En la Península de Yucatán, se encuentra la mayor parte de la Selva Maya –corazón del imperio maya–, la cual, se extiende a través de más de 30 millones de hectáreas a lo largo de México, Guatemala y Belice. Constituye el bosque lluvioso tropical más grande de México y, es la segunda selva de este tipo en América Latina, después del Amazonas. Selva que alberga una gran diversidad de flora y fauna silvestre, muchas de ellas endémicas, además, es el sumidero de carbono más importante, no sólo de México, de la región del Caribe.
Desgraciadamente, la Selva Maya pierde cada año un poco más de 80 mil hectáreas forestales, entre el 2001 y 2018 se perdieron aproximadamente 1,5 millones de hectáreas de cubierta vegetal, producto de una ganadería extensiva, expansión de la frontera agrícola –mono cultivos–, infraestructura turística, industrial y urbana, tala ilegal, incendios forestales, y claro, los megaproyectos, que aunque impliquen modernización para la zona –como el Tren Maya-, platean desafíos adicionales para la conservación y continuidad de los ecosistemas.
Otro factor que interviene, y que ha ocasionado graves conflictos socio-ambientales son las políticas públicas implementadas en la región, programas de asistencia enfocados a mejorar la productividad del campo, pero lo único que han fomentado son la destrucción y fragmentación de los ecosistemas naturales, mediante el cambio de uso del suelo y el agotamiento de los recursos existentes, fenómeno que ha provocando un proceso continuo de desruralización, afectando la permanencia de las comunidades mayas, la salud de los ecosistemas, la generación de servicios ambientales y la permanencia de cientos de especies silvestres.
Ante tales conflictos, es prioritario diseñar e implementar –a la brevedad– estrategias de adaptación y resiliencia basadas en los ecosistemas, teniendo como meta, favorecer a las comunidades rurales y pueblos originarios, desarrollando una nueva gobernanza ambiental del territorio, fortaleciendo el tejido social y diversificando las actividades productivas.
Ahora bien, es importante reconocer el valor cultural y natural de la región, como un motor de crecimiento, de no actuar de forma responsablemente y sostenible, se corre el riesgo de perderlos a causa de políticas y decisiones egoístas, carentes de una visión sustentable.
Por otro lado, el perder cobertura forestal hará más susceptible a la región ante los efectos del Cambio Climático, las proyecciones de los modelos climáticos para los siguientes eventos no son nada alentadores, tendremos una naturaleza extrema y en algunos casos podría ser peor de lo previsto, sólo recordemos los impactos producidos por el huracán Wilma en el 2005.
Del mismo modo, existen otros riesgos asociados al Cambio Climático, como: incendios forestales, inundaciones recurrentes, sequías más prolongadas, disminución en la disponibilidad de agua para consumo humano y agrícola, disminución en la productividad agrícola, pérdida de biodiversidad y cambio en la composición de los ecosistemas, lo que sin duda afectará a la infraestructura, a las actividades económicas y productivas, principalmente a los grupos más vulnerables.
Es indiscutible, la carrera por salvar nuestro planeta ha comenzado, y superar la crisis ambiental en la que vivimos, es la meta. La solución es simple, y está en nuestras manos, debemos realizar cambios radicales en nuestra actitud y hábitos, ser más responsables, es simple; vive como quieras, pero no contamines, no desperdicies, no destruyas, cuida y protege tus recursos naturales y biodiversidad, los animales y las plantas son únicos y maravillosos, habitan el Planeta antes que nosotros –es de ellos–, respetemos su tiempo, nuestra continuidad como especie humana depende de protegerlos, no desperdiciemos la oportunidad.