Vivir bien sin trabajar

Fernando Belaunzarán

 

La frase dice más de lo que parece. Claudia Sheinbaum se enorgullece del cambio de paradigma. Presume que ya no es como antes, cuando se pensaba que uno debía ganarse la vida y sacar adelante a la familia con trabajo remunerado. Ahora, nos dice la candidata oficial, se puede vivir bien sin trabajar, es decir, por el simple hecho de existir, sin mérito o esfuerzo alguno, tus necesidades se satisfacen con suficiencia. No es anhelo, habla en presente. Hemos llegado a la Tierra Prometida… Pejelandia existe.

Ya no se trata de establecer el piso parejo desde el que los más desfavorecidos puedan tener oportunidades que les permitan desarrollarse y, a partir de sus logros, ascender socialmente. El Presidente personifica al Estado que ve por ti, te cuida y provee sin más compromiso que el agradecimiento por terminar con el desalmado neoliberalismo que te obligaba a trabajar para salir adelante.

Así que, en un sexenio perdido, con el crecimiento más exiguo en cuatro décadas, nadie tiene que mover un dedo, no digamos para subsistir, sino para tener una vida decorosa. La declaración de la corcholata destapada es notoriamente falsa y dio para muchos memes, pero, al margen de mentiras y burlas, da luz sobre la idiosincrasia del populismo en el poder.

Lo primero que salta a la vista es el rechazo existencial a cualquier modalidad o grado de meritocracia. Que nadie se distinga por capacidad, ingenio, vocación o tenacidad, echarle ganas es un acto de inadmisible arrogancia que hiere la dignidad de los demás, a quienes no deben hacer menos por su conformismo. En lo único que debe procurarse el esmero es en la obediencia. Eso es lo que abre el camino del éxito, el ascenso de la mano del “partido del pueblo”, representado por su único guía e interprete, el líder máximo que, paradójicamente, los liberó de la “oligarquía” para que puedan cumplir con celo sus designios. Una libertad que incluye correa.

No es casual que planteen la desaparición de los exámenes de admisión a las universidades públicas y que, si debe hacer una selección por razones de cupo, que sea por sorteo. Si el azar decide a los afortunados no se atenta contra la igualdad del rebaño… y si no se necesita mucha ciencia para gobernar o sacar petróleo, mucho menos para recitar el credo matutino de Palacio: narrativa simple, maniquea y adoctrinante. Por eso, en lugar de invertir para tener educación de calidad, la cual genera estudiantes ilustrados y críticos que cuestionarían la verdad oficial, mejor dar becas universales sin ningún tipo de exigencia, para que desde la infancia interioricen que tampoco se necesita aprender para aprobar y pasársela bien con cargo al erario.

Hacen de la mediocridad una virtud, porque su prioridad no es el desarrollo del país, sino el control político de la sociedad. Lo vimos desde la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco, pensado para ser un hub que compitiera con los mejores de América y contribuyera al desarrollo del oriente del Valle de México, para sustituirlo por una ampliación del militar de Santa Lucía, que debe coexistir con los existentes, mantiene la saturación del espacio aéreo y está subutilizado porque no convence a los usuarios. Prefieren un parche que pueda adjudicarse el Presidente a una obra monumental y exitosa que provenga de la administración anterior.

Eso explica el abandono de la investigación científica, tecnológica y humanística, así como de los estudiantes de posgrado en el extranjero. Quienes cultivan el resentimiento como arma electoral no admiten que logros individuales y de élites académicas puedan hacer diferencia ni que elevar el nivel educativo y cultural de la población sea medular para sacar adelante cualquier proyecto de nación. ¿De qué le sirve prepararse a quien pretende hacer carrera en el servicio público si para acceder a altos cargos se requiere 90% de obediencia y 10% de capacidad?

El trabajo distingue al homo sapiens del resto del reino animal, es lo que ha permitido a la humanidad progresar, transformar su realidad y, a las personas, transformarse a sí mismas. El interés debiera ser generar capital humano y trabajos vinculados al desarrollo tecnológico, tal y como propone Xóchitl Gálvez.