Es cierto que la economía de mercado tiene muchos inconvenientes: puede dar origen a monopolios, externalidades y una desigual distribución del ingreso. Sin embargo, es el mecanismo menos malo que existe para administrar los bienes privados. La historia ha puesto a prueba las diversas posibilidades de sistemas económicos, desde el feudalismo hasta el comunismo, y los ha ido descartando, uno a uno, con el paso del tiempo, hasta quedarse con el de competencia, que es el que prevalece en la mayor parte de las naciones.
Y funciona porque genera los incentivos correctos. Las empresas no producen lo que se les antoja, sino que tienen que escuchar a sus consumidores. Los negocios tienen que brindar los servicios con la calidad y eficiencia que el cliente demanda, o éstos voltearán y se irán con la competencia. El sistema funciona porque los clientes tienen lo que las empresas quieren: dinero.
También es cierto que los sistemas democráticos no son perfectos: pueden derivar en populismos o demagogias. Sin embargo, es el mecanismo menos malo que existe para administrar los bienes públicos. La historia es pródiga en ejemplos de sistemas políticos que han fracasado, desde monarquías hasta dictaduras, las que han ido desapareciendo con los años, hasta consolidarse en democracias, o alguna de sus variantes, que son las que prevalecen como forma de gobierno en la mayor parte del mundo.
Y funciona porque también genera los incentivos correctos. Los gobiernos no toman decisiones de política pública de forma unilateral, sino que escuchan a sus gobernados. Los gobiernos tienen que ejercer su función de manera eficiente y transparente, o los electores se voltearán y votarán por otras opciones políticas. El sistema funciona porque los ciudadanos tienen algo que los políticos quieren: el voto.
En abono a la defensa de esos sistemas, imperfectos pero deseables, Winston Churchill acuñó dos frases que no tienen desperdicio: “la democracia es el peor sistema político… exceptuando todos los demás” y “el vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de la riqueza; la virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de la miseria”.
En momentos económicos y políticos difíciles, como por los que atraviesa actualmente la humanidad, tendemos a buscar alternativas disruptivas, cambios pronunciados que modifiquen radicalmente el estado actual de las cosas. La desesperación hace que olvidemos el pasado y no consideremos que se puede estar peor.
Tanto los sistemas democráticos como los de libre competencia se ven acechados por ideologías oportunistas y radicales que no desaprovechan la situación de vulnerabilidad de cientos de millones de personas en todo el planeta.
No hay sistemas perfectos, todos son perfectibles. A la humanidad le ha costado siglos de hambre, sangre y miseria encontrar los menos malos. Aprendamos de la historia y mejor mejoremos los que ya tenemos, generando los mecanismos que eviten la concentración de la riqueza y limiten el poder. No olvidemos que la reversa también es cambio.