Ahora mismo con una gorra puedo averiguar si estás despierto, si estás dormido, si estás atento. Con un casco, mejor. Podría saber qué partes de tu cerebro se están activando: la visual, la de las emociones, la sensorial. Eso hoy.
Rafael Yuste, neurocientífico de la Universidad de Columbia.
En la novela “La broma infinita”, el autor David Foster Wallace imaginó un super estado de naciones conformado por los Estados Unidos de Norteamérica, Canadá y México. En ese teatro de naciones, las compañías privadas son capaces de comprar los derechos para nombrar a los años calendarios según les convenga. Por ejemplo, uno de esos años a los que hace alusión la novela se llama “Año de la Hamburguesa Whopper”. Así, los otros años en los que transcurre la novela hacen referencia a diversos productos comerciales en lugar de años calendarios denotados por números.
Lo anterior puede sonar a una mezcla de sátira y ciencia ficción, o simplemente a un flujo natural de las cosas cuando se vive en un ecosistema que promueve el capitalismo: todo se puede comprar y vender a un precio… incluso si creías que no lo necesitas. En retrospectiva, una de las cosas que me llama la atención de los años nombrados en la novela es que ninguno de ellos hace alusión a alguna compañía tecnológica. Sin embargo, el tridente formado por Facebook (ahora Meta), Google, y Amazon, son quienes buscan definir contundentemente el ritmo al cual deben bailar millones de ciudadanos en los próximos años.
Año tras año, a través de diseños de producto y marketing milimétricamente planeados, las compañías tecnológicas seducen y categorizan al comprador a través de los smartphones para extraer datos y ofrecerle nuevas formas de experimentar y navegar este mundo cada vez más acelerado. Y lo hacen muy bien, a costa de nuestra concentración, nuestra habilidad de prestar atención a lo que nos rodea. Después de todo, si vamos brincando de novedad en novedad con la guardia baja, ¿aceptaremos cualquier cosa? ¿Productos que quizás no necesitamos, pero que ofrecen una nueva forma de ver y conectarnos con el mundo?
Un ejemplo del 2021, la alianza de Facebook con los fabricantes de lentes Ray Ban. En esta página se puede leer: “¿Estás listo para los lentes inteligentes? Haz tuyos los Ray-Ban Stories, lo último en tecnología para vestir. Nuestros lentes de vista y lentes de sol inteligentes, con cámara y audio, combinan la legendaria tecnología de Facebook y el estilo icónico de Ray-Ban. Con los lentes Ray-Ban X Facebook, puedes tomar fotos, grabar videos, escuchar música y llamadas, además de compartir contenido directamente a tus redes sociales.”
¿Desplazarán los lentes inteligentes (smartglasses) a los smartphones? Si los teléfonos concentran nuestra atención en las palmas de la mano, ¿hacia dónde se trasladará ahora esta atención? ¿Cómo afectará a nuestro cerebro este nuevo dispositivo? Pensando en las generaciones más jóvenes, quienes al final de cuenta son el segmento de la población objetivo, aquí algunos números: de acuerdo con un estudio entre estudiantes, estos sólo logran una concentración de aproximadamente 65 segundos. Otro estudio entre oficinistas halló que, en promedio, pueden concentrarse tres minutos. Esto no se debe a que tengamos una deficiencia neurológica sino a que nuestra concentración ha sido raptada. En palabras del Dr. Earl Miller del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), “tenemos una capacidad cognitiva bastante limitada”. Añade: “Nuestro cerebro consciente sólo puede producir uno o dos pensamientos”. ¿Realmente tiene sentido esforzamos por seguir tres o más redes sociales al mismo tiempo? El ir y venir de nuestra atención viene con un costo que, en un estudio realizado por la Universidad Carnegie Mellon, puede llegar a ser de hasta un 20 % de nuestra energía mental. En otras palabras, vivimos “en la tormenta perfecta de degradación cognitiva”, según Miller.
