Imperios de la mente— El oro azul

 

 

 

Autor: Dr. José Martín Méndez González

 

Michael Burry contactó al gobierno varias veces para ver si alguien quería entrevistarlo para saber cómo sabía que el sistema colapsaría años antes que nadie. Nadie devolvió sus llamadas. Pero fue auditado cuatro veces e interrogado por el FBI. La pequeña inversión que todavía hace se enfoca completamente en una sola mercancía: el agua”.

La gran apuesta, Dir. Adam Mckay.

Creo que podemos estar de acuerdo en que una de las cosas que aprendimos bien en nuestras clases de química fue la fórmula del agua: H2O. Es decir, dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno forman el compuesto vital. Estudios sobre el origen de los elementos químicos han llevado a cuantificar la abundancia de los elementos en el Universo conocido. Así, de acuerdo con los datos recabados, el hidrógeno es el elemento más abundante en el Universo conocido, el helio (sí, el que se usa para inflar los globos) ocupa el segundo lugar, mientras que en tercer lugar tenemos al oxígeno. Podríamos pensar que no tendríamos que preocuparnos por tener agua disponible por mucho, mucho tiempo. Después de todo, sólo es cuestión de saber combinar tres átomos de dos de los elementos más abundantes en el Universo y ¡Shazam!, agua para todo mundo.

Pero entonces, ¿por qué la realidad es otra? ¿Por qué si el planeta Tierra está cubierto en un 70% de agua no podemos garantizar el acceso al agua potable a todas las personas? Una parte del problema es, precisamente, dónde y cómo está almacenada el agua “dulce”. Cerca del 97 % del agua en el planeta es salada y se encuentra en los océanos; el agua “dulce” constituye sólo un 2.5 %. De ese 2.5 % de agua “dulce”, una gran parte está almacenada en los glaciares y casquetes polares (68.7 %), es decir, no muy accesible. Así, el resto del agua “dulce” está almacenada en mantos freáticos (30.1 %) y/o localizada en la superficie (1.2 %), es decir, en los ríos, pantanos, lagos, etc.

El aumento sostenido de la población a nivel mundial obliga a ocupar mayores terrenos para la agricultura o la ganadería, y, por lo tanto, mayor uso de agua para el riego. Este crecimiento poblacional empuja a las personas a migrar a las ciudades, incrementando la demanda de bienes y servicios como el agua potable. El cambio climático afecta los tiempos e intensidad de las sequías, o bien, causa precipitaciones por arriba del promedio, dañando cultivos e infraestructura. Con este bosquejo mental de un efecto dominó, ¿quién podría culparnos por no ver en el agua un potencial y seguro mercado de inversión? Parece ser una apuesta segura para hacer dinero.

Uno de los antecedentes en el tema de privatización del suministro de agua potable para los ciudadanos se dio en Reino Unido durante la administración de Margaret Thatcher en 1989. En ese entonces, las concesiones y la infraestructura física para el transporte y suministro de agua se vendieron completamente al sector privado; el gobierno no tenía participación alguna. Este sistema de gestión del agua fue único en el mundo. Se creyó que, por estar manejada por el sector privado, la calidad del agua y el servicio mejoraría, y que los precios serían competitivos.

¿Qué sucedió? De la noche a la mañana, las compañías comenzaron a cortar el suministro de agua a aquellos deudores. David Hall, profesor de Ecología Química de la Universidad de Greenwich, recuerda un caso en particular: una compañía cortó el acceso al agua potable a 11,000 ciudadanos que no habían pagado su recibo. Un reportaje recoge algunas escenas de 1989 de personas haciendo fila, y más de un viaje, para recolectar agua para sus casas. Una mujer muestra su indignación al mencionar que ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial habían tenido que hacer fila por agua. ¿Qué pasa si no tienes empleo y no puedes pagar el recibo? A la compañía probablemente no le importe si lo que busca es la maximización de utilidades. Diez años después, se aprobó una ley en Reino Unido que prohibía a las compañías cortar el suministro de agua de los deudores.

La investigación del Profesor David Hall reveló a la luz pública las verdaderas máquinas de hacer dinero de estas compañías… y sus 30 años de prácticas abusivas (e. g. “inflar” facturas, evasión de impuestos) para incrementar sus márgenes de ganancia cada vez más. Auténtica mentalidad de tiburón sobre un recurso vital.

