El congreso debería tener el poder de promover el avance de la ciencia y la tecnología, asegurando a los inventores, por un minuto limitado, el derecho exclusivo sobre sus obras.
(Todas las leyes sobre patentes se ampararon en esta Declaración). Congreso de los Estados Unidos (1787).
No es casual que las naciones libres hayan sido la fuente de innovación tecnológica. Una vez más, un sistema económico favorable a la investigación científica, la aceptación de riesgos empresariales y la libertad del consumidor fueron manantial de la creatividad y el mecanismo para propagar la renovación en todos los sentidos.
George Shultz, secretario de Estado Norteamericano (1986).
Recuerdo que, durante una reunión social, uno de los asistentes puso sobre la mesa la siguiente pregunta para estimular la conversación: Si pudieras exportar una característica de los mexicanos, ¿cuál sería? Dos respuestas quedaron grabadas en mi memoria. La primera, su aguante; la segunda, su ingenio, su inventiva. Creo que podemos estar de acuerdo con estas respuestas, ¿cierto?
También creo que podríamos estar de acuerdo en que si algún mexicano(a) tiene una idea que logra culminar en una invención que se explote comercialmente, las ganancias que genere de su invención irán a sus bolsillos. Muy probablemente parte de esas ganancias las use para pagar algunos préstamos (al banco, a la familia, amigos, etc.) que haya requerido para ir desde la concepción de la idea (invención) hasta su comercialización exitosa. Nada es gratis: las invenciones no surgen por generación espontánea. Requieren no solo de dinero sino también de las invenciones y servicios de otras personas, centros de investigación (públicos o no), oficinas de transferencia tecnológica, redes de contactos especializados relativos al ámbito de la invención, así como instituciones nacionales e internacionales que permiten proteger la invención a través de patentes, por mencionar algunas.
A simple vista puede parecer que son muchos los potenciales involucrados en el “negocio”, que no se va a generar suficiente dinero para pagar a todos su “tajada” o que va a quedar muy poco para el inventor. Si bien es cierto que algunas patentes no se explotan comercialmente durante años, cuando lo hacen pueden generar dividendos muy jugosos. Permítame un ejemplo.
Lugar: Cambridge, Massachussets, Estados Unidos. Si uno camina por Main Street en dirección al puente Longfellow que cruza el río Charles, hasta hacer esquina con Vassar Street, se encontrará a mano derecha con el Instituto Koch para la Investigación Integrativa del Cáncer del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, por sus siglas en inglés). Si uno deambula por ese rumbo notará distintos centros de investigación y laboratorios especializados líderes en el mundo en temas que van desde neurociencias hasta inteligencia artificial, así como empresas biotecnológicas que marcan el paso de la industria. Para ponerle números (y no precisamente la de los edificios), en la intersección de Vassar y Main Street no sólo confluyen calles sino también ideas que generarán (o lo están haciendo mientras lee) entre el 1 % y 2 % de la economía global del futuro. En otras palabras, es un nodo de innovación tecnológica líder a nivel mundial.
Volviendo al Instituto Koch para la Investigación Integrativa del Cáncer, allí labora un profesor que se ha ganado el mote—y mucho más—de “El Edison de la Medicina”. Después de graduarse como ingeniero químico, Robert S. Langer realizó estudios de posgrado en Medicina. Esta visión multidisciplinar ha llevado al profesor Langer a ser un pionero en lo referente a liberación controlada de fármacos utilizando nanomateriales e ingeniería de tejidos. Su laboratorio es uno de los más productivos a nivel mundial, y no sólo de publicaciones científicas. A lo largo de más de 30 años en el MIT ha desarrollado un proceso que acelera el ritmo de descubrimientos, y que luego salen de la academia para volverse productos en el “mundo real”: sus descubrimientos científicos van de la investigación al desarrollo comercial en tiempo récord.
Algunos números del profesor Langer: más de 1,500 artículos científicos, citado es más de 352,000 ocasiones; es el ingeniero más citado de la época moderna, y el cuarto más citado de manera individual en cualquier campo. Cuenta con más de 1,100 patentes licenciadas o sublicenciadas a más de 400 compañías del giro biotecnológico y farmacéuticos, así como de dispositivos médicos. La investigación realizada en su laboratorio ha incubado a 40 empresas, de las cuales algunas existen de manera independiente o bien fueron adquiridas por otras empresas. En conjunto, se ha estimado que su valor de mercado ronda los $23,000 millones de dólares. ¿Recuerdan la vacuna de Moderna? Langer es uno de sus cofundadores y posee aproximadamente el 3 % de las acciones. Al momento de escribir estas líneas, Forbes ubica el valor monetario de Langer en la cifra de 1.9 billones de dólares.
Las palabras de Ralph Waldo Emerson, “La invención genera invención”, bien pueden aplicarse a la historia del profesor Langer. Parafraseándolo también podemos añadir que la invención genera inversión… y muy buenos dividendos.
Se puede pensar que esta clase de historias sólo pueden tener lugar en países desarrollados. Yo más bien creo que el talento (en su sentido más amplio) está más o menos distribuido a lo largo y ancho de México, pero no así las oportunidades o ecosistemas que permitan el florecimiento de la ciencia, la tecnología y la innovación, los “motores de desarrollo” como suelen nombrar los políticos a esta terna en su discurso. Sólo en su discurso, porque en las acciones parece que están quedando a deber. Y mucho, no sólo a usted o a mí, sino a futuras generaciones también.
Una de las más recientes preocupaciones entre la comunidad científica es lo que contiene el anteproyecto de la nueva Ley de Ciencia y Tecnología, que formalmente lleva el nombre de “Anteproyecto de iniciativa de Ley General en materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación (HCTI)”, la cual se puede consultar en el portal de la Comisión Nacional de Mejora Regulatoria (CONAMER). En específico, el segundo párrafo del Artículo 36 del anteproyecto se lee: “Por tratarse de obras de interés para el patrimonio cultural nacional, el Consejo Nacional será el titular de los derechos de propiedad intelectual derivados de las actividades y proyectos que financie, salvo pacto en contrario y sin perjuicio de los derechos morales implicados.”
El detalle es que la autoría intelectual es de quien la genera. Más aún, “el derecho moral se considera unido al autor y es inalienable, imprescriptible, irrenunciable e inembargable”, como se lee en el Artículo 19 de la Ley Federal de Derechos de Autor. Y en el Artículo 18 de la citada ley se menciona que “El autor es el único, primigenio y perpetuo titular de los derechos morales sobre las obras de su creación”.
Bajo esta perspectiva, luce difícil que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) realmente esté echando a andar los motores de desarrollo que tanto necesita México. Pareciera que la titular de CONACyT, en lugar de tender puentes entre la academia y la industria (de por sí poco vinculadas), erosiona el terreno donde podrían surgir innovaciones que, como en el caso de Langer, tienen la posibilidad de generar derramas económicas de billones de dólares, impacto social en beneficio de la sociedad mexicana (pensemos en el tratamiento de la diabetes, por ejemplo), y la creación de empleos que tanto se requieren para reactivar la economía tras una pandemia mundial. Por lo que se ve, lo que resta del sexenio no estará exento de más confrontaciones entre el sector académico e industrial con CONACyT, porque pareciera que se cumplen las palabras del historiador norteamericano Henry Adams, “La hostilidad del Estado se cierne sobre todo el sistema o ciencia que no fortalezca su brazo”.