Me estruja el corazón pensar cómo murieron esos 53 migrantes. Con los labios resecos por la deshidratación, famélicos, asfixiados pegados a la lámina del tráiler tratando de encontrar un orificio que les permitiera aguantar unos minutos más esperando la ayuda que nunca llegó. Me duele Adela, de 28 años, que iba a encontrarse con su madre en Los Ángeles; Alejandro y Margie, recién casados con ganas de formar una familia lejos de la pobreza; los niños Wilmer y Pascal, primos, que salieron de Guatemala buscando ayudar a sus padres.
Me acongojan todos y cada uno de quienes murieron bajo el sol abrasante de Texas. Pero, sobre todo, me enfurecen, porque ninguna muerte de un migrante indocumentado es un destino manifiesto.
Todos pudieron salvarse, si dejamos a un lado discursos polarizantes y nos enfocamos en los beneficios de una frontera segura y vigilada entre México y Estados Unidos. No se trata de estar a favor de un muro infranqueable para los perseguidos o de abrir los puentes internacionales al paso libre y desordenado, sino de utilizar de manera urgente la tecnología a la mano, cuyo uso es respetuoso de los derechos humanos para impedir que otra tragedia enlute a las familias más vulnerables de Centroamérica y México.
Ahí está, por ejemplo, un nuevo dispositivo de la Dirección de Ciencia y Tecnología del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos que puede detectar a personas escondidas entre las paredes de un tráiler. Hay nuevos y sofisticados medidores de temperatura corporal que identifican a seres humanos traficados en dobles fondos. Y hasta micrófonos que registran ondas sonoras inaudibles al oído humano, como las de la respiración.
La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos ya tiene en desarrollo a perros robot capaces de escalar montañas y pendientes peligrosas para hacer inspectores en lo alto que permitan ubicar a traficantes de indocumentados, así como existen drones equipados con cámaras que identifican rostros humanos para su rescate.
La mayoría de esa tecnología ya existe del otro lado de la frontera , y un acuerdo entre México y Estados Unidos, permitiría no sólo compartirla, sino que daría un impulso para que nuestras instituciones desarrollen inventos propios que tengan como objetivo salvar vidas arrancándolas del crimen organizado. Los 53 migrantes asesinados por traficantes de personas en Texas no usaron una ruta exclusiva para ellos, sino que entraron por los mismos senderos que usan los traficantes de drogas y de armas.
Si se combate con tecnología e inteligencia a los polleros y coyotes, estamos al mismo tiempo cerrando el paso a la explotación sexual transnacional de niñas y niños, el envío de fentanilo a comunidades estadounidenses y la llegada de armas de alto poder hasta las manos de los cárteles. La muerte de Adela, Alejandro, Margie, Wilmer, Pascal y 48 migrantes más no puede ser en vano: salvemos vidas y exijamos fronteras seguras y vigiladas.
POR ROSI OROZCO
FUNDADORA DE COMISIÓN UNIDOS VS. TRATA
@ROSIOROZCO