No es raro encontrar hoy en día palabras que estén formadas por el prefijo “ciber”. Una de las más sonadas es “ciberseguridad”. Ahora, con el relanzamiento de Facebook como Meta por parte de Mark Zuckerberg, muy probablemente escucharemos más seguido la palabra “ciberespacio” o “cibernautas”, si es que el marketing de Zuckerberg no lo sustituye por “metanautas”. También, con el boyante mercado de los NFT’s, quizá comencemos a elaborar “cibercontratos” para comerciar con las piezas de NFT, sino es que ya se hacen. En el terreno de la ciencia ficción, con la publicación en 1984 de la novela Neuromancer de William Gibson, se creaba el género literario Ciberpunk, el cual se caracteriza por mostrar versiones distópicas del futuro.
Podemos identificar fácilmente que todas estas palabras hacen resonancia con la palabra cibernética. La semana pasada, el 26 de noviembre, se celebró el 127 aniversario del nacimiento del matemático y filósofo norteamericano que acuñó el término cibernética: Norbert Wiener. Para ser más precisos, fue durante una estancia de investigación en la ciudad de México en 1947 que Wiener terminó de consolidar el termino de cibernética y las matemáticas que la sustentan. En su autobiografía escribe sobre el origen del término*: “Busqué después alguna palabra apropiada para el área de control. La única que podía pensar era la palabra griega para timonel, kubernetes. Decidí que, puesto que la palabra iba a ser utilizada en lengua inglesa, debía aprovechar la pronunciación que en la misma se daba al griego y así fue como concebí el nombre cibernética”.
Sin embargo, como el mismo Wiener advierte, no fue el primero en utilizar esa palabra: “Más tarde supe que una palabra correspondiente a ésta se había utilizado desde principios del siglo XIX en Francia, por el físico Ampere, en un sentido sociológico. Pero en aquellos días no lo sabía”. Finalmente, “el término cibernética se recomendó por sí mismo porque era la mejor palabra para expresar el arte y la ciencia del control, en todos los campos en los que esta noción es aplicable”.
Actualmente, la definición que proporciona la RAE sobre cibernética es un poco menos general: “ciencia que estudia las analogías entre los sistemas de control y comunicación de los seres vivos y los de las máquinas”.
Durante su estancia en México aquel 1947, Wiener termina de escribir el libro que marcaría un hito en la historia de las matemáticas aplicadas: Cibernética o el control y la comunicación en el animal y la máquina. La primera edición se publica en 1948 y, posteriormente, en 1961 ve la luz la segunda edición, que contiene 2 capítulos adicionales: “Sobre el aprendizaje y las máquinas auto-reproductivas”, y “Ondas cerebrales y sistemas auto-organizativos”. En ambas ediciones, el libro está dedicado a “Arturo Rosenblueth, por muchos años mi compañía en la ciencia”.
¿Quién fue Arturo Rosenblueth a quien el padre de la cibernética le dedica el libro? Arturo Rosenblueth Stearns fue un científico, neurofisiólogo mexicano. Ingresó al Colegio Nacional en 1947 y fundador del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (CINVESTAV) del Instituto Politécnico Nacional. Arturo fue uno de los dos primeros becarios Guggenheim en México. Con esa beca (1930), inició su trabajo en la Escuela de Medicina de Harvard en el laboratorio del prominente fisiólogo y varias veces nominado al premio Nobel de Medicina, Walter B. Cannon. Rosenblueth permanece poco más de 10 años en Harvard, ganándose el respeto científico de la comunidad. De hecho, Walter B. Cannon lo propone como su sucesor para dirigir su departamento. Pero esto no sucede, y tampoco logra que Rosenblueth sea contratado en otras instituciones y universidades a pesar de las variadas cartas de recomendación que escribe Cannon a distintos colegas, debido al origen mexicano de Rosenblueth.
