Hasta septiembre de este año cerca de 158 mil personas, principalmente haitianos, venezolanos y cubanos han cruzado el Tapón del Darién con el deseo de llegar a Estados Unidos. La casi intransitable y peligrosa selva que separa Colombia de Panamá no ha sido un obstáculo para los ciento de miles de migrantes que buscan desesperadamente una vida digna. Derecho que sus países de origen les han negado.
En su largo y tortuoso camino en búsqueda del aún persistente y llamativo sueño americano, los migrantes caribeños y sudamericanos tienen que pasar por nuestro país, donde tristemente topan con pared. Aquí, el sueño americano empieza a desmoronarse y estas personas tienen que enfrentarse con la dura realidad de un retorno al sur o de una espera plagada de incertidumbre.
En los últimos años esta catástrofe humanitaria ha ido en aumento y el panorama a futuro para miles de migrantes no parece muy alentador. A las crisis políticas y sociales que viven sus respectivos países, hay que agregarle la falta de voluntad política del bloque norteamericano para proporcionar siquiera asistencia humanitaria a todas estas personas.
El calvario de los migrantes desafortunadamente no se limita a la tortuosa peregrinación que tienen que padecer para llegar a México. Aquí, tristemente, no son muy bien recibidos y tienen que pasar por abusos y humillaciones por parte no solo de autoridades mexicanas, sino de nuestros propios connacionales, como si los mexicanos fuéramos ajenos al drama de la migración y al sufrimiento de quienes la padecen.
En el interín, no queda claro cuál es la estrategia o el plan para mitigar los terribles efectos de esta crisis. Por un lado, en nuestro país existe una ambivalencia absoluta respecto a políticas públicas que atiendan el problema, aunado a que nuestra situación económica es complicada y no contamos con los recursos suficientes para poder atender las solicitudes de trabajo y residencia de tantos migrantes, sin contar el hecho de que muchos de ellos no contemplan a México como una opción.
La otra cara de la moneda la representa sin duda el destino final de la mayoría de estos migrantes: Estados Unidos. El país norteamericano, sumido en una profunda división social respecto a este y muchos otros temas, apena si ha dilucidado soluciones a la crisis migratoria y las promesas de un plan de inversión para Centroamérica en coordinación con México, han quedado solo en eso, en vagas promesas. No existe todavía un plan bien aterrizado orientado a paliar los dilemas económicos y políticos del sur de nuestra frontera.
Al día de hoy, cientos de miles de migrantes venezolanos y haitianos, por ejemplo, vagan por diversos rincones del país, sin ninguna garantía a sus derechos humanos y en espera de que su sueño de pisar tierra estadounidense pueda concretarse. Aunque esa posibilidad es cada vez más remota, los migrantes se aferran a ella, puesto que una vez que lo han perdido todo, esa esperanza es lo único que les queda.