En un contexto en el que Europa se ha quedado sin liderazgos definidos, en el que Estados Unidos
tiene que librar batallas intestinas en su territorio y en el que China calcula pacientemente su
predominio global, tenemos el conflicto entre Rusia y Ucrania que se ha prolongado demasiado y
con consecuencias devastadoras, no solo para los involucrados directos, sino para todo el mundo.
El descalabro de Occidente en esta guerra es más que obvio. Todos los intentos por terminarla vía
canales diplomáticos, sanciones económicas contra Rusia, que paradójicamente han tenido un
efecto bumerang contra quien las impuso, o cualquier otro tipo de negociación han topado con
pared ante la determinación de Putin de lograr su objetivo de convertir a Ucrania en un territorio
satélite de su país.
Si el mundo no había tenido suficiente con todos los estragos que causó la emergencia sanitaria
provocada por el Covid-19, el conflicto en Europa del Este vino a poner la cereza en el pastel,
agravando la crisis económica global con una inflación que ha pegado a todos, especialmente a la
casi siempre fuerte e imbatible economía estadounidense.
Por ahora, hay quienes dicen que el tope máximo de la inflación, por lo menos en nuestro país,
sucederá en septiembre, pero ante un escenario tan volátil y en el que la solución del conflicto
bélico en Europa no se ve cerca, cuesta un poco mantener el optimismo, sobre todo si tomamos
en cuenta el comportamiento tan errático y francamente endeble de las potencias de Occidente.
Este bloque económico, político y cultural se enfrenta a una de sus horas más decisivas en su
historia. Está claro que en muchos sentidos el modelo de sociedad propuesto por Occidente se ha
ido agotando y sus ideólogos y líderes no han sido capaces de poder reinventarse, ser creativos y
entender que la realidad del mundo ya no es la de la Guerra Fría y que lo que importa aquí es la
defensa de los mejores valores de la democracia liberal, más allá de izquierda, derechas, rojos o
azules.
El conflicto en Ucrania puede convertirse en la punta del iceberg de un peligro mayor para quienes
defendemos la libertad y el espíritu democrático. Y que no sé me diga que soy ingenuo, puesto
que reconozco y soy muy consciente de los fallos y omisiones de la democracia occidental, los he
señalado en muchas ocasiones, pero no tengo la menor duda en que, pese a sus defectos, este es
el mejor sistema político al que hemos podido llegar hasta ahora como civilización.
Y eso es lo que está en peligro. Porque carecemos de liderazgos. Porque abundan las voces que
incitan a la división, el odio, y el aislacionismo.
Me parece que no deberíamos subestimar las consecuencias que podría tener la postergación casi
ad infinitum del conflicto en Ucrania y la incompetencia de Occidente para llegar a un acuerdo. Si
bien de este lado la clase política no es digna de presumir, del otro tenemos a un líder déspota,
autoritario y dispuesto a todo con tal de regresarle a su país las glorias del pasado.
Ya una vez Occidente se dio el lujo de no tomarse muy en serio la determinación del actual
presidente de Rusia, y ahí están las consecuencias. Si vuelve a repetir la “hazaña”, puedo que esta
vez no sobreviva.