La alimentación es básica para nuestra salud, y así como existen alimentos que ayudan a cuidar la piel y prevenir su envejecimiento, hay otros que pueden dañarla.
Aunque en el mercado existan cremas, sérums y pócimas que, como máquinas del tiempo en formato líquido, prometen devolver a la piel su lozanía de hace 10 o 20 años, sin embargo el cuidado de la piel, del escudo contra los agentes externos y la radiación del sol, empieza desde dentro, con la alimentación.
Al igual que otros órganos esta necesita de nutrientes específicos que le ayuden a conservarse, a mantenerse elástica y regenerar tejidos. La alimentación es muy importante. Por ejemplo, un alto consumo de azúcares y harinas refinadas, pueden generar alteraciones en el organismo que se reflejen en la piel, provocando acné.
La carne roja, las proteínas de origen animal, al tener un proceso digestivo diferente al de las de origen vegetal, quedan retenidas durante más tiempo. Entonces los residuos se empiezan a liberar por los poros de la piel, provocando la aparición de acné y espinillas. Además, estudios como el presentado el año pasado por investigadores de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, relacionan el consumo de carne con enfermedades degenerativas.
Su contenido de ácidos grasos saturados y colesterol, junto a la oxidación lipídica que tiene lugar durante su producción, almacenamiento, digestión y metabolización, puede causar alteraciones en el organismo, como la contribución a la oxidación corporal, si se consume carne roja de forma habitual. Esto se refleja en la piel, provocando una deshidratación celular que da lugar a una piel apagada y falta de elasticidad.
Consumir alcohol disminuye la oxigenación de la piel y le hace perder elasticidad al afectar a la producción de colágeno. A largo plazo, produce un envejecimiento prematuro al afectar directamente a la asimilación de la Vitamina A. Esta sustancia también produce una reacción inflamatoria que se traduce en poros más dilatados, aparición de telangiectasias y hasta rosácea facial.
Los lácteos pueden ser los culpables directos de los brotes de acné. Son ricos en grasa, pero su opción desnatada o sin lactosa no es mucho mejor, ya que la lactosa, incluso hidrolizada en galactosa o glucosa (en las leches sin lactosa), convierte a la leche en un alimento con un alto índice glucémico. Además, las bacterias que contienen los yogures, pueden alterar la microbiota intestinal, aunque normalmente esto es positivo, en algunas personas puede provocar enfermedades dermatológicas autoinmunes como dermatitis o psoriasis.
Hay personas que, sin ser intolerantes al gluten, padecen cierta sensibilidad a esta proteína sin llegar a ser celíacos. Los síntomas pueden reflejarse en la piel en vez de a nivel digestivo, no apareciendo diarrea ni distensión abdominal, pero sí brotes de dermatitis herpetiforme, una erupción crónica, caracterizada por ampollas y protuberancias en la piel, además de una gran picazón.
Carbohidratos no integrales, al tener un índice glucémico alto, los carbohidratos no complejos o no integrales, como el pan blanco o la pasta, fomentan la inflamación cutánea, rompiendo el colágeno de la piel junto a la elastina, favoreciendo la ruptura de la elasticidad de la piel. Algo que también ocurre con los alimentos fritos y rebozados, además de los ricos en grasas trans, que desestabilizan la glucosa en sangre y fomentan la generación de sebo. Lo que se traduce de nuevo en brotes de granos y acné. Además, una dieta basada en la ingesta de alimentos ricos en este tipo de grasas, que son ácidos grasos insaturados, formados durante el proceso industrial de convertir aceite líquido en grasa sólida; aumenta el riesgo de enfermedades cardíacas, principal causa de muerte en los adultos.
Un alimento no determina tu salud, ni para bien ni para mal, por lo que la clave de una piel saludable está en llevar una dieta en la que el mayor porcentaje de los alimentos que se consuman sean saludables.