Criterio independiente – El Predicador (VI)

—El Jerarca de esa localidad habla…, habla…, y…, habla desde que amanece— se escucha decir al presentador por las bocinas del monitor, mientras en la pantalla se difunden imágenes del primero entre los ministros gesticulando y levantando el dedo índice, un dedo que ha sacado de apuros al mandamás del lugar cuando está agotado, ese dedo entrenado para señalar sí o no, un dedito amaestrado, así, en diminutivo por el cariño que le tiene el ministro superior a su extremidad, un dedito al que sólo le hace falta hablar y por no poder hacerlo, esa mudez lo vuelve casi perfecto. Miro mi propio dedo índice y apunto al reloj en la pantalla de mi teléfono portátil. Confirmo que ya pasan de las seis, la hora de promulgar en esa aldea para animar al pueblo a comulgar con los mismos sentimientos.

Me distraigo. Vuelvo a observar la calle a través de la ventana abierta al horizonte. Ahí están los ofertantes bulliciosos, unos posicionados en estand portátiles y distinguibles por letreros manuscritos con el menú y las promociones, otros de pie en tiendas móviles equipadas con luminarias de bajo consumo de energía, altoparlantes y visualizadores publicitarios. Observo a esos comerciantes gritones que no se atemorizan frente a los multianunciados establecimientos de comida rápida o de mercaderías novedosas que facturan millones de monedas. Para tranquilizar a mi espíritu solidario formulo suposiciones, a lo mejor las campañas de publicidad mundiales, con su influencia en el consumo de comida para llevar y la compra de mercancías envueltas en bondades formidables, también han contribuido a darle un tono glamoroso a la venta de productos de ingesta diaria del transeúnte porque a los ofrecedores verbales se les escucha a través de un megáfono y por medio de sofisticados drones que sobrevuelan por las cabezas de los aldeanos caminadores y también, las pequeñas aeronaves sin tripulación, a través de sus altoparlantes reproducen las letras y las tonadas características del canto comercial —Lléééveee suuu guaaajooolooo cooombooo—. Guajolocombo, paquete autóctono de comida rápida, traducible como guajolota o turky combo que incluye una torta de tamal -pan blanco partido por la mitad, al centro un preparado a base de masa de maíz- y líquido digestible; combo equiparable a un muffin and american coffee de Dólar Estrella o a un padella e cappuccino de Café Italiano a las afueras de la sede la de Organización de la Pluriversidad (OP) y en cientos de puntos de venta en varias aldeas del Pluriverso. En esas elucubraciones me he mantenido inmerso sin poner atención a las declaraciones del jerarca de esa aldea, hasta que volví a escuchar al locutor del noticiero reseñar lo que había dicho el primero entre los ministros, este último es quien, por designación oficial, ahora es mi jefe ya que me acaba de nombrar representante ante la OP; valga precisar en la disciplina gregaria, su representante personal, aunque sea un vicio repetirlo, su de él, suyo de él y de nadie más.

—Madre mía, santo el de mi devoción predicadora— pongo pausa en mis diálogos internos, centro mi atención en las noticias tele transmitidas.

—El Jefe Máximo de ese colectivo social califica a sus oponentes de alienígenas y extraterrestres— se oye sintetizar al reportero asignado a cubrir los dichos y hechos del residente del Palacio del Predicador; la teletransmisión deja que se escuche el audio con la voz del mandatario en turno: —las rudas que me critican son de Venus y los toscos que me cuestionan son de Marte— acusa el poderoso dirigente de esa urbe a través de la cámaras que le muestran con el rostro rojo, color que tiñe su cara con tono de enojo.

Listo. Se acabó el programa. Apago el televisor poco antes de las 7 de la mañana.

 

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