Imaginando el mundo en Cartagena

La semana pasada tuve el privilegio de participar en el Hay Festival, en la edición correspondiente a la histórica ciudad colombiana de Cartagena de Indias. La invitación siguió a la inclusión de mi reciente libro, ‘94 paradojas para pensar el siglo XXI’, en el catálogo del encuentro.

Se ha citado con frecuencia, y quiero hacerme eco, la expresión de Bill Clinton al referirse al Hay Festival como el Woodstock de las letras. Vivida la experiencia, puedo dar fe de que la metáfora es más que cierta. Se trata de un encuentro de los protagonistas de la hispanidad, donde coinciden desde consagrados, como los novelistas Sergio Ramírez y Javier Cercas, hasta autores emergentes, con la presencia de invitados especiales de la intelectualidad angloparlante y europea.

Fueron cuatro días de intensa agenda literaria e intelectual. Disfruté enormemente los paneles sobre novelas o literatura de ficción, muy especialmente el de la laureada escritora canadiense Margaret Atwood y el del Italiano Paolo Giordano. De Atwood había leído ‘Los cuentos de la criada’, pero el conversatorio me sirvió de incentivo para seguir con ‘Los testamentos’, la también exitosa novela que publicó en 2019. Atwood ratificó la visión que ha defendido en numerosas entrevistas: su obra debe entenderse como “ficción histórica”, marco desde donde expresa su adhesión a causas como los derechos de las mujeres, la inclusión social y el ambientalismo.

Por su parte, la intervención de Paolo Giordano, cuya novela ‘La soledad de los números primos’, yo había leído, fue simplemente cautivadora. Su conversación sobre el proceso creativo de sus obras y las tendencias sociales presentes en nuestro tiempo me interesó sobremanera. La trama de su siguiente novela, ‘Conquistar el cielo’, que traje en mi maleta, tiene especial relevancia: se centra en la cuestión del control afectivo, social y político que otras personas pueden ejercer sobre nosotros. Es un asunto que, ahora mismo, está en el núcleo del debate sobre el futuro de las libertades individuales y el funcionamiento de la democracia.

Entre las muchas actividades a las que asistí, todas cargadas de creatividad y experiencias significativas, quiero mencionar la exposición de la artista venezolana, Menena Cottin, ‘En búsqueda de la esencia’, dedicada a los notables cuentos para niños que ha publicado en los últimos años. La obra de Cottin, de cuidada belleza, entre muchas otras cosas importantes, promueve el respeto a la diversidad humana y al pensamiento plural.

Otra presencia venezolana que quiero destacar en esta relación, la del escritor venezolano Moisés Naím, a quien correspondió moderar dos conversaciones del más alto nivel; una, con Juan Manuel Santos, presidente de Colombia entre 2010 y 2018, y otra, con Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001. Las penetrantes preguntas de Naím al expresidente Santos facilitaron una aproximación a la complejidad del proceso de Paz de Colombia, que en la actualidad atraviesa un momento de creciente incertidumbre. Una problemática, además, asociada a la crisis venezolana, cuya dificultad se incrementa a diario. Santos expuso, de forma muy articulada, su propuesta de legalización del consumo de todas las drogas, para abordar, como ha hecho Portugal, la adicción y otros problemas relacionados con la dependencia de estas sustancias, como prioridad de salud pública.

Debo confesar que escuchar a Joseph Stiglitz, tuvo para mí un sentido muy personal. Es un pensador de la economía al que he leído y seguido y que está presente, de forma categórica, en los contenidos de mi primer libro, ‘Democracia Económica’. Naím centró la conversación en los contenidos de su nueva publicación, ‘Capitalismo Progresista’, libro absolutamente recomendable, que pone énfasis en dos grandes asuntos que determinan la crisis y definen estos tiempos: la desigualdad social y el cambio climático. En la tesis de Stiglitz, la respuesta a ambos problemas pasa por la transición hacia una economía ecológicamente sustentable.

El panel donde participé, moderado por Andrea Bernal, me permitió compartir con el periodista español Guillermo Altares, autor de ‘Una lección olvidada’, y con el académico y politólogo peruano, Alberto Vergara. A partir de la cuestión de la crisis de la democracia a nivel global, coincidí con los otros dos panelistas en el análisis de los populismos, pero no limitado a los promovidos por la extrema izquierda, sino también los provenientes de los nacionalismos y nativismos de extrema derecha, que están socavando incluso a las democracias más avanzadas del planeta, como la de Estados Unidos o la del Reino Unido.

No estuvimos solos en el análisis sobre la crisis de la democracia. La misma Bernal moderó otro panel dedicado a esto, con Sergio Ramírez y Alejandro Gaviria. Fue interesante escuchar a ambos recorriendo el tema en el contexto latinoamericano, remontándose al peronismo, y, sobre todo, a Ramírez, quien estableció diferencias importantes entre los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, por un lado, con el caso de Bolivia, donde subrayó, junto con las críticas necesarias, los elementos reivindicables del liderazgo y gestión de Evo Morales. Ramírez recordó que, también en la derecha latinoamericana, hay liderazgos populistas y de continuismo caudillista, como es el caso del expresidente de Colombia, Álvaro Úribe Vélez.

Que el populismo es percibido como una de las grandes amenazas de nuestro tiempo lo ratifica el hecho de que que, en otro panel, protagonizado por el jurista Allan Brewer-Carías y el editor Sergio Dahbar, lo trataron también, esta vez bajo la perspectiva tan estudiada por Brewer-Carías: la del abuso de mecanismos que se presentan como revestidos de aparente legalidad para destruir las instituciones democráticas, como uno de los métodos que el populismo de cualquier signo utiliza contra el Estado de Derecho.

El tiempo asignado a mi presentación lo empleé en abordar la cuestión desde una visión amplia: la democracia vive bajo un doble asedio. De una parte, los ya mencionados populismos y de otra, los elitismos, también diversos, que propenden a sociedades desiguales. Así, los liderazgos tienden a desconectarse de las necesidades de los grandes sectores de la población, lo que crea una deuda social y una fractura de la representatividad. De esas brechas, por lo general, surgen populismos de izquierda o de derecha.

Si alguna conclusión pude derivar de los intercambios, conversaciones y sesiones a las que asistí como un espectador más, es que el conjunto de ensayos reunidos en ‘94 paradojas para pensar el siglo XXI’ no es un libro solitario. Está en abierto diálogo con otros libros, propuestas e ideas de muchos autores. Como es natural, hay diferencias en los criterios, que enriquecen el debate, pero hay cuestiones fundamentales donde priman las coincidencias: que la democracia está amenazada en el mundo y que es responsabilidad de los demócratas seguir escribiendo, trabajando y luchando para defenderla.

Nos leemos por Twitter @lecumberry.

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