“Mi vida es solamente mía, como la suya es suya, intransfe-rible. Yo puedo abrirme, manifestar porosidad, dejar que usted en-tre en mi mundo. O bien cerrarme herméticamente, vivir en una mónada, una casa sin ventanas ni puertas”.José Ortega y Gasset
Es en los estudiantes universitarios de la época posrevolucionaria de fines de la segunda década y la sexta década del siglo XX, más precisamente en el movimiento estudiantil de 1929, en quiénes se encuentra el crisol del postulado de la autonomía UNAM.
Las luchas estudiantiles se consolidaron en medio de circunstancias nacionales inquietantes: el asesinato de Álvaro Obregón; el conflicto del gobierno de Plutarco Elías Calles que derivó en la represión gubernamental, la huelga de cultos y la movilización armada de miles de campesinos en el centro del país y la campaña presidencial de José Vasconcelos.
Entre 1929 y 1945, los proyectos de autonomía fueron parte de un proceso universitario de conquista al interior del Estado mexicano por parte de estudiantes, maestros y autoridades universitarias (Renate Marsiske, Autonomía is in the air: historia de dos propuestas de autonomía universitaria en México en los años veinte: 1923 y 1928, 2015), incluso contra la Ley Orgánica de 1933 que buscaba propiciar la privatización de la Universidad y le quitaba su carácter nacional.
La historia de ese proceso de conquista implicó huelgas estudiantiles, renuncias de Rectores de la UNAM, de directores de facultades, confrontación con fuerzas del orden público, movimientos estudiantiles diversos en el país y la desacreditación de autorida-des que quisieron tener injerencia en las decisiones universitarias.
En 1968, lo sabemos, la brutal y cruenta violencia política y paramilitar gubernamental.
“La Ley de Autonomía Universitaria de la UNAM, la que le dio su nombre es, al mismo tiempo, el comienzo de un largo camino para convertir ese precepto legal en una realidad en sus diferentes épocas, de una lenta separación e institucionalización de la autonomía. Pero también ha sido, hasta hoy, bastión de la defensa de la estructura y convivencia universitaria autónomas, sin las cuales es imposible generar conocimientos y transmitirlos”. Véase Renate Marsiske (2019) “La autonomía universitaria de 1929: una revisión después de noventa añose”, en Lomelí, L. y Roberto Escalante, Autonomías bajo acecho. Anthropos/S.XXI/UNAM.
El carácter masivo de las universidades en el país ha coincidido con el proceso de expansión de las ciudades, las clases medias, pero también de las desigualdades y pobrezas estructurales.
Dada su fuerte legitimidad presidencial emanada de las urnas en 2018 y el interés de Andrés Manuel López Obrador en propiciar un cambio de régimen y la transformación de las instituciones, ha pedido su parte del cambio a la UNAM.
Mientras el Presidente AMLO ha buscado avanzar en ese terreno de fuego empedrado convirtiendo adversarios en enemigos públicos, abrió frentes múltiples de confrontación, afianzó una política de austeridad presupuestal, ha buscado ampliar el espectro de programas públicos con transferencia directa, ha desconocido y puesto en duda la interlocución, existencia y legitimidad de organizaciones y dependencias y se presentó un hecho no menor con consecuencias para el presupuesto federal y la actualización de desafíos para el país: el contexto frontal de la emergencia y la tragedia de la pandemia.
Pero aún, en años recientes se tensaron las relaciones con instituciones educativas de nivel superior del país, con señalamientos y confrontaciones por la coyuntura de la administración y desaparición de fideicomisos, organismos y centros de investigación por presuntos enriquecimientos ilícitos de sus élites, dispendios de recursos públicos y pertinencia de su existencia.
La coyuntura electoral de junio 2020, en que la capital no mostró los resultados esperados para Morena, parte del electorado tomó distancia, animadversión y se asumió en el polo de la polarización nacional en su contra.
Arreciaron sus señalamientos a las clases medias y a sus aspiraciones legítimas y sobre todo, la crítica es a quienes la han gobernado y que él percibe se han enriquecido al amparo de la era neoliberal, negocios y privilegios universitarios, a la par del supuesto no impacto social de la UNAM y el presunto conservadurismo de su comunidad, particularmente de sus profesionales de las ciencias económicas, sociológicas y politológicas.
Es claro que para el Presidente AMLO la UNAM no le ha acompañado como él hubiese deseado durante lo que va de su sexenio, a su proyecto de transformación del país y especialmente en la política de salud pública ante la pandemia: vacío de acompañamiento y resultados que asume de sus centros de investigación, su comunidad científica y de sus autoridades actuales, a quienes las percibe beneficiarias de sueldos onerosos e injustificados.
