Por: Fernando Belaunzarán
Al final del sexenio se dio el golpe más espectacular contra el crimen organizado, pero sin la participación del gobierno mexicano. Falta mucho por saberse y hay versiones que hablan de negociaciones secretas, engaños y traiciones que el tiempo corroborará o desmentirá. En lo que no hay duda es que Ismael Zambada, El Mayo, y Joaquín Guzmán López fueron detenidos por autoridades norteamericanas después de aterrizar en el aeropuerto de Santa Teresa, muy cerca de El Paso, Texas. Al margen de las versiones que quizá algún día se vuelvan series de televisión, las implicaciones del acontecimiento podrían ser telúricas.
Hace 14 años, El Mayo Zambada le dijo a Julio Scherer que le aterraba que lo capturaran y que, si eso pasara o incluso acabarán con su vida, todo seguiría igual. De alguna manera, la experiencia le da la razón. A pesar de la detención de capos, algunos de ellos de gran peso específico en sus organizaciones, la industria criminal se mantiene pujante, no se diga ahora que la política de “abrazos, no balazos” les ha dado manga ancha. Los cárteles, sobre todo los dos más importantes, son entramados complejos y trasnacionales con intereses en los cinco continentes que se han diversificado y mueven, además de sustancias ilegales y otros productos codiciados en el mercado negro, cantidades estratosféricas de dinero.
Ahora bien, aunque nadie es imprescindible, la lucha por el liderazgo, para ajustar cuentas o para ocupar vacíos de poder pueden generar violencia desmedida y, por lo mismo, se prende un foco rojo en diversos estados del país, no sólo en Sinaloa. En eso, como en tantas otras cosas, los hechos dirán más que las palabras en un momento en que el tráfico de fentanilo es un tema central de la elección en Estados Unidos, lo cual ha puesto el combate a los cárteles mexicanos como un objetivo prioritario de la agenda de seguridad en aquel país.
Ismael Zambada lleva 60 años en el negocio del narcotráfico y nunca había pisado la cárcel… hasta hace unos días. Diversos libros y testimonios lo colocan en el ala menos violenta, si cabe la distinción, y más discreta y proclive a los acuerdos, tanto con autoridades como con grupos rivales. Por lo mismo, se da por sentado que conoce de primera mano la narcopolítica en las más altas esferas y que, si decidiera ser testigo protegido, sus testimonios podrían ser devastadores para importantes funcionarios de muchos sexenios, incluido el actual, lo cual comprometería intereses de su organización y pondría en riesgo a sus familiares. Quizá eso explique el afán de su defensa por dejar claro desde el primer momento que él no se entregó, sino que fue secuestrado, lo cual ha sido corroborado con diversas filtraciones de sus carceleros.
Pero, si hay algún daño colateral en la operación, es a la imagen de la administración que está por terminar en México y su discurso nacionalista. El informe que envía la Embajada estadunidense a la secretaria de Seguridad Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, es de una pasmosa candidez, pero prefieren hacer como que le creen y, en una de esas, así fue acordado por las partes. Según dicha versión, ninguna autoridad norteamericana tenía conocimiento cierto de la presunta entrega-secuestro-detención hasta que los dos buscados por ellos descendieron de la aeronave en Texas y, por lo tanto, no hay falta de confianza ni de cooperación con el gobierno de López Obrador. Literalmente, ambos criminales les cayeron del cielo en una feliz y muy afortunada sorpresa.
El ego herido es mal consejero y pedirle públicamente una explicación pormenorizada de lo ocurrido al presidente Joe Biden sólo confirma la desconfianza que quieren negar. Por lo pronto, el Partido Demócrata se apuntó un sonoro triunfo que les cae de perlas, porque gran parte de las críticas de los republicanos son dirigidas a su frontera sur. El encarcelamiento del legendario narcotraficante, así esté mermado por su avanzada enfermedad, tiene resonancias simbólicas y le moja la pólvora a Donald Trump, quien exige acciones intervencionistas. En cualquier caso, no pocos en México, y también en Estados Unidos, se truenan los dedos, deseando que El Mayo no hable en lo que le resta de vida.