Por Isidro H. Cisneros
Uno de los cambios civilizatorios más importantes de todos los tiempos ocurrió durante los últimos 25 años. Lo hizo acompañado del surgimiento y desarrollo del internet y las redes sociales. Fue una transformación tecnológica y cultural que cambió radicalmente nuestra vida cotidiana. Se observó una rápida expansión de la digitalización de los medios masivos de comunicación y se tuvo acceso casi universal a internet, lo cual permitió el despliegue y la ramificación de amplias comunidades virtuales para el intercambio de información. La metáfora de este desarrollo comunicacional estuvo representada por una red, ausente de cualquier estructura centralizada, que funciona a través de un esquema de comunicación de uno a uno, de uno a muchos y de muchos a muchos de una manera simple y a bajo costo. La expansión de la World Wide Web alrededor del mundo, influyó decididamente en la libertad que tienen los ciudadanos para informarse y expresarse. En este lapso de tiempo, internet se convirtió en un extraordinario instrumento de comunicación de masas con importantes consecuencias, tanto en el plano de la socialización entre las personas como en el de la ocupación de los espacios públicos de la política. Desde entonces, sin embargo, no han faltado intentos por parte de los gobernantes para limitar este espacio de libertad entre los ciudadanos.
Es el caso de la propuesta de modificaciones a la Ley Federal de Telecomunicaciones presentada por el partido oficial en la Cámara de Senadores para regular a las redes sociales en lo que se refiere a la libertad de expresión. Derivado de la suspensión de las cuentas de Donald Trump por su incitación a la rebelión para desconocer los resultados electorales en su país y de la inmediata solidaridad que le expresó López Obrador, no faltaron aduladores en el Poder Legislativo para proponer nuevas censuras a las ya existentes. Dicha iniciativa no solo es inconstitucional y resulta violatoria del T-MEC, sino que también representa un peligro más que debe enfrentar nuestra frágil democratización asediada como está por las ocurrencias de la 4T. Alguien debería explicarle a Ricardo Monreal que la historia no es la suma de eventos sin orden y objetivo, sino una serie ordenada de sucesos dirigidos a conquistar nuevas libertades para la persona. Que es un proceso gradual y continuo de liberación social.
Recordemos que entre los valores éticos predominantes de la sociedad moderna destaca la libertad como autodeterminación del individuo. Esta irresistible fuerza magnética que ejerce la idea de la autonomía de la persona se explica por su capacidad para producir un vínculo sistemático con el orden social. Por ello, la libertad es el fundamento de la igualdad política entre los ciudadanos. Actualmente, esa libertad se expresa como una lucha por trasladar la esfera de la autodeterminación a la esfera política. No obstante, a estas libertades se opone el poder en cuanto permanente principio de autoridad y de obediencia absoluta. Es la lucha entre la coerción del Estado y la libertad del individuo, entre la sumisión política y la emancipación social. Representa la tensión que deriva de los intentos por reducir o ampliar los esquemas de libertad, así como de la lucha por definir la naturaleza, la pertinencia y los límites del control gubernamental respecto a la libre autodeterminación del sujeto. El fin último de los ciudadanos es no solamente proteger la libertad individual contra el despotismo, sino hacerla florecer en todos los campos posibles.