Un mundo salvaje

Por: Luis Humberto fernández

“Hoy estamos viendo la reedición de las Guerras Médicas, el enfrentamiento entre Occidente y Oriente, un choque de civilizaciones que ha continuado hasta nuestros días”, señala con razón el periodista Luis H. Fernández. La observación, más allá de su carga histórica, refleja un presente donde la tensión global se respira, se vive, se propaga con una facilidad inquietante.

El mundo parece haberse instalado en un estado de conflicto permanente. Las viejas divisiones ideológicas del siglo XX han dado paso a fracturas más profundas: culturales, religiosas, territoriales. No es solo una disputa geopolítica entre potencias, es una lucha por modelos de vida, por narrativas sobre el poder, la libertad y el futuro.

La referencia a las Guerras Médicas –aquel enfrentamiento entre la Persia de Darío y los pueblos griegos de la antigüedad– no es fortuita. Aquella fue más que una batalla por territorio: fue una colisión entre visiones del mundo. Hoy, asistimos a algo similar, aunque con otros actores y tecnologías. De un lado, el bloque occidental, todavía aferrado a los ideales de la democracia liberal; del otro, potencias que apuestan por un orden alternativo, autoritario o híbrido, con discursos antioccidentales cada vez más sólidos.

Pero lo más alarmante es que este “choque de civilizaciones” ya no se libra solo en los campos de batalla ni en las cancillerías. Se libra en las redes sociales, en los medios, en el relato. Es un conflicto que también se pelea en el plano simbólico y que encuentra en cada sociedad sus propios puntos de fricción interna.

Latinoamérica no es ajena. Aunque a veces creemos que vivimos en un margen periférico, somos parte de este juego global. Nuestras decisiones políticas, nuestros alineamientos económicos, incluso nuestras crisis migratorias, están atravesadas por estas grandes tensiones. Somos observadores y también protagonistas de esta nueva guerra difusa, donde las trincheras no siempre son visibles.

Quizá la mayor amenaza de este mundo salvaje no sea la guerra en sí, sino la normalización del conflicto. La idea de que el caos permanente es parte de la vida contemporánea. Que las democracias convivan con guerras abiertas, que la paz sea una pausa excepcional y no una regla.

Frente a este panorama, cabe preguntarse si todavía tenemos margen para imaginar un mundo distinto. Uno donde el diálogo entre civilizaciones no sea una utopía. Donde la diplomacia tenga más peso que los arsenales, y la cooperación supere a la competencia. Suena ingenuo, quizá, pero la historia ha demostrado que las ideas, cuando se sostienen con firmeza, pueden ser más poderosas que cualquier ejército.

Porque tal vez, lo que hoy vemos como un mundo salvaje, solo esté esperando una voluntad colectiva capaz de domesticarlo.