Estados Unidos continúa, frenético, el conteo de votos de la elección más concurrida de su historia. Un proceso que, más allá de la estrecha ventaja que recuperó Biden al pasar de las horas frente a Trump, revela la preocupante polarización que vive la Unión. Mientras encuestadores y consultores aseguraban que los “errores” de 2016 se corregirían en el 2020, el escrutinio de votos aún continúa en estados decisivos como Nevada, Arizona, Georgia y Pensilvania.
Esos mismos encuestadores que auguraban una “marea azul” y que afirmaban un repudio al inquilino de la Casa Blanca, se volvieron a equivocar, puesto que los resultados tan estrechos revelan que Trump tiene una base de apoyo sorpréndete; particularmente lejos de las zonas urbanas, el arrastre de Trump es una llamada de atención inmediata a la política.
El sello particular de Trump ha desquiciado a la política tradicional, y en su último enfrentamiento contra Biden -un político de la vieja escuela- demostró que, para el votante estadounidense, ni el pésimo manejo de la crisis sanitaria, ni los constantes desencuentros políticos, valen más que la situación económica. La estrepitosa derrota que supuestamente sufriría Trump no sucedió. Si se confirma la victoria de Biden, tendrá la difícil tarea de reconstruir el tejido y la unidad de una sociedad profundamente dividida que su predecesor alimentó y fustigó.
Esa premisa divisoria sobrevivirá a la era Trump y marcará el camino a seguir para los comicios venideros -es muy poco probable que Biden apueste por un segundo mandato-. Así, el tablero político de los Estados Unidos ajustará las agendas de demócratas y republicanos en un escenario en el que el trumpismo no solamente cabe, sino que al parecer es electoralmente eficiente.
Trump cantó su triunfo acompañado de acusaciones de fraude, que se han extendido los días siguientes. En el país de la democracia, el presidente en funciones y candidato reclama un fraude y amenazan con llevar la elección a la Suprema Corte, porque en plena era digital, los estadounidenses están contando votos llegados a través del sistema postal.
Si algo le faltaba a la crisis de las democracia liberales, era un episodio como este y encima protagonizado por la que se autodenomina la cuna de las libertades; resulta pues que, luego de 160 millones de votos emitidos, hay quienes esperan que algunos sufragios no cuenten, otros que impacientemente esperan su conteo, y en el inter, quedan los ciudadanos que han manifestado todo su poder en las urnas, que han determinado un nuevo equilibrio en las cámaras, pero que sobre todo, han mostrado lo profundamente dividido que está su país.
Espero, por el bien de Estados Unidos y de la tradición liberal en Occidente, que la democracia sea al final un factor de unidad, y que a través del mandato en las urnas el país encuentre un camino que le dé estabilidad política y capacidad de establecer una narrativa que le dé equilibrio a un país cuya influencia en el mundo es crucial.
Mientras el conteo de votos sigue, y el mundo espera expectante el resultado final, hay muchas lecciones que aprender de estos comicios: la irrupción de líderes populistas, los discursos de odio y miedo, el olvido y menosprecio por ciertos sectores de la sociedad y la crisis institucional de las democracias liberales son focos rojos que ya se han encendido en todo Occidente.
Si los electores están tan confundidos y los políticos seductores están sobrevalorados, la lección es volver a escuchar y hablar como espera la mayoría de votantes silenciosos que no son capturados en las encuestas. Se requiere reencontrar la virtud más grande de la política: generar el ambiente de que todos cabemos y podemos vivir en el mismo sitio sin conflicto y con un camino bien trazado.