Tragedia en el corral

Alexis Olvera columnista

Por. Alexis Olvera

En una granja que tenía 32 corrales donde millones de gallinas resguardaban sus huevos habían un cardenal rojo, un pavo real, un pollito, una mariposa que se creía monarca y un águila real con dos o tres polluelos siempre tras ella. Estos animales voladores disputaban constantemente sobre quién sería la o el encargado de administrar y dirigir tanto la granja como cada uno de sus corrales; estaban tan interesados en esta tarea no porque les importara mantener a salvo los huevos de las gallinas sino porque quien administraba tenía a su disposición todo lo que hubiera en la propia granja: comida, recursos naturales , herramientas, la casa y hasta el tractor.

Como los animales nunca lograban ponerse de acuerdo acerca de quién estaría a cargo y se asumían bastante civilizados, acordaron arreglarse por el método más humano y sofisticado que se les ocurrió: la democracia. El cardenal rojo, seguro de que muchos le decían que tenía el canto más bonito y consiente que sus demás competidores no sabían cantar, fue el primero que propuso -cantemos en cada corral y por el que las gallinas hagan más cacareo y aleteo será el que se quede encargado de ese corral.

Al final quien tenga más corrales a su cargo que sea el administrador de toda la granja-. Los demás confiados en que podrían cantar o en algún otro atributo que los hiciera destacar, como su plumaje o sus colores o su ternura por ser pequeño, estuvieron de acuerdo pero con una condición; si las gallinas y sus huevos serían los administrados o dirigidos entonces debían pagar por la competencia y también darles mucho alimento y provisiones a los competidores por el simple hecho de participar, ya que competir no nada más les parecía el trabajo más agotador sino también el más elevado.

Las gallinas que estaban tan ocupadas poniendo huevos y después cuidándolos aceptaron de facto todo lo que los animales habían acordado; para nada se sintieron parte de lo que sucedía pero mantenían la esperanza de que quizá con una o un administrador podrían descansar y vivir más seguras.

Pasaron días, meses, años e incuso décadas sin que sus esperanzas se hicieran realidad, de hecho todo empeoraba porque ahora además de poner y cuidar sus huevos debían brindarle cada tanto recursos y comida suficiente a los que competían y también a quien administraba o mejor dicho mal administraba porque desde que comenzó a haber encargado tanto en los corrales como en la granja las cosas iban de mal en peor; cada vez se metían más lobos a comerse los huevos pero también cada vez había menos alimento para las gallinas y sorprendentemente cada que se hacía el concurso democrático de canto o que quien administraba visitaba algún corral, aparecían huevos aplastados inexplicablemente.

Nadie se podía entender qué estaba sucediendo, ni las gallinas, ni los competidores ni tampoco quienes administraban.

A pesar de que lo más importante para los animales era ser los encargados de los corrales y la granja no eran tan desalmados como para no tomarse un momento y preguntarse qué estaba pasando con todos los huevos aplastados, quién era el responsable de tremenda atrocidad y sobre todo ir corral por corral prometiendo a las gallinas que atraparían y acabarían con el culpable. Tanto tiempo pasaban entre preguntas y promesas que el cardenal no se daba cuenta que cantaba tanto y tan alto que no escuchaba cuando con sus patas pisaba los huevos; el pavo real iba siempre tan concentrado en sus bellas plumas azules que no se fijan donde pisaba y estrellaba los huevos; el pollito estaba ya tan obeso por tanta comida que al rodarse por los corrales ni cuenta se daba cuando destruía a sus futuros hermanos; la mariposa que se creía monarca no había quebrado aún ningún huevo pero no se daba cuenta que al acercarse a las gallinas las picaba provocándoles hinchazón, dificultad para respirar y hasta a veces la muerte; y por último el águila real distraída o cegada por ser el símbolo oficial de toda la granja además de su administrador general en turno, o quizá también por el constante chillido de sus polluelos que nunca cesaban de pedir alimento no dimensionaba lo fuerte, brusca y feroz que era que con apenas tocar descuidadamente la tierra ya había causado grandes estragos sobre los huevos y también las gallinas.

¡Pobres gallinas! No han entendido o quizá no quieren entender que los corrales y todo lo que hay en ellos son solo para gallinas y sus huevos, no para algún otro animal.