Durante sus años en Harvard, Rosenblueth forma un Club de Filosofía de la Ciencia que se reunía cada mes en el comedor del llamado Vanderbilt Hall para discutir sobre diversos temas científicos, además de promover la participación de investigadores no necesariamente ligados al campo de la medicina. En una de esas reuniones de 1933, el físico mexicano Manuel Sandoval Vallarta invita a Norbert Weiner, quien era su profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés). Desde ese primer encuentro, Rosenblueth y Wiener digamos que se convierten en “compadres científicos”. Uno de los asistentes menciona que eran “los líderes espirituales” del club.
Años después estalla la Segunda Guerra Mundial, y en ese marco histórico, Wiener comienza a trabajar en teorías matemáticas que permitan predecir la posición futura de los aviones en vuelo para que puedan ser abatidos por el fuego antiaéreo pero cuando no se tiene una información completa sobre el pasado. Más aún, esta investigación sirvió para reunir a otros científicos (matemáticos, fisiólogos, ingenieros) interesados en comprender las similitudes en el cerebro y las máquinas—John Von Neumann constituye un ejemplo notable—, y comenzar a entender el papel de la comunicación de la información entre el ser humano y las computadoras que realizarían tareas de control.
Wiener y el ingeniero Julian Bigelow de la IBM (asignado por el gobierno norteamericano para el proyecto sobre la predicción) se dieron cuenta que también debía considerar “la naturaleza de una acción irregular provocada por los humanos”, en este caso el piloto del avión. Es en este punto cuando Wiener piensa en los sistemas de control y “retroalimetación humana”, por lo que decide plantearle a su buen amigo y neurofisiólogo Arturo Rosenblueth la siguiente pregunta: “se conocen algunos desórdenes nerviosos en los cuales el paciente no muestra temblor alguno cuando está en reposo, pero en los que todo intento de realizar algún acto, como levantar un vaso de agua, provoque oscilaciones cada vez más amplias hasta que el acto mismo intentado se ve frustrado y (por ejemplo) el agua derramada”.
El propio Wiener documenta la respuesta de Rosenblueth manifestando que “tales condiciones patológicas son bien conocidas y que son denominadas “temblores de intención”; que a menudo el asiento del desorden está localizado en el cerebelo, que es el responsable del control de nuestra actividad muscular y del nivel del cual toma lugar”. El fruto de la colaboración entre Wiener, Bigelow y Rosenblueth en torno a esta pregunta es un artículo que se considera el “acta de nacimiento de la cibernética”: Behaviour, purpose and theology (Comportamiento, propósito y teleología), Philosophy of Science, 1943.
Ese artículo es, probablemente, el más leído y citado de la profusa obra de Arturo Rosenblueth. La contribución de los autores es haber presentado “un modelo de comportamiento de las máquinas y los animales desde la perspectiva de la intencionalidad”. En otras palabras, “el comportamiento no es meramente al azar, sino que muchas veces tiene un propósito, es decir, tiene intencionalidad”. Así, con la intencionalidad en mente, los autores desarrollan un modelo de comportamiento de los animales y las máquinas.
La colaboración científica entre Wiener y Rosenblueth se fortaleció con el tiempo, con otras publicaciones científicas de alto impacto donde se complementaba el trabajo experimental en fisiología con la aplicación de las matemáticas. Después de la guerra, Wiener realiza algunas estancias de investigación en México, en el Instituto Nacional de Cardiología (INC). En 1947, durante una de estas estancias, discute más a profundidad sus ideas sobre cibernética con Rosenblueth y un estadounidense que trabajaba en el INC. Su estadía en México le permite terminar su libro sobre cibernética que crearía un gran impacto en la comunidad científica y la sociedad.
*Nota: todas las citas provienen del monumental y maravilloso libro escrito por Ruth Guzik Glantz, “Arturo Rosenblueth, 1900-1970.”, publicado por El Colegio Nacional y el CINVESTAV.