Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA
Algo detrás de la penumbra me aterraba en desmedida, por mucho tiempo estuve huyendo, creyendo que, si me esforzaba lo suficiente, el tiempo terminaría soltándome, dejando de susurrar a detalle el momento preciso de mi muerte.
Son correctas, impresionante y dolorosamente correctas, aquellas verdades que aterran: un día ya no estaremos para nadie; un día nadie estará para nosotros.
No es pesimismo reconocer que somos finitos en el infinito universo, que nuestro tiempo está contado desde que nacemos; significa, más bien, el valor de aceptar nuestra mortalidad y todo lo que conlleva, abrazar el realismo puro que nos fuerza a enfrentar la verdad. Somos víctimas de aquel deseo mundano de trascender, aquella mea idílica de inmortalizarnos de alguna forma.
Aunque solemos soñar con lo eterno, estamos aquí de paso. Luchamos incansablemente por no morir, por postergar el limitado tiempo que nos queda; escribimos cartas que se vuelven polvo cuando enfrentan la adversidad del tiempo, palabras que se quedan cortas en el camino a la inmortalidad; pintamos cuadros que pierden color, fenecen; creamos estructuras que poco a poco comienzan a derrumbarse. Vivimos vidas que se deslizan presurosas rumbo al inevitable olvido.
Algunas melodías, trascienden; algunos discursos son abrazados por el colectivo, que prolonga su vida; algunas personas no mueren del todo, logrando el cometido de trascender, dejando que su cuerpo sea devorado por gusanos, mientras sus ideas siguen la lucha cotidiana, ayudados desde otras voces a volar más tiempo del que desde un principio tenían prometido.
Lo cierto es que, hasta la condición de inmortalidad acaba, precisamente en el momento de que nadie viva para recordarles y ningún vestigio de su obra quede para ser testigo de su memoria.
MUDANZA
Estamos de paso y lo que nos rodea también. La esencia primigenia de la humanidad ha sido la migración, buscando sobrevivir, ahora, aunado a eso podríamos hablar sobre vivir dignamente.
Naturalmente nos mudamos de domicilio, mudamos el lugar donde se encuentra nuestro corazón; algunos objetos y personas se quedan en el camino, así como algunas menos se van con nosotros a la nueva locación, donde estaremos otra temporada más, permaneciendo el tiempo que haga falta antes de volver a migrar, ya sea por deseo propio o porque la vida nos lo exija sin aceptar negociación alguna.
EL TIEMPO QUE NOS QUEDA
¿Cuánto tiempo nos queda?, ¿treinta años?, ¿treinta meses?, ¿treinta días?, ¿treinta segundos?, no sabemos con certeza, porque no tenemos la seguridad del momento preciso en el que la vida se terminará para nosotros. Una moneda al aire, gira dispersa, no sabe cuándo va a caer aquella cruz que dictará el fin de nuestro tiempo.
Todo termina en un problema de probabilidad, ¿cuál es la probabilidad de que muramos?, dependiendo de factores intrínsecos y extrínsecos aparece un resultado cuantitativo que nos dicta algo que puede o no suceder. Sólo nos queda, independientemente de aquella deducción lógica, utilizar de mejor forma el tiempo que nos quede por vivir.