Por Gustavo Cano
Conocí al buen Tsuyoshi Hirose en Nancy, Francia, a mediados de los ochentas del siglo pasado. Un tipazo el japonés, andábamos juntos para todos lados con mi hermano y un canadiense que se llamaba Richard y que se especializaba en cuestiones de ser Chief. Era la Francia de Miterrand y el mundo del menso de Gorvachov.
Fue una época maravillosa, donde íbamos disfrutando las estaciones del año semana tras semana. Todavía se usaba el Franco, el Marco Alemán, el Schilling Austriaco, la Lira Italiana, la Peseta Española, etc. Todos estábamos inscritos en los cursos de francés para extranjeros en la Universidad de Nancy II. Mi hermano y yo nos hospedábamos en los dormitorios de la Escuela Normal de Nancy. Ahí tuvimos como compañeros permanentes a un par de Ghaneanos, muy divertidos, el primero de ellos tartamudo y el otro muy joven, muy dinámico. Ambos nos platicaban de manera entusiasta las hazañas y aventuras golpistas de Jerry Rawlings. A ambos les encantaba cocinar en los dormitorios. Los olores de su cocina se revolvían con los olores de la cocina de los otros inquilinos, principalmente árabes, y teníamos unos alucines mentales de origen aromático.
Cada vez que podíamos mi hermano y yo nos tomábamos un fin de semana largo (Vie-Lun) y rondábamos en los alrededores: Alemania, Suiza, Italia, Luxemburgo, Bélgica, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, etc. Las vacaciones las aprovechábamos para recorridos un poco más largos: España y Marruecos, Polonia, Turquía, la Unión Soviética, Yugoeslavia, Egipto, Israel, Noruega, Suecia y Finlandia, Irlanda, Rumanía, etc. Es en este contexto que nunca, jamás olvidaré mis breves estancias en Gaza, Paris, Madrid, Estambul, Zúrich, Estrasburgo, Oslo, Berlín, Beersheva, Berlín del Este, Stuttgart, Jerusalén, Moscú, Leningrado, Kiev, Auschwitz, Cracovia, Helsinki, Estocolmo, Marrakech, Luxemburgo, Dublín, Bucarest, Bruselas, Lyon, Toledo, Cannes, Burdeos, Aviñón, Barcelona, Andorra, etc. Casi todos estos viajes los hicimos por tren.
Es en este contexto en el que se fue desarrollando una magnífica amistad con Tsuyoshi. No nada más era la experiencia de vivir en Francia, comer y beber de lujo, y convivir con los franceses del este, sino que también era toda una aventura antropológica convivir juntos los mexicanos, el canadiense y el japonés, además de unas guatemaltecas buena onda, el gringo John de Texas, el gringo ruso, un brasileño egocentrista, un libanés que se tomaba fotos en todos los rincones de la universidad, una chica siria medio gandaya, tres-cuatro franceses despistados (pero excelentes personas, muy nobles y que ayudaron enormemente a la adaptación) y árabes por todos lados.
Las anécdotas con Tsuyoshi en particular son memorables. Alguna vez estábamos mi hermano y yo comiendo en el restaurant universitario y acabábamos de abrir una lata de chiles jalapeños enteros, mexicanos, picosos. En eso llega Tsuyoshi y después de saludar, se echa un chile entero en la boca, lo medio mastica y se lo traga. Se armó un desmadre, por decir lo menos.
En otra ocasión fuimos al cine los cuatro. Al final de la función nos hallamos una cartera en los asientos de la sala. Los mexicanos la abrimos para ver de quién era. Así supimos que era propiedad de un joven francés despistado, cuyo domicilio se ubicaba en nuestro camino a nuestros respectivos domicilios. Pasamos a su casa, tocamos el timbre y una aterrorizada madre nos abrió la puerta, supongo que nunca la había visitado la banda extranjera: un japonés, un canadiense y un par de mexicanos. Le entregamos la cartera del hijo y ella nos dio las gracias, además de mostrarse sorprendida porque la habíamos hallamos en el cine… El resto del fin de semana nos la pasamos tratando de entender por qué Tsuyoshi estaba furioso. Él nos dijo que en Japón, si se halla una cartera, simplemente no se abre y se le entrega a la autoridad más cercana para que ella se encargue de devolverla a su dueño a través del departamento de cosas perdidas. Él no entendía y le ofendía el hecho de que los mexicanos habíamos abierto y esculcado la cartera del dueño. Haber devuelto la cartera intacta a la mamá del dueño, era exactamente lo de menos. El canadiense se la pasaba tratando de entender y reinterpretar varias veces lo acontecido desde una perspectiva de choque de dos culturas.
En otra ocasión nos metimos los cuatro a un bar de Nancy. Los meseros se negaban muy diplomáticamente a atendernos y los parroquianos se comportaron de manera grosera. De plano, nos tuvimos que salir. Mi hermano y yo estábamos muy enojados y tachábamos a los franceses de racistas de mierda, Tsuyoshi no le dio mayor importancia al asunto y Richard dijo que los entendía y hasta defendió su comportamiento.
