Jaque mate

Hace poco, mi pequeño hijo Enrique me sorprendió gratamente pidiéndome que le enseñara a jugar ajedrez. Confieso que tenía mucho tiempo sin jugar, pero al hacerlo recordé viejas enseñanzas al respecto: el juego de los escaques es como el juego de la vida en muchos sentidos; si se entiende uno, se comprende el otro.

 

Juegas con reglas claras y conocidas pero el resultado siempre es incierto. En un principio las posibilidades de movimientos son infinitas y cada decisión que se tome, por anodina que parezca, influirá en el desenlace futuro del juego. Pero conforme avanzas en el desarrollo de la partida los grados de libertad se acotan y las opciones se reducen. Como sucede en la vida…

 

Gana la partida quien tenga una mejor táctica, pero también quien logre mayor capacidad de improvisación y adaptación, gana quien mueva sus piezas de forma inteligente y vea su estrategia como un todo, quien sea paciente y sepa esperar el momento oportuno para actuar, quien esté dispuesto a jugar un gambito, es decir, a sacrificar piezas en aras de un fin superior, quien sepa administrar sus impulsos hostiles y contener sus pasiones. Además, se debe tener siempre en cuenta que, tarde o temprano, el juego llegará a su fin con el abatimiento de uno de los dos reyes. Pero la muerte del monarca dará paso a la llegada de uno nuevo, con lo que comenzará una nueva partida. ¡El rey ha muerto, viva el rey!

 

En el juego como en la vida, de la posición que se logre alcanzar dependerán la capacidad de movilidad, la libertad de movilización y las posibilidades de éxito. Para ganar facultad de influencia se deben ocupar las casillas relevantes del tablero.

 

Es cierto que el ajedrez formaliza una condición dicotómica ajena a la realidad. En el juego se es blanco o negro, se gana o se pierde, se mata o se muere. Sin embargo, entendemos que es una abstracción ilustrativa. Sabemos que la vida no es así, hay una paleta infinita de colores y tonalidades. Nadie es completamente bueno o absolutamente malo y, sobre todo, creo que, en un conflicto, si se aborda con madurez e inteligencia, todos pueden salir ganadores. No tendría que existir forzosamente un ganador y un perdedor, aunque en la mayoría de las veces esto no sucede.

 

En el ajedrez como en la vida, lo importante es permanecer en el juego. Sobrevivir en todo momento. Un peón, el trebejo menos valorado, puede poner en jaque al rey. Y más aún, si el peón es hábil, perseverante, cuenta con apoyo suficiente y logra alcanzar la línea de salida del adversario, se puede convertir en reina o alfil.

 

Jugar ajedrez no solo es un hábito placentero que une a las familias y pone a trabajar las neuronas. También ofrece importantes lecciones sobre la vida. Y al terminar cada juego, cuando guardemos las piezas, recordemos que al final de la partida el peón y el rey siempre terminarán en la misma caja.