La noche de muerte en Iguala

Seis años desde la absurda tragedia de los 43.

El país entero lleva tatuada la injusticia hacia los normalistas y sus padres.

Ellos siguen recorriendo el país en búsqueda de sus restos, de su propia carne, con esperanza.

¿Qué pasó la noche del 26 de septiembre de 2014? Tendremos respuestas y verdades contundentes?

Contundentes.

Podremos seguir caminando sin sanar esta herida que nos recuerda la fragilidad del Estado y de las instituciones?

Es una marca que describe lo inhumano de nuestra convivencia, lo endeble de nuestro Estado de derecho en donde priva el primitivismo de la ley del más fuerte?

Recordemos la metodología de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en Sudáfrica por el Apartheid, que tuvo por tarea escuchar a víctimas y victimarios de actos horrendos contra los derechos humanos.

 

“Para no tomar el riesgo de ir a prisión los criminales tuvieron que relatar voluntariamente, de manera exhaustiva, las historias de sus crímenes entre las víctimas o sus familiares, en un proceso que duró 1888 días, que tuvo lugar en 267 sitios diferentes y que contó con una cobertura mediática permanente”.

Autoinculpación, ostracismo entre sus pares, era parte de lo que había que esperar después de confesar sus crímenes.

Ellos, los perpetradores eran los más interesados en exponer toda la verdad; no habría cárcel para quienes relataron de manera exhaustiva sus crímenes si podían justificar su motivación política.

El método implicó, como señaló Bárbara Cassin integrante de la Comisión y filóloga mundial, “que los principales interesados en decir la verdad fueran los propios criminales”, fomentando con ello una economía del perdón: quien cuenta todo el mal que ha hecho queda amnistiado.

En Sudáfrica se eligió un camino en el que a la postre no hubo reparación del daño, sólo exposición prístina de la verdad de los hechos en toda su crudeza.

Para la Comisión de la Verdad en el caso del Terror Estatal de la dictadura Argentina

 

“después del relato estremecedor de Adolfo Scilingo al describir su participación en los vuelos de la muerte, en los que aviones de la Marina prisioneros vivos eran arrojados al mar”, Scilingo detenido en España, presentó su declaración voluntaria ante el juez Garzón, quien le condenó a 1084 años por crímenes de lesa humanidad. (Hilb, Claudia, Salazar P. y Lucas Martín. Lesa humanidad. Argentina y Sudáfrica, reflexiones después del mar. Katz, 2014).

Con esas sentencias, toda disposición a la verdad por parte de los perpetradores, quedó frustrada.

En el caso de la noche de la muerte en Iguala ¿adonde estamos hoy? Estamos avanzando? Conoceremos los hechos ciertos y a los responsables? ¿Conoceremos la verdad? ¿Los nuevos inculpados revelarán la verdad o moldearán sus verdades para salir lo mejor librados de la espada de la justicia?

Sus hechos y desenlaces aún no se han desvelado paso a paso, como si el pacto de silencio criminal de Estado entre todos los involucrados directa e indirectamente en la tragedia y en esclarecerla, tuviesen hilos de complicidad inconfesables, en una malla maldita que permeó de responsabilidad a la élite gobernante y a las instituciones de seguridad y justicia de ese entonces en los tres niveles de gobierno.

No hay un modelo internacional que garantice la verdad absoluta de lo que pasó y al mismo tiempo la impartición de la justicia para todos los responsables de la tragedia durante y después de los hechos.

Es claro por ahora que no habrá paz, perdón ni reconciliación posible en la nación, sin que la noche de Iguala sea reflejada, genuinamente, en el espejo de las verdades acontecidas.

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