Cacerolazo, ‘abrimos o morimos’

¿Qué es un riesgo mayor de contagio? ¿Ir a un supermercado y pasar 60 o 90 minutos haciendo despensa y fila en las cajas, subir al transporte público con las aglomeraciones inevitables que implica, o consumir alimentos en un restaurante con las medidas sanitarias que aplicaron rigurosamente durante las semanas en que tuvieron permitido abrir sus puertas?

Las dos primeras actividades continúan operando porque son consideradas esenciales. Los restaurantes no, pero en este punto sería mucho más que apreciado que la autoridad aplicara un criterio de mayor sentido común al determinar qué establecimientos pueden abrir y cuáles no.

No olvidemos además que si bien el incremento de los contagios tiene que ver con la temporada invernal, sucedieron en su mayoría por las fiestas reuniones decembrinas en que las personas no tuvieron las precauciones mínimas necesarias, lo que no sucede en un restaurante, que organiza sus mesas con la sana distancia correcta, toma la temperatura de cada comensal que entra, se asegura de suministrar gel y hace que su personal maneje los alimentos y bebidas con las medidas sanitarias más rigurosas.

Abrimos o morimos, es el planteamiento del gremio restaurantero, y no es una exageración. Desde el encierro pasado, han quebrado por lo menos 13 mil 500 de esos establecimientos en el Valle de México, lo que significa unos 67 mil 500 empleos perdidos.

Mientras en otros países condonaron el pago de servicios básicos, otorgaron apoyos fiscales, asesoraron la negociación de prórrogas para el pago a proveedores y hasta dieron ayudas por desempleo desde el primer encierro, aquí no hubo ningún tipo de apoyo gubernamental.

En esta segunda ocasión, en la CDMX sí hay ayudas, pero son tan limitados, como dos mil 200 pesos para algunos trabajadores del sector y condonación del impuesto de 3 por ciento sobre nóminas, lo que representa apenas 20 millones de pesos de alivio para todo el sector restaurantero de la capital. Si el tamaño de los apoyos no es el mínimo necesario para salir del atolladero, es igual a que no haya ninguno, porque los negocios terminarán quebrando.

La situación para los restauranteros, que en su gran mayoría son empresarios pequeños y medianos, se agrava mientras más se alarga el encierro. Los periodos de gracia para liquidar créditos están agotados y los pagos de obligaciones tributarias, licencias, servicios y cuotas continúan acumulándose. Cerrar definitivamente su negocio no sólo significa quedarse sin nada, sino además con deudas.

No es un hecho aislado ni un problema focalizado. Los restaurantes son parte de una cadena de valor muy amplia: campesinos, pescadores, ganaderos, distribuidores, proveedores de insumos y muchos otros que ven disminuidos sus ingresos dramáticamente, lo que ocasiona la pérdida de muchos otros empleos indirectos. Urge romper ese círculo vicioso y recuperar el virtuoso antes de que la ruina económica sea mucho mayor y con ella la pobreza extrema al punto de la desesperación que puede desencadenar la rapiña, el caos y una muy preocupante agitación social.

La carta abierta dirigida a los gobiernos de la ciudad y el Estado de México, la petición ya firmada por decenas de miles de personas en change.org y el anuncio de muchos restauranteros de abrir sus puertas, a pesar de la prohibición, a partir de ayer, es una prueba fehaciente de la situación desesperada en que se encuentra ese y muchos sectores de la economía.

Es un llamado de auxilio, no de politización, dicen los empresarios restauranteros. El diálogo es la vía y es lo que se busca. Queda claro que hay una pandemia de la que estamos obligados a salir bien librados, con decisiones acertadas, sentido común y responsabilidad.

 

POR ADRIANA DELGADO
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@ADRIDELGADORUIZ

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