“No puede cambiarse todo aquello a lo que te enfrentas, pero nada puede ser cambiado hasta que te enfrentas a ello.“
-James Baldwin
El Piloto británico Lewis Hamilton, a través de la Comisión Hamilton, creada por él mismo, presentó hace unos días su primer informe respecto la falta de inclusión de personas negras en la industria de los deportes de motor en el Reino Unido. A la par del diagnóstico, el informe de la comisión plantea acciones concretas en la generación de mejores oportunidades educativas y de desarrollo para la comunidad negra. El documento ha suscitado serias y profundas reflexiones por parte de quienes organizan la F1, en especial de Stefano Domenicali, CEO de dicha competencia, quien ha expresado el deseo de trabajar al respecto.
Más allá de declaraciones políticamente correctas o de buenas intenciones, me parece que lo que más importa aquí es la labor de Hamilton, su antecedente y todo lo que falta por hacer. La comunidad negra lleva más de medios siglo luchando arduamente porque se les reconozca, y esto es algo sumamente ofensivo, como seres humanos. Desafortunadamente no son el único grupo que ha experimentado marginación y exclusión a lo largo de la historia.
Mujeres, indígenas, homosexuales, personas con capacidades diferentes, hay una larga de lista de personas que por una razón u otra han sido desplazadas por una cultura blanca eurocéntrica que ha decidido a capricho quién avanza y quién no. Desde hace décadas existe una despertar de consciencia en aquellos que han sido históricamente reprimidos e ignorados, estos grupos han alzado la voz casi al unísono bajo un sentimiento de hartazgo, cansados de que se les considere ciudadanos de última categoría, y a veces ni eso.
En muchos sentidos soy consciente del privilegio que mi color de piel me ha concedido, considero que uno de los grandes retos de las sociedades actuales consiste en combatir estas terribles desigualdades que han relegado a comunidades y personas a la pobreza perpetua, a la muerte y al olvido, a la no existencia.
Es verdad que en años recientes se ha avanzado mucho en materia de legislaciones que inhiban la discriminación e incentiven la inclusión, pero también es verdad que muchas veces estos avances no van más allá del papel. Necesitamos, y de manera urgente, ser más empáticos, comprender que vivimos en un mundo sumamente diverso y que no avanzaremos como sociedad hasta que no se logre que todos los sectores de la población gocen de los mismos derechos y oportunidades.
Debemos entender que nuestro color de piel, origen socioeconómico, orientación sexual, aspecto físico y un largo etcétera, no deben y no tiene por qué ser un determinante en las posibilidades de obtener más y mejores oportunidades de vida.
Todos hemos sido parte de este sistema desigual, pero muchos hemos tenido la fortuna de correr con mejor suerte, toca a todos, y a quienes en ocasiones hemos disfrutado de la bonanza, cambiar actitudes, reaprender y desaprender. Es un trabajo diario, personal, que nos ayudará a construir una mejor sociedad, más justa, más equitativa y con menos dolor.