Por: Ricardo Nahúm De la Puente Navarrete
Lo de hoy es tomar partido y renunciar a entender al otro; al de enfrente, al vecino, al hermano, al compañero. Lo de hoy es satanizar o beatificar. Hoy se odia o se justifica lo injustificable.
Hoy, ante un país profundamente dividido y con múltiples crisis simultáneas (económica, social, sanitaria y de seguridad) se vuelve fundamental el diálogo y la negociación, herramientas sin las cuales es imposible encontrar respuestas viables en las que todas y todos estemos incluidos.
Estoy convencido que es posible usar dichas herramientas si y sólo si se entiende a cabalidad que los acuerdos se construyen dejando atrás la cultura del “todo o nada”, sorteando las trampas de los extremos y con base en el respeto de las diferencias, todo ello en beneficio del bien común.
Una vez dicho lo anterior, es toral entender cómo es que llegamos hasta este punto de intolerancia mutua.
Cierto es que el hoy Titular del Poder Ejecutivo Federal ha impulsado una narrativa polarizante en beneficio de su proyecto político, ya que al simplificar la realidad (buenos vs. malos; fifís vs. chairos; conservadores vs. 4T) le permite comunicarse de manera más eficaz con el “pueblo” (grueso de la sociedad mexicana con menos recursos y oportunidades, olvidado por gobiernos pasados), sin embargo, Andrés Manuel López Obrador no fue el origen de dicha división. El origen proviene de un proyecto intelectual, político y económico de un pequeño grupo de personas que impusieron su beneficio personal al general.
Valga un ejemplo ilustrativo… En 2015, según estimaciones de Credit Suisse, el 1% de los adultos mexicanos (poco más de 750 mil) concentraba 36% de la riqueza nacional, mientras que el 50% de los adultos mexicanos más pobres apenas alcanzaba 5.7% de dicha riqueza.
Se trata de una desigualdad abrumadora y fue impulsada por una minoría que se benefició de ella; cómo olvidar que en 2002 la riqueza de los cuatros mexicanos más acaudalados representaba 2% del PIB y en 2014 aumentó hasta el 9%.
Así pues, convengamos que los 30 millones 113 mil 483 mexicanos que votaron por el hoy Presidente coincidieron en que el giro de timón era urgente. Ganó el proyecto que impulsó el poner en el centro del discurso y la acción a los más pobres y, el dejarle claro a una oligarquía que el Estado no estaba a su servicio único y exclusivo.
Hoy, a mitad del camino es tiempo de aquilatar aciertos y errores de la autodenominada cuarta transformación, sin embargo, deben entender los partidarios a este proceso político e histórico que se trata de una revisión constructiva en beneficio de un proyecto por demás relevante, por lo que los mexicanos no podemos darnos el lujo de no debatir ajustes para su mejora.
La autocrítica será piedra angular de cómo será recordado este gobierno y la capacidad de propuesta, debate abierto y negociación será la manera en que será valorada objetivamente la oposición. La meta: Alcanzar acuerdos comprendiendo a lo que no queremos regresar y las razones por las cuales ganó la opción de izquierda.
Bien decía Adolfo Christlieb Ibarrola, expresidente del PAN en tiempos de Adolfo López Mateos: “el diálogo no excluye la controversia, la discrepancia, la oposición o la pasión por las ideas”.
*Politólogo (UAEMéx), Maestro en Gobierno y Políticas Públicas (UP), y cuenta con estudios de Doctorado en Administración Pública (Anáhuac).
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