Por: Liébano Sáenz
Los pocos días de gestión de Trump recomiendan al gobierno mexicano actuar con cabeza fría y considerar diversos escenarios para resolver con acierto ante la incertidumbre o la adversidad…
Las señales sobre la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos a las exportaciones mexicanas se perfilan como una realidad. La violación al acuerdo comercial sería flagrante. No se sabe si serán aranceles generales o si sólo serán para ciertos productos. Cuando este texto vea la luz posiblemente haya claridad.
Es una pérdida de confianza en el más amplio sentido de la palabra. Lo es sobre los interlocutores y también respecto de los instrumentos signados para dar un piso de certeza, como es el acuerdo comercial. Lo impredecible ahora deviene de la discrecionalidad de quien tiene el poder y esto constituye una crisis mayor de la relación bilateral. El problema no es sólo del gobierno, es de todos los mexicanos y como tal debe entenderse.
En el pasado México ha sido afectado por determinaciones de sus autoridades sin prever consecuencias ni medir costos e implicaciones. Un gobernante que escucha y toma decisiones con la aportación de expertos y a partir del estudio detenido tendría no sólo menores posibilidades de equivocarse, sino también una hoja de ruta razonable para emprender proyectos o ajustes a políticas sustantivas. Mucho se hubiera evitado si el ex presidente López Obrador hubiera escuchado voces experimentadas y que sus decisiones hubiesen sido acompañadas de estudio y análisis. El desdén de AMLO por la ciencia, la técnica y la experiencia resultó muy caro al país. Se tiene la confianza que la presidenta Sheinbaum actuaría con mayor cuidado. En el caso del presidente Trump, hubiera sido una buena decisión, antes de imponer aranceles a sus socios comerciales, haberse dado el tiempo para estudiar la situación y no resolver arrebatadamente lo que a todos perjudica y que habría anticipado efectos actuando con el cuidado que él y su gobierno no tienen.
Cualquiera que sea la situación, el gobierno de México no debe distraerse de sus objetivos, ni que la opinión pública confunda las responsabilidades de la autoridad con las exigencias del gobierno de Donald Trump. Este es el caso de la lucha contra la inseguridad y el narcotráfico. Ha sido un acierto del gobierno de México cambiar la hoja de ruta para combatir al crimen y la violencia; sin embargo, es preciso entender que es una lucha en el interés del país, cualquiera que sea la postura del vecino del norte. México debe combatir el delito en interés propio y lo debe hacer con energía, claridad y sin concesiones. Además, se debe abordar el plano de la salud pública asociado a las adicciones. La mejor respuesta y lección que pudiera ofrecer México al mundo es revertir el control que el crimen organizado ha ganado en importantes territorios del país. Esto demanda no solo voluntad política y coordinación entre autoridades, también requiere de una amplia y eficaz participación social.
La prudencia va acompañada de la razón y ésta de la reflexión producto del estudio y análisis de las decisiones de política pública. El prejuicio no contribuye, tampoco la arbitrariedad o el capricho. Los pocos días de gobierno del presidente Trump recomiendan al gobierno mexicano actuar con cabeza fría y considerar los diversos escenarios y de esta manera resolver con acierto ante la incertidumbre o la adversidad. Seguramente el gobierno mexicano deberá actuar en consecuencia, pero se debe mantener el principio de la legalidad y del respeto al acuerdo comercial. Reciprocar con tarifas quizás sea la tentación, pero eso puede escalar el diferendo en desventaja de la parte más frágil, esto es, México.
Por su parte, el presidente Trump no ha aprendido las consecuencias de decisiones precipitadas. Los reveses judiciales y las reacciones adversas de los primeros días lo obligarían a un mayor cuidado o quizás son los problemas que ha enfrentado de inicio los que le llevarían a una decisión tan grave como es la de agraviar de manera alevosa a sus socios comerciales.
Las dificultades presentes y futuras requieren de unidad de los mexicanos, especialmente porque se está ingresando a una nueva etapa de impredecibles consecuencias y que pone en riesgo temas fundamentales del país, incluyendo su soberanía. La convocatoria a la unidad no puede darse en el marco de la polarización, tampoco de la superioridad moral que caracteriza a algunos de los voceros del régimen. Se trata de entender que el país es lo que importa y, por lo mismo, es necesario una mayor cohesión entre los mexicanos, tarea que corresponde, principalmente a la jefa del Estado mexicano que debe gobernar para todos.