La UNAM -y tal vez ello es aplicable a diversas Instituciones de Educación Superior del país-, tiene diversos pendientes históricos consigo misma:
Del Estado para con la UNAM
-Impulso a la inversión y desarrollo de proyectos de transformación de la UNAM que en las esferas pedagógicas, la digitalización, investigación e innovación, permitan recuperar diagnósticos que ha producido su comunidad hacia un mayor impacto social transdisciplinar, de la mano de un proceso articulado con universidades, regiones, comunidades e inversiones públicas y privadas del país y del mundo.
-La dignificación de salarios para sus docentes del país. La H. Cámara de Diputados, la Rectoría de la UNAM y el Gobierno de la República son actores clave para analizar un proyecto de reivindicación nacional de la educación a todos los niveles, y particularmente de la universitaria.
De la UNAM para con el Estado:
-El precio básico a pagar por la Autonomía de la UNAM pasa por la transparencia y la rendición de cuentas por sus titulares y responsables de la administración e instancias de gobernabilidad académica.
La H. Cámara de Diputados deberá valorar el alcance y profundidad de los procesos de auditoría universitaria interna y los que ofrece la UNAM a la Contraloría Superior de la Federación.
La rendición de cuentas y la transparencia en los sueldos, patrimonios y fuentes de ingreso y negocios privados de autoridades universitarias debe quedar fuera de toda duda a los ojos de la nación.
De la democratización interna pendiente en el espejo de la autonomía universitaria:
-La transformación de la Junta de Gobierno hacia su democratización y descentralización.
Esto no será posible sin el concurso y proyectos genuinos de cambio desde la movilización de la comunidad universitaria, las instancias colegiadas de representación y desde la voluntad del titular de Rectoría y el Consejo Universitario.
-La designación de una mujer Rectora que por primera vez dirija su destino, proceso que pasa a su vez por la necesidad de trazar, con el acompañamiento de la UNAM, una política nacional de igualdad de género e inclusiva, de reivindicación de los derechos de género y el abordaje de la violencia contra la mujer y los feminicidios.
La proyección nacional e internacional de su función de extensión de la cultura:
-El tejido del fortalecimiento de procesos de calidad académica y de un proyecto interuniversitario de corresponsabilidad social /comunitaria con los problemas nacionales y locales del país.
La agenda pública nacional y la capacidad de resolución de los problemas nacionales, desde hace mucho tiempo sería otra, si hubiese una colaboración estrecha entre los gobiernos de la República y las universidades del país.
La UNAM en múltiples procesos tiene presencia territorial y virtual permanente con regiones, comunidades, proyectos e instituciones del país y del mundo.
El reloj de transformación interna no debe caer en procesos de esclerosis institucional crónicos y aletargados por sus autogobiernos en la atención de demandas y causas estudiantiles genuinas, académicas y de su personal sindicalizado universitario.
Una síntesis de lo que ha expresado el Presidente:
“La UNAM es una gran universidad, no han podido destruirla, a pesar de todos los cambios que se han impulsado por el periodo neoliberal (…) Nosotros vamos a seguir siempre respetuosos de la autonomía universitaria, vamos a seguir impulsado la educación pública (…); se cooptó por académicos que se convirtieron en ideólogos del neoliberalismo, perdió su esencia y se convirtió en individualista, perdió su esencia de formación de cuadros y profesionales para servir al pueblo”.
Recordemos que el Presidente se ha propuesto crear 100 Universidades del Bienestar Benito Juárez, consciente de que la UNAM y el IPN y las universidades públicas no se dan abasto para abordar la demanda educativa, el rezago educativo y las desigualdades socio educativas en educación media superior.
Las instituciones educativas y en este caso la UNAM no puede ser transformada por decreto presidencial, aunque ahora como en diversos momentos de la historia de la UNAM, parece decidido el Presidente AMLO a interceder a su modo y estilo en el proceso sucesorio del Rector Dr. Enrique Graue, en noviembre próximo de 2023.
El liderazgo del Rector Dr. Enrique Graue ha sido celosamente prudente para no caer en el clima de polarización política preeminente y a su vez, para que la comunidad universitaria exprese sus posicionamientos sobre los conflictos y la política nacional, sin estridencias y por las vías más institucionalizadas y colegiadas del más alto nivel en la UNAM.
Pero a los ojos del Presidente AMLO ello significa una debilidad política mayor, una ausencia de compromiso con su proyecto de nación y una forma de prestarse a la simulación de las élites que el mandatario pretende desenraizar de las instituciones.
El Presidente sabe que la UNAM es clave para la estabilidad política de la capital y del país y en su postura idealista/rupturista hasta ahora, espera que la UNAM active, lidere y movilice su reforma interna y a la postre, indirectamente, esto consolide su capital político presidencial y el de la 4T.
En medio de estos cismas simbólicos y políticos, lógicas de preservación institucional y de transformación, la comunidad universitaria de la UNAM sigue vigente y trabajando para la nación.
Nuevamente con Ortega y Gasset “la tierra es firme, hasta que se cimbran sus cimientos”.