Otro ejemplo: Australia, uno de los continentes más secos y cálidos del planeta (cómo olvidar los incendios masivos en 2020). Allí, el agua para riego se puede comprar a través de una aplicación de teléfono celular, y los precios varían conforme a la oferta y la demanda. Una de las medidas del gobierno australiano ha sido racionar el agua dependiendo del grado de consumo de tal o cual sector productivo. Esto también contribuye a que el precio del agua se vea afectado por la especulación y el cambio climático, ya que existen precios para cuatro posibles escenarios o estaciones: húmedo, promedio, seco y extremadamente seco. Su unidad de comercialización es el millón de litros (Mega litros), y los precios pueden ir desde $74 dólares para la temporada húmeda hasta los $303 dólares para la temporada extremadamente seca. Sin embargo, en el pasado los precios han alcanzado los $700 dólares por Megalitro. Recordemos, la escasez de agua seguirá creciendo, pero ¿lo hará también nuestra economía? ¿Cualquier ciudadano podrá contar con la garantía de pagar su recibo?

Otra forma de inclinar la balanza en la dualidad oferta/demanda es incrementando la oferta, invirtiendo en investigación y desarrollo en nuevas tecnologías que permitan reutilizar el agua de manera más eficiente (plantas de tratamiento de agua) o bien, en el desarrollo de tecnologías que permitan tratar el agua salada (de la cual hay un 97 %) y volverla “dulce” (desalinización).

Precisamente, hace un par de años, el Profesor Huanting Wang del departamento de Ingeniería Química de la Universidad Monash en Melbourne, Australia, mostraba el funcionamiento de un filtro capaz de tratar el agua salada para obtener agua potable en menos de 30 minutos, utilizando energía solar. El filtro está fabricado utilizando compuestos organometálicos (MOF, por sus siglas en inglés) y se puede regenerar también con energía solar, haciendo a este proceso amigable con el medio ambiente. Sin embargo, hace falta más investigación para su escalamiento a un nivel residencial, por ejemplo. Pero esta apuesta por el desarrollo de materiales novedosos es una de tantas que los gobiernos que enfrentan problemas de sequía intensa están realizando para paliar el estrés hídrico que se avecina.

En México, ¿cómo vamos? En franco retroceso. Un ejemplo: Hace aproximadamente un mes se anunciaba la desaparición del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INEEC) y el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA), ambas instituciones enfocadas a temas que pueden considerarse no sólo de seguridad nacional sino mundial.

Estos institutos, orientados a establecer políticas públicas con un sustento técnico, ya no estarán disponibles para ayudarnos a navegar los tiempos turbulentos que se avecinan en esos rubros. En 2020, el IMTA publicaba “Los retos del agua en México”. De los seis retos, uno de ellos me llama más la atención: “desconcentrar y descentralizar la gestión del agua”. Además, se destacan dos conclusiones: “No se puede resolver el reto del agua en México en seis años, pero sí es posible establecer las bases para hacerlo. Se requieren al menos 24 años (2042) para contar con infraestructura que contribuya a lograr la sustentabilidad y seguridad hídrica en el país”. Con la desaparición inminente del INEEC y el IMTA, súmele más años a ese estimado.

Se tiene que entender que México no será una excepción a nivel mundial: no escaparemos a las presiones por contar con más agua y de mejor calidad, así como a los caprichos climáticos de los próximos años. De por sí, actualmente en la Ciudad de México se bombea más agua del acuífero debajo de ella de la que repone. Así, la ciudad se ha hundido aproximadamente 12 metros a lo largo del siglo pasado y se estima que puede hundirse otros 30 metros antes de tocar fondo, por no hablar de los riesgos que acompaña este hundimiento y lo sismos que se registran año con año. Además, los residentes no pueden confiar plenamente en la red pública para el suministro de agua en sus hogares. En 2020, se estima que se gastaron más de $4 millones (de dólares) en camiones de agua y alrededor de $187 millones (de dólares) en agua embotellada.

Nuestros descendientes, así como los políticos elegidos en los próximos sexenios, tendrán que enfrentar decisiones cada vez más basadas en la viabilidad técnica de los proyectos hídricos (y manejo de la población) con vistas más allá de un proyecto sexenal o adscrito a los colores de un partido o ideología. O bien, nuestro país encallará en una situación en la que no tendrá un buen margen de negociación si decide abrir la gestión del agua a capitales privados ante una potencial incapacidad del estado para proveer el vital líquido a sus ciudadanos. Cuando la sed amague, de nada servirá “beber ideología” para salir del problema.

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