Alguna vez fuimos otra vez al cine. A Richard se le había olvidado su credencial de estudiante y la señorita de la taquilla se negaba a hacerle el descuento para universitarios, ya que Richard le enseñaba su credencial de Canadá o algo así. Bueno, el caso es que poco faltó para que Richard golpeara la taquilla y la señorita ya estaba histérica. Ahí decido intervenir y le digo algo así en francés: “Entiendo que tanta guapura harte, aquí nuestro amigo canadiense trata de darse a entender como estudiante universitario, pero todavía no maneja las formas muy bien que digamos, ¿nos podría dar por favor cuatro boletos de estudiante para entrar al cine?” Los dos estallamos en carcajadas, agradeció el piropo y nos dio los boletos. Richard se la pasó enojado un buen rato, mientras que Tsuyoshi se la pasó analizando y maravillándose de las formas canadienses y mexicanas de tratar con señoritas de taquilla francesas.
Ya al final del primer año de nuestra estadía (yo me quedaba un semestre extra y Tsuyoshi ya se regresaba a Japón), estábamos codo con codo en el examen final de lectura y comprensión francesas. Faltando poco para entregar el examen, Tsuyoshi me hace señas muy discretas y me pide que le enseñe mi examen. El examen constaba de varias preguntas que se respondían escogiendo una opción: A o B. Yo le muestro mi examen y Tsuyoshi se queda petrificado. Él me muestra el suyo y donde él tenía A, yo había puesto B, donde él tenía B, yo tenía A. Yo también me petrifiqué. En eso escuchamos la voz de la profesora: “Messieurs Cano y Hirose, tienen un punto menos por compartir información”. Al final yo saqué el equivalente a 9/10 y a Tsuyoshi probablemente se lo cargó el payaso.
Años después volví a encontrarme con Tsuyoshi en los suburbios nice de la ciudad de Nueva York… Tenía dos hijos pequeños y una esposa muy sonriente. Le iba muy bien económicamente y nos divertimos mucho recordando anécdotas de antaño del Este de Francia. Me confesó que en su vida volvió a hablar ni pizca de francés, pero que se la había pasado muy a gusto.
No sé qué tanto Tsuyoshi era representativo de la cultura japonesa de los ochentas, pero lo que sí sé es que su amistad fue sólida, madura y muy amena. Difícil olvidar su cara de sorpresa ante nuestras peripecias mexicanas y sus carcajadas japonesas ante situaciones surrealistas. Tsuyoshi es de esos amigos que uno podrá dejar de verlos por décadas, pero los reencuentros son siempre festivos y la conversación continúa justo donde se había quedado. Con Tsuyoshi uno siempre aprende algo de forma divertida. Espero tener la oportunidad de regresar algún día a Japón y platicar con Tsuyoshi de todo y de nada en algún restaurant digno que ofrezca la experiencia kaiseki ryori o ya de perdida una visita de ley al Nishiki Market.
Y así, poco a poco uno va cultivando y recolectando a través de la vida amistades muy hermosas y siempre vivas. Mi hermano y mis hermanas, Ángela, Ricardo, Virgilio, Gaby, Felipe, Leandro, Christian, Fernando, Soria, Raúl, Toro, Carlos, Alejandro, Mauricio, Alexandra, el Eche, Fito, Giselle, Arly, Lolis, Luis, Ana Cristina, Paulo, Marce, el Líder Pistoleto, Francisco, Aishwarya, Manuel, Nepo, Euvi, Claudia, Malu, Carlo, Jonás, Pedro, Fausto, Cocó, Juan Carlos, Diego, Juan Pablo, Víctor, Isabel, Lissy, Isaac, Pamela y un gran etcétera. He notado, al más puro estilo del maestro Borges, que mis amistades son más numerosas y concisas conforme más me conozco a mí mismo y me desenvuelvo en lo que me gusta e interesa. Una especie de soportable y disfrutable levedad del ser, una amistad a la vez, un día a la vez.
El asiduo y observadora lector, lectora y lectore se preguntarán con justa razón, ¿qué tiene que ver este artículo con las elecciones intermedias mexicanas del próximo domingo? ¿Qué tiene que ver esto con las puñaladas traperas, el crimen organizado como el gran elector, la brutal corrupción de la clase política, la República de los Agachados, los candidat@s asesinad@s, un presidente con la brújula descompuesta, un pasado-presente-futuro tronadísimo, un sistema educativo para nada presumible, el Gran Jefe Toro Sesgado y sus caminatas a la orilla de la ley, corrupción e impunidad rampantes, un poder judicial colapsante, policías inutilizados e inútiles, 36 años de saqueos sistemáticos y sistémicos…?
Respuesta: Nada, absolutamente nada tiene que ver. Gracias a dios.