Hace 66 millones de años, un asteroide o cometa de unos 14 kilómetros (10 millas) de ancho se estrelló contra la Tierra. Cayó en lo que ahora es la península de Yucatán en México, que entonces se encontraba en el fondo de un mar poco profundo. El impacto fue catastrófico. Desencadenó tsunamis, provocó incendios forestales y expulsó una nube de ceniza y polvo que le dio la vuelta al globo, bloqueó el Sol y enfrió el clima. La colisión y sus consecuencias acabaron con el 75% de toda la vida en la Tierra, incluidos los dinosaurios.
La historia fue reconstruida a partir de evidencia esparcida por todo el mundo, que apuntaba a un cráter de 180 kilómetros de ancho cerca de la ciudad costera de Chicxulub, en la costa norte de la península de Yucatán. La ciudad de Mérida, que se encuentra tierra adentro al sur de Chicxulub, aparece como un área de color gris-marrón cerca de la parte superior de la imagen, que fue obtenida por el Espectrorradiómetro de imágenes de resolución moderada (MODIS, por sus siglas en inglés) del satélite Terra de la NASA el 31 de octubre de 2021.
El cráter de Chicxulub, que ahora se encuentra parcialmente en tierra, es el cráter de gran impacto mejor conservado de la Tierra. En los millones de años transcurridos desde el impacto, el cráter ha estado enterrado bajo gruesas capas de piedra caliza. Sin embargo, los restos del cráter aún son visibles en la superficie.
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Un arco de 250 kilómetros de sumideros marca el borde del cráter. Estos sumideros, llamados cenotes, proporcionaban agua dulce a los antiguos habitantes mayas de la península. Aparte de esto, el área carece de agua superficial debido al paisaje kárstico (piedra caliza soluble). Debido a que el agua de lluvia es ligeramente ácida, el agua superficial disuelve el lecho de roca caliza y se infiltra en él, creando pozos de disolución, cenotes y cuevas, así como el río subterráneo más largo del mundo.
Cuando esas gruesas capas de piedra caliza se erosionan, los sedimentos calcáreos se lavan en la amplia y poco profunda plataforma de Yucatán. En esta imagen en color natural, los remolinos de sedimentos son visibles frente a la costa norte y oeste de la bahía de Campeche.
Los sedimentos dispersan la luz y esta reflectividad le da al agua su color característico cuando es vista desde el espacio. Cuando flota cerca de la superficie, el sedimento parece de color marrón oscuro, pero a medida que se hunde y se dispersa, el color cambia a tonos de verde y azul claro. Cuando las aguas costeras poco profundas son agitadas por los vientos, las mareas, las tormentas o las corrientes, los sedimentos del fondo marino pueden volver a quedar en suspensión, lo que hace que el agua del mar se vea blanca o azul pálido. Parte del color también puede provenir del fitoplancton —organismos microscópicos parecidos a plantas— que a veces flotan en la superficie en floraciones lo suficientemente grandes como para ser vistas desde el espacio.