Pero muchas veces no vemos (o no queremos ver) la tormenta tecnológica hasta que nos damos cuenta de que se ha vuelto ubicua, y pareciera que no queda más que resignarse a adaptarse a los nuevos estándares de conectividad. En este sentido, la agenda de Elon Musk para colocar un implante cerebral en humanos parece seguir ganando impulso con su compañía Neuralink, enfocada en “desarrollar interfaces cerebro-máquina de ancho de banda ultra alto para conectar humanos y computadoras”. El 20 de enero Neuralink lanzó una vacante que generó ondas expansivas en la red, al solicitar un director de ensayos clínicos. La persona que ocupe el puesto estará enfocada a llevar con éxito los primeros estudios de implantación del Neuralink en humanos.
Apenas el año pasado Neuralink reveló un video donde se aprecia a un macaco con un chip implantado que le permite controlar con la mente un video juego de ping-pong. Si bien es cierto que Neuralink establece como primer objetivo “devolver a las personas con parálisis su libertad digital”, ¿cuántas veces no hemos escuchado de Mark Zuckerberg que sólo desea conectar al mundo a través de Facebook? Y sin embargo, allí están los documentos internos que revelan que sus algoritmos están sesgados para promover contenido que incite al odio en la red social e incrementar el número de interacciones que luego se capitalizan en dinero. Siempre parece existir una historia de buena voluntad para encubrir los propósitos reales.
¿Será Neuralink de Elon Musk la excepción? Lo dudo. En 2018 salió a luz un libro muy revelador acerca de las prácticas (no siempre tan transparentes) de algunas empresas tecnológicas para exprimir y capitalizar nuestros datos. “La era del capitalismo de vigilancia”, escrito por la socióloga y profesora emérita de la Universidad de Harvard, Shoshana Zuboff, define desde sus primeras páginas de qué va este concepto. La primera acepción a la definición de capitalismo de vigilancia indica: “Nuevo orden económico que reclama para sí la experiencia humana como materia prima gratuita aprovechable para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas”. En su segunda acepción se lee: “Lógica económica parasítica en la que la producción de bienes y servicios se subordina a una nueva arquitectura global de modificación conductual”. Por si no fuera suficiente, en su tercera acepción se anota: “Mutación inescrupulosa del capitalismo caracterizada por grandes concentraciones de riqueza, conocimiento y poder que no tienen precedente en la historia humana.”
Uno de los datos interesantes que menciona Zuboff es lo relativamente fácil que resulta inferir aspectos de la personalidad que podríamos considerar de naturaleza privada. Por ejemplo, en el libro se hace referencia a un estudio publicado en 2013, donde el grupo de investigadores demostró que los likes que damos en Facebook son capaces de estimar automáticamente con un muy buen margen de precisión el género, la orientación sexual, etnicidad, posturas políticas y religiosas, inteligencia, uso de sustancias adictivas, entre otras. Si este manantial de información se esconde en nuestros likes, ¿qué información podrá extraerse del movimiento de nuestros ojos (o dilatación del iris) con los smartglasses de Facebook y Rayban? En el caso de Neuralink, ¿quién nos garantiza que el patrón de disparos de nuestras neuronas no será usado con fines comerciales (en el mejor de los casos) ajenos a nuestro consentimiento? Más aún, ¿qué pasará si de pronto esta tecnología revela que puede aumentar nuestra potencia cognitiva? ¿Quién podrá pagar este tipo de intervenciones? Recordemos, Nueralink no se trata de una diadema o casco que uno pueda adquirir en una tienda, sino que requiere de la intervención de neurocirujano, personal y equipo altamente especializado para intervenciones de este tipo.
Creo que las tecnologías que abandera Neuralink conducirán a asimetrías cognitivas, una especie de evolución dirigida, pero en beneficio de sólo unos cuantos. O como dice el creador del Cyberpunk, el escritor ciencia ficción William Gibson: “El futuro ya está aquí; sólo que no está repartido igualmente.”