Por: Fernando Belaunzarán
Las posiciones son claras y, por lo mismo, el dilema también. Esta vez nadie podrá alegar que “no podía saberse”. La disyuntiva es entre dos mujeres que representan proyectos divergentes y la definición marcará el derrotero del país más allá del color de la siguiente administración, pues se perdió la normalidad democrática y lo que se juega es el tipo de régimen político en un contexto de militarización y empoderamiento sin precedentes del crimen organizado, temas que también son de alto contraste entre Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez.
El último debate fue esclarecedor: la candidata oficial no significa moderación alguna, lo cual también se constató en la entrevista que tuvo en Tercer Grado. Tan negada a la autocrítica como apegada a la posverdad, sostuvo sin titubear los imaginarios logros que recita el Presidente en las mañanas con sus otros datos y propone sin rubor la profundización e institucionalización de la regresión autoritaria, contenida en el plan C. Sin exigencia de los periodistas, quienes no le hicieron notar su contradicción con la lucha histórica de la izquierda, promovió hasta el retorno de la hegemonía del partido de Estado en detrimento de la pluralidad, buscando desaparecer a los legisladores de representación proporcional en el Congreso, lo que nos regresaría a mediados del siglo pasado.
Con arrogante indolencia, Sheinbaum se atreve a reivindicar la democracia mientras defiende con ahínco las iniciativas que la destruirían; presume la pacificación del país con el récord de homicidios y desaparecidos; habla de logros económicos en el sexenio con menor crecimiento en cuatro décadas; dice que seguirán fortaleciendo el sistema de salud cuando está en su peor crisis; asegura tener un compromiso con la educación pública enalteciendo a las improvisadas universidades patito Benito Juárez y olvidando la deserción, el rezago, la mediocridad y el adoctrinamiento en el nivel básico, así como el abandono de la investigación, la ciencia y la tecnología; se jacta del fin de la corrupción cuando cada día surge un nuevo escándalo. Tomémosla en serio y hagamos caso a lo que dice: quiere ser la continuadora fiel y obcecada de López Obrador, al grado de plantear un “segundo piso” al desastre que llaman “transformación”.
La alternativa es Xóchitl, quien desde el Senado dio una valiente batalla contra el hiperpresidencialismo autoritario que regresó por sus fueros. Así que es congruente su compromiso con la división de Poderes, la transparencia, el cumplimiento de la ley y la conformación de un gobierno de coalición. Ella no quiere ser monarca, al contrario, se plantea salvar la república, respetando los contrapesos y reivindicando el pluralismo y la planeación de las políticas públicas con base en la evidencia. En lugar de concentrar el poder, apuesta por el diálogo y los acuerdos, admitiendo el aporte que las minorías puedan hacer. Además, y no es poca cosa frente al riesgo del maximato, se manda sola.
En consonancia con su postura a favor de retomar el camino de la transición pactada, entendiendo que no es deseable volver a la situación previa al 2018, sino resolver las fallas, contradicciones e insuficiencias de la transición democrática con más y mejor democracia. La aliancista le pone el cascabel al gato al pronunciarse por la necesidad de enfrentar al crimen organizado y revertir la creciente militarización, despropósito que afecta a las mismas fuerzas armadas. Éstas ya no deben ser utilizadas en labores de naturaleza civil tan variadas como el control de fronteras, aduanas, aeropuertos y puertos, la construcción de trenes y hoteles, el bacheo de carreteras o la entrega de libros de texto. Les encargaron la seguridad pública con la orden de no enfrentar a las organizaciones más violentas, dejando en la zozobra a poblaciones enteras que deben pagar derecho de piso hasta para hacer tortillas, tal y como lo reveló The Washington Post.
Mi voto será para Xóchitl, Taboada y demás candidatos de la alianza. Es verdad que en tan heterogénea coalición hay de todo, pero cuando se incendia la casa no reparas en quién arrima una cubeta. Primero debemos apagar el fuego y luego reconstruir juntos al país.
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