Por: Vidal Garza Cantú
Es desalentador observar la forma en que los partidos políticos de México buscan el poder. Hemos perdido de vista el verdadero propósito de la política. Los políticos cambian de partido como de ropa, y los partidos políticos olvidan su misión y principios al llegar al poder, repartiéndose puestos y recursos para su propio beneficio.
Así, la corrupción y el desorden parecen la regla en las administraciones públicas, ya que los partidos políticos, en lugar de defender su misión, se dedican a ser parte del Gobierno para su beneficio. Este es el mayor daño que la partidocracia ha traído a México. La fusión de los partidos políticos con las administraciones públicas impide una ejecución eficaz y eficiente del Gobierno.
En teoría, el ejercicio del poder a través de la competencia de partidos políticos debería dar lugar a las mejores propuestas y a la elección de los mejores candidatos en libertad democrática. Sin embargo, esto no ha sido parte de la historia reciente de nuestro País y muchos estados, como Nuevo León. ¿Por qué está sucediendo esto?
Me parece que la razón fundamental es que no hemos entendido que la política ha dejado de ser una las formas más sublimes de ayudar a los demás, para convertirse en un negocio para los que la controlan.
Si reconocemos a la política como un negocio, quizás podamos proponer soluciones a este negocio de la política, al igual que en el mercado económico.
Dos principios que funcionan en el mercado y que deberíamos aplicar a esta política como negocio son la máxima transparencia de la información y una máxima competencia sin monopolios.
En la actualidad, la mayoría de los contratos públicos están ocultos, lo que puede sugerir un mal uso y corrupción de los fondos. El refrán “el que nada debe, nada teme” se aplica aquí, ya que la falta de transparencia en los poderes públicos puede interpretarse como un indicio de corrupción.
Podríamos considerar que los tres Poderes del Gobierno -Ejecutivo, Legislativo y Judicial- son corruptos hasta que demuestren lo contrario a través de la transparencia y la rendición de cuentas.
Es urgente que todas las negociaciones de los partidos políticos y todas las acciones dentro del Gobierno sean de conocimiento público. De esta manera, los errores serían visibles y sujetos a crítica constructiva. Con transparencia absoluta, la política como negocio beneficiaría a los ciudadanos, no en la oscuridad a los que la controlan.
Es esencial establecer mecanismos que hagan de la competencia política una realidad tangible. Hoy la falta de competencia permite “comprar” votos con acciones populares para ganar elecciones para luego apoderarse de los recursos públicos que la sociedad le confiere sacando a la ciudadanía del poder alcanzado a toda costa.
Las elecciones deben ser plataformas para debates robustos y confrontaciones continuas entre candidatos. Necesitamos contrastar posturas, no limitarnos a la escasa información proporcionada por anuncios publicitarios manipulados.
La competencia implica, por ejemplo, permitir elecciones primarias para que los mejores candidatos de cada partido compitan de manera justa. Con mayor competencia, podemos aislar los intereses especiales y evidenciar a los votantes ideológicos. Podemos poner a la sociedad en control de su Gobierno, no como ahora que es un espectador silencioso o un beneficiario obediente.
Es hora de que la política vuelva a ser una herramienta para el bienestar de la mayoría y no un negocio de pocos. Pero mientras esto ocurre, veamos a la política como un negocio que no está dando resultados ni beneficios para todos. Hoy no existe ninguna conexión entre si los políticos resuelven problemas y resultan electos.
Para combatir la mala política que hoy padecemos, es fundamental que entendamos a la política como un negocio. Por tanto, se puede fomentar la eficiencia, la innovación y la participación ciudadana con transparencia y competencia evitando que sigan la corrupción, el partidismo y la pérdida de la ética del servicio público.
vidalgarza@yahoo.com