Conforme pasan los años las facultades físicas y mentales de las personas se deterioran. La movilidad se compromete y el deterioro solo se detiene, en la medida de lo posible, con previsión y cuidados que mejoran el inevitable paso del tiempo. En los países, la edad se ve en las infraestructuras, en las carreteras, puertos, aeropuertos, plantas de energía, medios de transporte masivos, hospitales… En las ciudades, la edad se refleja entre los barrios jóvenes y los viejos, en los sitios de nuevo desarrollo y en aquellos lugares donde el paso de los años va quebrando los cimientos sobre los que se sostiene la vida cotidiana.
La infraestructura es quizás el mejor indicador de lo que viene para un país o una ciudad; cuando florecen infraestructuras, el crecimiento económico se da por garantizado y es por eso que la inversión pública y privada se vuelve fundamental para sostener el ritmo de competitividad necesario para el desarrollo. Así como las infraestructuras dan señales sobre la edad y vocación de futuro, también lo hacen sobre las capacidades de desarrollo fundamentales en la economía de nuestros tiempos.
25 personas muertas y decenas de heridos fue el saldo del colapso de un tramo de la línea 12 del Metro, la más joven de todas, la más cuestionada desde su génesis como proyecto y ahora la protagonista de un debate pendiente que tiene el país.
Más allá de entender sobre responsabilidades y responsables, que no es lo mismo, la tragedia nos hace voltear a ver inevitablemente a las infraestructuras del país, que por todos lados muestran señales inequívocas de agotamiento, obsolescencias, falta de inversión, actualización y cuidado. El país, al ser una de las economías más grandes del mundo, sigue sin tener una visión de largo plazo de la infraestructura, sigue sin entender que no hay desarrollo posible si no hay condiciones idóneas para lograrlo.
Seguimos padeciendo visiones sexenales sobre algo que requiere visiones generacionales, como ha sucedido en Asia, donde sorprendentemente el futuro se ha cimentado a partir del masivo despliegue de inversiones que a la larga están generando la salida de la pobreza de millones de personas. Aquí estamos atascados en el corto plazo y a la falta de visión hay que sumar la falta de recursos suficientes e incentivos alineados que actualicen la infraestructura existente, la mantengan en óptimas condiciones y generen nuevas con capacidades de crecimiento.
Nuestras carreteras con eternos problemas, nuestros aeropuertos de otra época, nuestro Metro sufriendo los estragos de los años; nuestras infraestructuras viejas no reflejan lo mucho que aspira a ser México. Por ello, en este momento de profunda tristeza porque todo lo que no debía fallar, falló, considero oportuno propiciar una reflexión colectiva sobre aquello que ya no puede seguir esperando.
No es casual que el programa de gobierno de Biden para generar empleos y actualizar la competitividad de la potencia, ponga en el centro a la infraestructura, cuya edad se nota en Estados Unidos. Sería buen tiempo para empezar a pensar desde otra óptica, trascendente, que rompa los paradigmas de la inercia histórica del país que reinventa sus planes de infraestructura cada seis años y volteemos a ver el ejemplo de los países que saben exactamente qué capacidades instaladas tendrán en los siguientes 50 años. A nuestro México se le empiezan a ver los años, y parece ser que no queremos volver a ser jóvenes.