Iniciamos la nueva etapa de la pandemia del coronavirus con una injusta incertidumbre que ha venido conformando no solo la naturaleza letal del contagio sino particularmente la retórica gubernamental confusa y contradictoria de las autoridades sanitarias y del propio ejecutivo federal.
Por las mañanas se asevera que la “pandemia ha sido derrotada” y se “inicia la recuperación nacional”, lo que contrasta con las cifras crecientes de contagio y defunciones que sufre la población mexicana informadas en el show mediático de las tardes transmitido con este propósito. Estos mensajes contradictorios se emiten en medio de las llamadas de auxilio del personal médico del sistema de salud nacional ante el riesgo inminente que corren al cumplir con su responsabilidad en la atención de enfermos en clínicas y hospitales debido a la carencia de equipos e insumos de protección. La improvisación y negligencia del gobierno para enfrentar esta pandemia ya es una sentencia pública y la retórica distractora de la presidencia no puede ocultarlo, cada día hay más conciencia entre los ciudadanos respecto de la naturaleza de la cuarta transformaron y sus verdaderas prioridades.
No obstante, el hecho de que los dislates y ocurrencias del presidente lamentablemente han pasado a formar parte de la picaresca mexicana cotidiana y que cada aparición en la mañanera signifique una interrogante sobre cuál será la ocurrencia del día, la presentación del decálogo del presidente para enfrentar la denominada “nueva normalidad” en esta etapa de resistencia a una pandemia letal causa escalofrío.
En un momento en el que el mortal virus ha cobrado más de 17,580 vidas en México, hay que preguntarse en qué estado emocional y mental se encontraría el presidente Andrés Manuel López Obrador para redactar la revoltura de recomendaciones que presentó como un “decálogo para salir del coronavirus y enfrentar la nueva realidad”. La naturaleza de estos consejos raya en lo absurdo, dado el supuesto objetivo de orientar a la sociedad respecto del significado de esta nueva etapa y las recomendaciones de política pública a observar. Cada día la narrativa gubernamental se degrada en el simplismo ofensivo de quien considera que se dirige a débiles mentales que requieren orientación en la búsqueda de un estado de espiritualidad y aceptación que les permita llegar a sentir alegría por sus carencias y limitaciones, dando por sentado que hay que asimilar la incapacidad para construir un proyecto de vida propio y recuperar el placer elemental de disfrutar los rayos del sol, “Sólo siendo buenos podemos ser felices” dice el presidente. Ante la crisis social que representan los millones de nuevos desempleados y el drama familiar de miles de familias que han perdido a un ser amado ante la pandemia, el presidente pide resignación.
La obsesión de López Obrador por ser un presidente diferente que recuerde la Historia se va tornando en el espectáculo trágico de un hombre extraviado en su responsabilidad de gobernar, que pretende cubrir su incapacidad huyendo de la realidad y refugiándose en un cristianismo difuso del cual él es el único profeta e interlocutor con la nueva feligresía que significa la denominada cuarta transformación, ese es el pueblo bueno al que dirige su verdad, el único que lo comprende y que importa en la mente sofista de quien pretendió dirigir una nación.
Sin embargo, el país inexorablemente tendrá que enfrentar la crisis sanitaria, económica y de violencia generalizada que hoy atenta contra los propios cimientos del Estado mexicano. Si nuestra realidad política carece hoy de los liderazgos requeridos para encabezar la reconstrucción de un futuro posible, éstos podrían gestarse en la creciente protesta social ante el abandono gubernamental que se ha estado experimentando. Novedosas formas de asociación ciudadana y política podrían dar rumbo y propuesta a sectores sociales hoy en orfandad.
No existe una confrontación de liberales y conservadores, con este artificio se pretende encubrir la inconformidad ciudadana ante el engaño de una promesa electoral rápidamente olvidada y la incapacidad de gestión de un gobierno bisoño, y particularmente, por lo que ha significado el naufragio de un líder social que no alcanzó los atributos que demanda el privilegio de gobernar a sus iguales.
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