“Nadie ignora que estamos insertos en una crisis global de la democracia y que se hace más necesario que nunca defenderla de sus enemigos”, afirman Gabriel Moreno González y Miguel Beltrán de Felipe, profesores de Derecho en la Universidad de Extremadura, y en la Universidad de Castilla-La Mancha, en España. (El País, 31.01.21)
La singularidad de la crisis actual de las democracias, a diferencia de las anteriores, “es que los impulsos que tienden a derribar su arquitectura no provienen de fuera, de elementos exógenos, sino desde el interior de los propios procesos representativos”, aseguran los autores.
Antes, como lo señalan Steven Levitsky y Dabiel Ziblatt en su Cómo mueren las democracias, los regímenes democráticos “morían por golpes de Estado o por revoluciones y que ahora agonizan en los resultados de las urnas”, afirman González y Beltrán de Felipe.
Gobernantes como Trump (Estado Unidos), Bolsonaro (Brasil), Orban (Hungría), Putín (Rusia) y añado López Obrador (México) “fueron elegidos por sus ciudadanos y, en algunos casos, con abrumadoras mayorías”, dicen los académicos.
En su versión estos políticos en sus campañas de manera manifiesta hacen patente su desprecio al Estado de derecho, “pero aun así se les vota, y a veces con plena conciencia de esta afirmación y con orgullo de ir supuestamente contra el sistema establecido”.
Y sostienen que si se quiere proteger los paradigmas liberal-representativo y democrático-social hay que trabajar en dos direcciones: La institucional que exige el respeto a la Constitución y combatir la injusta desigualdad social. Su análisis y propuesta la hacen desde España y para España, pero valen para otras realidades incluidas la de México.
La primera debe hacer frente a los políticos que prostituyen la Constitución. Para eso hay que fortalecer las instituciones propias del Estado de derecho y la función de limitación que éstas deben de jugar frente al poder.
Y la segunda exige poner alto al incremento de la desigualdad social y a la incertidumbre económica en la que viven amplios sectores de la población. La desigualdad “genera exclusión y fractura social, y es caldo de cultivo, aunque no el único, del descontento y de los populismos autoritarios”. Hay que combatir las causas de la desigualdad.
Para eso, advierten los autores, ha que reconstruir la comunidad hoy fragmentada por un “individualismo compulsivo que impide enarbolar adscripciones simbólicas comunes y la identificación mayoritaria con un proyecto conjunto”.
El individualismo en la sociedad moderna está alimentado por “la tiranía actual de la hiperconectividad de las nuevas tecnologías, cuyo mal uso promueve las esferas de autorreferencialidad, de reafirmación de los propios prejuicios y de ausencia casi total de concentración, sosiego y espíritu crítico”.
Y aseguran que en el hoy mucha gente es incapaz de ponerse en la situación y en la perspectiva de quien no piensa como ellos. Esto conduce a que el pacto y la transacción política, que debieran ser normales en democracia, sean a menudo vistos como una traición o una componenda más que como beneficio para la cosa pública.
La amenaza de la democracia exige “construir ciudadanos socialmente comprometidos, políticamente activos y decididamente bien informados (…) que proviene de una educación en conocimientos que haga que la ciudadanía sea consciente del papel que ha de jugar en el mantenimiento del bien común y de la comunidad a la que pertenece”.
Los autores aportan elementos relevantes, para entender la crisis democrática que se genera desde la misma democracia en algunos países del mundo. Es el caso de México, que camina a un autoritarismo donde el poder está concentrado en solo un hombre, el presidente. Como en Estados Unidos es el Estado de derecho y las instituciones quienes deben impedirlo.
Twitter: @RubenAguilar