Hace diez años, la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos (FAA) degradó a Categoría 2 al Gobierno de México de aquel entonces ya que no cumplía con los estándares de seguridad mínimos que dicta la normativa de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI, por sus siglas en inglés). Esto después de la auditoria que dicha entidad realiza cada década en los países con los que tiene convenios de vuelos comerciales.
Diez años después, parece que no aprendimos la lección y otra vez nos vuelve a pasar: la FAA rebajó a Categoría 2 al gobierno de nuestro país y la noticia no puede ser menos oportuna. Justo cuando la vacunación en Estados Unidos avanza como la espuma, -la gran afluencia de turismo estadounidense en nuestras playas y en la propia Ciudad de México en las últimas semanas dan cuenta de ello- y cuando la llegada del verano supondría un subidón para la economía, llega esta fatal noticia.
Pareciere un chiste de mal gusto, porque justo ahora no es el mejor momento para que este país protagonice traspiés que demeriten su habilidad para cumplir con normativas internacionales, del rubro que sean. La degradación a Categoría 2 pega justo en la capacidad y recursos de los que dispone el Estado mexicano para operar sus aeropuertos con condiciones de seguridad mínima.
Pega en la anhelada recuperación económica esperada por las aerolíneas y por el sector turístico, puesto que si bien esto no es el fin del mundo y al respecto la FAA ha expresado su deseo de cooperar con las autoridades mexicanas a fin de que se recupere la Categoría 1, este proceso implica tiempo. Hace diez años, cuando nos bajaron la categoría, recuperarla le llevo al país cerca de 162 días, es decir, más de 5 meses. Dadas las condiciones actuales, no sabemos si en esta ocasión tomará más tiempo.
Y lo que a mí más me consterna con todo esto es el hecho de que pareciera que en este país vivimos en una suerte de deja vú constante. Empieza un sexenio, se termina otro, y las fallas estructurales de nuestro sistema siguen ahí, intocables. No es asunto menor, puesto que esto se adhiere a la tragedia del metro y a nuestra enclenque infraestructura que se cae a pedazos.
Es un tema de inversión, de descuido y de no entender que si bien siempre es sano tener un Estado que no despilfarre, también es cierto que siempre es sano, y necesario, tener un Estado que se sepa cómo administrar recursos y que entienda que hay rubros en los que estos no se deben escatimar.