olvide que en el altar de la palabra se adora al Predicador, aunque se burlen.