Históricamente hemos sido gobernados por una clase política mediocre, improvisada, sectaria, autorreferencial, sin visión de futuro que recurre a políticas del pasado basadas en la manipulación y el engaño, que solo produce recurrentes fracasos políticos, económicos y sociales, así como la involución de los derechos ciudadanos fatigosamente conquistados por la sociedad civil.
Esa misma clase dirigente ha reducido la política a meras cuestiones tácticas y de corto plazo. Ello ha llevado a la actual parálisis en que se encuentra nuestro país y que se manifiesta en la “política de los bloques” que se desarrolla entre dos fuerzas irreconciliables, una en el gobierno y otra en la oposición. Una creciente polarización que amenaza con bloquear permanentemente nuestro desarrollo democrático para imponer una concepción negativa de la política.
En tal escenario, los ciudadanos exigimos un cambio cualitativo que postule una sociedad progresista radicalmente democrática e incluyente. Nuestro país reclama una modernización política que abandone las estrategias erráticas y obsoletas que sustenta la actual clase gobernante.
Es necesario definir los ejes cartesianos de un nuevo ordenamiento político que sea al mismo tiempo, social, liberal, tolerante y pluralista, que permita contrarrestar la propuesta populista de restaurar el antiguo régimen de partido de Estado, que sustituya el viejo modelo del presidencialismo autoritario y su permanente tentación de abuso del poder. En una palabra, se propone una tercera vía alejada tanto del fanatismo populista como de la partidocracia tradicional. Ni uno, ni otra, representan las opciones alternativas a la radical transformación política que México reclama.
Frente a esta ausencia de paradigmas sobre el régimen político que necesitamos para enfrentar el triple desafío de nuestro tiempo, representado por la profunda desigualdad social, la creciente polarización política y las constantes amenazas a la libertad de expresión y pensamiento, algunos grupos postulan la vieja idea de una alternativa socialdemócrata que coloque los derechos sociales como el fundamento de un proyecto político que permita configurar un poder público al servicio de los ciudadanos; mientras que cada vez con mayor fuerza, en otros sectores empieza a florecer la idea de un proyecto liberalsocialista para México.
Una alternativa que inicia a adquirir importancia moral y una incidencia pública anteriormente imposibles.
No se trata de una distinción menor de tipo semántico. El proyecto socialdemócrata pone el acento en las políticas del bienestar social, mientras que el liberalsocialista postula una férrea tutela sobre los principios de la libertad. Porque como sostiene el teórico de la política y la encarnación del intelectual mediador, Norberto Bobbio, en su obra ¿Cuál Socialismo? (Einaudi, 1976): “o el socialismo será liberal o no será, porque donde hay democracia no hay socialismo y viceversa, donde hay socialismo no hay democracia”. Sostenía que las duras réplicas de la historia han demostrado hasta ahora que ningún sistema político democrático ha llegado al socialismo, y que ningún sistema socialista ha sido gobernado democráticamente.
No obstante, sostiene, aún son muchos quienes continúan a creer que la democracia sin socialismo y el socialismo sin democracia son, respectivamente, una democracia y un socialismo imperfectos.
El filósofo del derecho afirma que el desafío es concebir un liberalismo que permita eliminar las desigualdades entre las personas. No se trata de una construcción doctrinaria sino de nuevas prácticas de intervención social.
El liberalismo político no representa una forma de gobierno o una concepción sobre las instituciones del Estado. Tampoco es un modelo de partido, una ética o una ideología. No se encuentra vinculado a una teoría económica, ni tiene el propósito de impulsar el individualismo. El liberalsocialismo como proyecto político de la modernidad representa una conjunción posible entre los derechos de libertad y los valores de la justicia en un esquema democrático.